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'Fui una mamá adolescente'

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El recreo fue el único momento que encontró para ver los resultados. La novia de su hermano había recogido la prueba de embarazo y acababa de llevársela al colegio. Tenía 16 años y cursaba décimo grado en un colegio de monjas cuando abrió el sobre que decía “positivo”. Su novio esperaba afuera la respuesta, pero era la última persona a quien Sonia Pesca quería ver en ese momento.
¿Ecografías?, ¿ácido fólico?, ¿crema antiestrías?, ¿vitaminas? Ella solo pensaba en que nadie, ni sus papás, descubriera la verdad. Para beneficio de sus planes, nunca sintió mareos o náuseas. No se sentaba en el piso del colegio durante el recreo, porque creía que el frío le haría daño, y se inventaba excusas para no estar en clase de educación física. No tenía idea de qué estaba pasando con su cuerpo, porque ante un embarazo oculto, buscar información la delataría, además de no saber en dónde conseguirla.  A sus amigas que la vieron llorando, les dijo que tenía que operarse, pero no quiso dar más explicaciones. Sin embargo, fueron ellas quienes más adelante se convirtieron en sus escuderas, cuando debió revelarles la verdad para que la ayudaran a ocultar en el colegio ese bebé que pronto empezaría a notarse. Cuando un rumor se coló entre profesores y estudiantes, las amigas simplemente dijeron que no tenían ni idea de qué sucedía.
Cuatro meses después, una nota de su novio en la que le aseguraba que se encargaría de darle todo al ser que venía en camino les develó a los padres el estado de su hija adolescente. Su papá corrió a sacarla del colegio, y ya en casa le pidieron que explicara qué sucedía. Sonia confesó su embarazo. Ya estaba en el segundo trimestre. Lo que más recuerda de ese momento es la decepción que sus padres sintieron por la ausencia de confianza; no faltaron las lágrimas, las dudas por saber qué hacía en su tiempo libre y la incertidumbre de lo que venía.
Se sumaron la imposibilidad de estudiar licenciatura en preescolar en la UIS de Bucaramanga, graduarse en el colegio en el que estaba desde niña, la despedida y firmar con notas de amistad eterna los delantales del uniforme.
A pesar del dolor de la noticia, Sonia contó con el apoyo de sus padres. Su madre fue la encargada de alimentarla saludablemente, acompañarla a las primeras consultas y ampliar la jardinera del uniforme para disimular su estado e inscribirla al curso sicoprofiláctico. Todo, mientras asistía al colegio, pues el objetivo era terminar el año sin ser descubierta por las monjas, pero matricularse al siguiente sería imposible ya que iba a dar a luz en marzo.
Sonia cuenta hoy la historia de 13 años atrás y recuerda los reproches y miradas acusatorias. La criticaban en Duitama, esa pequeña ciudad en Boyacá donde vivía, porque su precocidad “había dañado su vida”. Sin embargo, ella dice que a cambio de doblegarla, los comentarios le dieron una fortaleza inquebrantable y quiso demostrar que, a pesar de que debía tomar decisiones diferentes a las planeadas, la llegada del bebé no había arruinado su vida; por eso nunca se le pasó por la cabeza no tenerlo. Validó el colegio y eligió una carrera que pudiera estudiar mientras vivía en casa de sus papás.
No supo más del padre de Cristian, como llamó a ese pequeño que llegó una madrugada en un hospital de Sogamoso, luego de un recorrido en ambulancia del que recuerda el frío helado de la camilla. Cuando finalmente tuvo al bebé en sus brazos, no supo qué decir. La enfermera la impulsó a hablarle y entonces ella apenas soltó con timidez un: “Bebé, estás muy lindo, te amo”.
Ese nacimiento alteró la parte de la adolescencia a la que sus amigos sí tuvieron . No disfrutó la universidad, si a disfrutar se le llama ir a fiestas o salir de clase en las tardes a tomar una cerveza, porque ahora era prioridad estar con su hijo y no recargar a los abuelos con el cuidado. En vacaciones debía trabajar como impulsadora o lo que le saliera para pagar los gastos de Cristian. Estudió istración Industrial y asegura que le satisface el camino que ha recorrido.
Tuvo que irse a Bogotá a trabajar y solo tres años después pudo llevar consigo a su hijo. Por eso, si se le pregunta qué cambiaría, asegura que este tiempo en el que se perdió parte de su crecimiento. Hoy, a los 13 años, Cristian es su orgullo, su compañía, su felicidad. Lo dice sin asomo de duda, pero es claro que si pudiera, haría que las circunstancias de la llegada de su hijo fueran sin miedos y con la posibilidad de darle todo lo que ella quisiera.
El trabajo del Gobierno
El presidente de la República, Juan Manuel Santos, se pronunció frente al tema de embarazo adolescente: “En Colombia el 52 por ciento de los niños, tristemente, nacen sin ser planeados. Estamos hablando de más de la mitad de los pequeños que llegan a este mundo sin que sus padres hayan tomado la decisión a conciencia de tenerlos”.
En este sentido, anunció que el Gobierno está trabajando en la construcción de un documento Conpes, para disminuir el índice de embarazos adolescentes. El objetivo es comenzar a implementar la iniciativa en tres meses y bajar el índice de embarazos adolescentes del 19,5 al 15 por ciento, cifra que establece los objetivos de desarrollo del Milenio (ODM).
“El Gobierno Nacional está cambiando la perspectiva con la que miraba el tema; ya no solo se está viendo desde el punto de salud y planificación familiar, sino que va mucho más allá”, afirmó Cristina Plazas Michelsen, alta consejera presidencial para la equidad de la mujer.
La estrategia también invita a integrar no solo a entidades estatales, sino a organismos internacionales, de cooperación y entidades privadas, entre otras.
“La idea es que unamos todos los esfuerzos de todos los actores.
No podemos seguir trabajando aisladamente, porque eso no genera impacto”, dice.
Riesgos de madres jóvenes
El cuerpo de las adolescentes está preparado para tener un bebé, ya que cualquier mujer que ovule puede quedar en embarazo. Sin embargo, aumentan los riesgos de que el niño nazca por cesárea, la madre sufra preeclampsia, el pequeño presente malformaciones congénitas y el parto sea prematuro. Sobre todo en la adolescencia temprana (10-13 años) y media (13 a 17 años), explica Aura Cuevas ginecoobstetra, especialista en infancia y adolescencia.
Las adolescentes están en riesgo de los extremos de edad. En una menor de 14 años se está terminando de formar una pelvis adecuada, así como los demás sistemas que están madurando. Pueden presentar hipertensión gestacional o problemas metabólicos. Sus bebés podrían sufrir insuficiencia pulmonar, tendencia a infecciones o retinopatía del prematuro, sobre todo porque las madres no tienen adecuados hábitos nutricionales.
La doctora añade que los daños se presentan, según la etapa de la adolescencia en la que se encuentra la gestante. En la temprana y media, los riesgos aumentan. En la adolescencia tardía, (17 a 20 años), “pueden ser equiparables a los de una mujer adulta, pero si su embarazo va acompañado de un excelente apoyo sicoemocional familiar, social, del personal de salud y la sociedad en general”, afirma.
Cabe resaltar que no hay riesgo de .Por otra parte, muchas de estas mamás no dejan de tomar o fumar.
Trate las emociones
Nubia Patricia Farias, médico pediatra de la Universidad Nacional, señala que el embarazo adolescente puede convertirse en un riesgo social, cuando los jóvenes ejercen su sexualidad sin una orientación en su proyecto de vida y terminan frustrados por el cambio que significa traer un hijo al mundo inesperadamente.
“La gestación no es un problema; lo es el momento”, aclara la experta.
Por otra parte, existe mayor riesgo de que se presente esta problemática cuando no hay una familia fortalecida.
Para la siquiatra Juanita Atuesta, cuando esta situación se basa en una relación amorosa que no es seria ni madura, generalmente la pareja termina abandonando a la madre, y “es frecuente ver un trastorno de adaptación en las mujeres adolescentes. Cuando no hay respaldo afectivo y económico, pueden llegar a pensar en el suicidio”.

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