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El síndrome de los padres ‘quemados’ por la crianza

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La mamá no quiere que nada malo le ocurra a su hija, por eso decide implantarle un chip con el que puede monitorear qué ve, cuándo se estresa, e incluso le permite activar un “control parental” para que la niña vea borrosas las imágenes violentas.
El capítulo ‘Arkangel’ de la cuarta temporada de la serie ‘Black Mirror’ está lejos de convertirse en realidad, pero el psicólogo y psicoanalista español José Ramón Ubieto, coautor del libro ‘Niñ@s hiper’, lanzado este año en España, lo cita como ejemplo de cuánto quieren los padres actuales controlar a sus hijos. “Hay padres que ante la desorientación y la exigencia que ellos escuchan de la sociedad de ser padres excelentes, se encuentran en situación de agotamiento porque no saben cómo brindarlo”, asegura el psicólogo.
“Los padres no quieren que a los hijos les falte lo que a ellos les faltó, no quieren que tengan fracasos, como si fuera posible. Esa hiperexigencia de padres que no reconocen las dificultades que ellos tuvieron cuando hijos se transforma en un problema”, agrega.
Según la experiencia del especialista español, en la búsqueda de ser buenos padres llenan a los hijos de actividades. “Tengo niños en la consulta con los que tengo problemas para acordar una cita con ellos por todas las actividades que tienen”, dice Ubieto en entrevista telefónica.
En el diagnóstico de Ubieto, los padres actuales no saben ser autoridad.
“No saben qué posición tomar. Van cambiando de fórmulas: quieren ser amigos de sus hijos; cuando eso no funciona pasan al otro extremo: castigarlos. Y cuando eso tampoco funciona, recurren a un profesional, aceptan medicación o soluciones que traten de sustituir lo que ellos no pueden hacer”, afirma.
Y agrega: “Y cuando han recorrido varias de estas fórmulas, quedan agotados. Vienen a la consulta a hablar del hijo, pero terminan hablando de ellos, porque son ellos los que están más angustiados”.
Nicole Vásquez, psiquiatra de niños y jóvenes de la Red de Salud —la red de atención médica más importante de Chile, que forma parte de facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile—, agrega que el exceso de información actual sobre cómo ser buen padre termina abrumándolos: “Hoy en día hay mucha autoexigencia en torno a lo que implica ser padres. Lo que uno ve en pacientes y amigos es que poder cubrir todas las necesidades de los niños, las necesidades personales, las laborales y las de pareja, al final termina siendo muy difícil”.
Buscar el reconocimiento externo también los lleva al ‘burn-out’ (síndrome de desgaste profesional, síndrome del quemado o fundido).
“En la sociedad actual observamos que muchas veces las personas determinan su valía, su identidad, su ‘éxito’ a partir de las cosas que logran obtener, de los bienes que poseen, del lugar en el que trabajan, de cómo disfrutan su tiempo libre y, por ende, de lo que proyectan, dice la psicóloga Daniela Becerra, terapeuta familiar y de parejas del Instituto Chileno de Terapia Familiar. Una persona centrada en lo que debe mostrar hacia afuera también buscará ese reconocimiento en la paternidad.
De esta forma, son los hijos quienes confirman si es buen padre, “y a la vez le mostrarán a mi entorno lo que he sido capaz de lograr”. Según Becerra, esto puede “fundir” a los hijos —quienes deberán hacer cosas para satisfacer a los papás— y a los propios padres.
“Esto —añade la psicóloga— puede llevar a los padres, madres o cuidadores a desarrollar sintomatología ansiosa o depresiva y, por ende, ‘fundirse’, minimizando su capacidad de empatía, conexión emocional con sus vínculos cercanos, desmotivación, entre otras consecuencias”.
Para Ubieto, otro de los temas por los que ocurre el síndrome de desgaste parental es porque los adultos no se permiten fallar: “La idea de que el padre nunca puede mostrar ninguna falta no es cierta. Sabemos que un buen padre es el padre imperfecto, que le da oportunidad al hijo de, en la imperfección, encontrar su propio lugar. Un padre perfecto es lo peor que te puede ocurrir en la vida”.
Ubieto ha visto a padres que han tenido que pedir licencias por sentirse angustiados. Para evitar ese extremo, él los llama a relajarse: “No todo lo que le pasa a tu hijo es culpa tuya. Los hijos deciden muchas cosas. Los padres debemos aportar cosas, enseñar el mundo adulto, hablarles de nosotros, cómo nos fue, pero hay que dejarlos que se equivoquen. (...) Hay que confiar en que igual que como nosotros encontramos una salida en la vida, también los hijos lo harán”.
Saber decirles que no es otra clave: “ ‘No voy a jugar contigo, estoy muy cansado’. Ya el niño buscará un amigo u otra manera. Claro que si todos los días no puede jugar con él, es un problema. Pero reconocer los límites no es algo negativo”.
Para evitar este tipo de desgaste, es importante que los padres exploren su propia historia como hijos.
“Que intenten discriminar desde dónde vienen estas iniciativas y creencias de lo que es el éxito y de lo que los hijos deben lograr. Lo anterior permitirá que tomen conciencia de que quizás están depositando en sus hijos sus propias frustraciones e intereses y que, por ende, probablemente no están ‘viendo’ a su hijo”, dice Becerra.

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