Si de hablar del monitoreo fetal se trata, hay que decir que, desde el punto de vista médico, dicho control se hace mediante una herramienta científica y tecnológica, que permite medir por parámetros el estado del bebé. Sin embargo, también se puede hacer de una forma natural, cuando la madre, guiada por su doctor, aprende a identificar los movimientos del pequeño para verificar que se encuentre bien.
“Es una experiencia sorprendente percibir a ese alguien que vibra, que está vivo dentro tuyo y que crece, y que lo demuestra con cada movimiento, y ver que tu cuerpo alberga a otro ser. Es lo que llamo: ‘el milagro de la vida’ ”, dice emocionada Mónica Monroy, madre de dos niños.
Pero, ¿cómo aprender a reconocer los movimientos del bebé y, a partir de ello, realizar un autocontrol de su estado día a día? La ciencia ha encontrado que, en condiciones normales, el embrión comienza a moverse entre las semanas 8 y 9 de gestación.
La madre solo puede percibirlo a partir de las semanas 17 a 22, debido a que en ese tiempo el feto adquiere un tamaño en el que provoca que las paredes del útero rocen con la pared abdominal de la madre, explica María Isabel Múnera, perinatóloga.
¿Cómo vivirlo?
Resulta importante aclarar que la forma de ‘sentir‘a su hijo puede ser diferente para cada madre, y esto tiene que ver con factores como su peso, pues si es una mujer delgada los movimientos serán mucho más rápidos comparados con los que pueda sentir una mujer de contextura gruesa.
Así también, el tamaño del bebé y la cantidad de líquido amniótico que lo acoge influyen. Por ejemplo, entre más líquido el bebé podrá flotar mejor y esto hará que ella lo sienta menos.
Las madres, al hablar de los movimientos de su bebé, resultan muy curiosas. Lo describen como un espasmo; como si tuvieran un pequeño pez dentro, moviéndose rápidamente. Otras hablan de un gusanito que recorre sus barrigas o de un balón que no para de golpear.
La verdad es que, en la medida en que el embarazo avanza, la madre pasa de sentir todo esto a, incluso, ver pequeñas protuberancias que sobresalen de su barriga, que se vuelven rutinarias, y que son señales de que su hijo está activo o que está durmiendo en cierta posición.
El doctor Edmundo Albis sostiene que los movimientos fetales varían de acuerdo con la edad gestacional. Al principio son más continuos pero más leves, y a medida que el embarazo aumenta, estos tienden a disminuir pero son más bruscos.
En este punto, los pequeños se estiran, flexionan los brazos y piernas, succionan, degluten y voltean su dorso, y con el paso del tiempo esos movimientos adquieren precisión, aunque son esporádicos y su duración no es medible.
“Desde la semana 26 o 27, la madre debe estar pendiente de su bebé, y si no se mueve entre 4 a 8 horas, iniciar actividades para estimularlo.
“Los expertos recomiendan que las mamitas coman algo frío o dulce y que traten de activarlo mediante música suave, luces, aplausos o masajes circulares sobre la barriga. Si el bebé responde, significa que estaba descansando y que nada malo pasa. Si no lo hace, debe acudir de inmediato a urgencias de su servicio médico”, sugiere Albis.
Bajo la lupa médica
Ahora bien, en lo que respecta al seguimiento que hacen los especialistas de medicina fetal a través de mecanismos de ultrasonido, el doctor Carlos Alberto Mejía Escobar, ginecólogo subespecialista en esta materia, de la Clínica El Rosario en Medellín, explica que el monitoreo “es una herramienta de vigilancia basada en la detección de la frecuencia fetal y de las contracciones uterinas, que se registran a través de fluctuaciones de esos parámetros y se presentan en papel”, y su interpretación suministra una valiosa información del estado del bebé.
Para Ada Niño, médica pediatra del Hospital Infantil San José de Bogotá, un objetivo del monitoreo fetal es brindar información sobre la vitalidad del feto para el trabajo de parto. “En ese momento se ponen dos transductores en el abdomen de la madre, uno controla la frecuencia cardíaca fetal y el otro la actividad uterina”, explica.
“A partir del trazado impreso que entrega el monitoreo y el reporte de datos, como la reactividad y la variabilidad del ritmo cardíaco fetal y su relación con las contracciones uterinas, su intensidad y frecuencia, el obstetra al interpretarlos determina si el bebé tiene parámetros de bienestar, o si, por el contrario, la madre no puede llevar un trabajo de parto normal y requiere ser intervenida”, continúa Niño.
Igualmente, no existe un número predeterminado de monitoreos que las madres deben hacerse, esto depende de los factores de riesgo de cada una y del feto mismo. Además, acá prima el criterio del obstetra a cargo del parto y es él quien los ordena.
Según el doctor Carlos Alberto Mejía existen dos tipos de monitoreo, el anteparto y el intraparto. El primero se llama NST (Non Stress Test) y registra frecuencia cardiaca fetal y movimientos fetales. “Es útil en embarazos normales y patológicos (hipertensión en la gestación, amenaza de parto prematuro, disminución de los movimientos del bebé)”. Además, “la lectura de este monitoreo se puede interpretar como ‘reactivo’, cuando el feto se mueve durante el examen y la frecuencia cardiaca aumenta al hacerlo; y ‘no reactivo’, si no se mueve o si lo hace poco, o si la frecuencia cardiaca varía durante el examen. En tal caso, se le ofrece algo dulce a la paciente y se repite el examen, pues en algunas ocasiones el bebé está dormido”, añade Mejía. El monitoreo anteparto se puede hacer desde la semana 28 en adelante. Si la mamá es de alto riesgo o si ha tenido amenaza de parto prematuro, el monitoreo se debe repetir frecuentemente.
Por su parte, el intraparto se hace durante los últimos días del embarazo, por lo general después de la semana 37. Su resultado se basa en las contracciones maternas y su efecto en la frecuencia cardiaca fetal. Es útil para determinar la oxigenación fetal y la tolerancia del bebé a las contracciones, de forma que, de ser necesario, su resultado le indica al médico que debe terminar el embarazo, p. ej., ordenando una cesárea.