De bebé, Matías siempre durmió en una cuna al lado de la cama de sus padres. Cumplido el año, se pasó a su propia habitación y adquirió el hábito de dormir solito, pero hacía los cuatro años empezó a quedarse en la cama matrimonial. “Todo comenzó de forma ocasional: se metía de vez en cuando en la cama a jugar con nosotros y ahí se quedaba dormido. Nos daba pesar despertarlo y lo dejábamos pasar la noche con nosotros, pero luego, se volvió costumbre de todos los días”, cuenta Antonio Gaviria, padre del menor.
Aunque al principio a él y a su esposa la idea les pareció bien, con el paso del tiempo empezaron a notar las consecuencias: “a mí me empezó a doler la espalda porque el niño se me metía de lado y yo amanecía prácticamente “torcido”. Además, con mi esposa empezamos a notar que nuestra vida íntima, de pareja, se había debilitado”, añade Antonio.
Pero la peor parte la llevó el niño cuando entró al colegio: “tenía que acostarse temprano porque la ruta lo recogía a las 6 a.m. pero le costaba mucho conciliar el sueño solo, se trasnochaba de más con nosotros y el tema de pasarlo de nuevo a su cuarto se convirtió en una batalla campal”, cuenta este padre de familia.
Casos como este son comunes en el consultorio de Víctor Sotelo, psicólogo de familia con especialización en neuropsicología, para quien practicar el colecho o, como se le conoce popularmente, dormir con los hijos, es un tema que si bien tiene muchos defensores y detractores, en realidad genera más perjuicios que ventajas.
“Lo ideal es que hasta los primeros cuatro o cinco primeros meses, el bebé duerma en el cuarto de los padres, en una cuna separada, al lado de la cama, para facilitar la lactancia y los cuidados que requiere el recién nacido en las noches. Pero, a partir del sexto mes, el bebé debe pasar a su propia habitación, de modo que aprenda no solo una rutina de sueño sino que también adquiera independencia de espacios” señala Sotelo.
Para el especialista, es clave que los niños aprendan a dormir solos desde corta edad, así como también deben aprender a comer, a bañarse o a vestirse por su cuenta ya que ello favorece el logro de la autonomía, fomenta el autoestima y ayuda en el proceso de consolidación de la identidad del pequeño. “Por supuesto hay excepciones. No estamos diciendo que los niños no se queden de vez en cuando en el cuarto de los papás, o que una noche de pesadillas no se pasen a la cama de los adultos para tranquilizarse, o que se queden allí si están enfermos. El problema se genera cuando los padres permiten que se con vierta en una costumbre de todas las noches y no fijan límites”, advierte Sotelo.
Una de las recomendaciones en las que más insiste el experto es hablar claramente con los niños sobre el tema. Para ello, el primer paso es explicarles que cada quien tiene su espacio y necesita privacidad para descansar. El segundo paso es crear en la habitación del niño un ambiente en el que se sienta seguro y tranquilo, y ayudarle a superar con paciencia cualquier tipo de temor que presente. Tercero, cuando al niño se le deje permanecer en la cama de los padres, ya sea porque van a ver una película en familia, está enfermo o simplemente porque desea dormir una noche allí, se debe negociar con él y dejarle muy claro que se trata de una ocasión especial, pero que a la noche si-guiente deberá volver a su cama.
El argumento de muchos padres para explicar por qué dejan que sus hijos duerman con ellos es que así se duermen rápido y no se despiertan durante la noche porque se sienten seguros, por lo tanto descansan mejor. Pero, ¿en realidad eso ocurre?
De acuerdo con las guías de sueño de la Academia Americana de Pediatría, los niños que duermen en la misma habitación que los padres no descansan tan bien como lo hacen en una habitación separada, y ello tiene consecuencias negativas tanto para los pequeños, como para los padres. De hecho, la organización basa su afirmación en estudios que demuestran que compartir la habitación con adultos genera en los niños prácticas de sueño poco saludables que afectan su crecimiento y desarrollo.
Así también lo advierte la neurofisióloga Rosa Peraita, quien explica que el sueño es un periodo de gran actividad de la corteza cerebral y durante su transcurso se segregan hormonas como la del crecimiento, el cortisol y la melatonina. Por lo tanto, un niño debe tener su propio espacio para dormir y descansar porque necesita ciertas condiciones lumínicas, térmicas, acústicas y de aislamiento que le ayuden a conciliar el sueño.
“Cuando el pequeño es expuesto a factores externos como las voces de los padres (que generalmente se duermen más tarde) el sonido de la televisión, los ronquidos y los os por movimientos al compartir la cama, con el tiempo puede sufrir la aparición de ciertas alteraciones del sueño, incluido el sueño, que podrían comprometer la segregación de la hormona del crecimiento y condicionar su talla así como su capacidad de aprendizaje por la falta de un descanso reparador”, explica Peraita.
Para los expertos consultados los únicos que se afectan con la práctica del colecho no son los niños, sino también sus padres ya que de esto derivan múltiples problemas que se enumeran a continuación: