Las parejas que se irrespetan reiteradamente o se agreden de diversas formas y tienen hijos suelen dejar en ellos huellas, en ocasiones, difíciles de borrar. “He visto bebés irritables y difíciles de calmar, niños agresivos y mujeres adultas incapaces de tener una relación armónica. Todos tienen algo en común: han vivido momentos angustiantes debido a las constantes peleas de sus padres”, afirma Liliana Laserna, trainer en programación neurolingüística.
Para la especialista, quien ayuda a niños y adultos a generar cambios de conducta, las diferencias y las discusiones ocasionales bien manejadas que se generan en la convivencia no representan ningún peligro para la salud emocional y mental de los pequeños, pero sí cuando terminen en gritos e insultos que buscan ofender o lastimar; o cuando se presenta negligencia o maltrato físico y sicológico. “Subir el tono de voz en una
conversación ya es un comportamiento que puede afectar al menor”, agrega.
Desde que el bebé está en el
vientre materno empieza a absorber toda la información que recibe de su madre, quien está en o directo con él. Es así como percibe sus
emociones y sensaciones, que según sea su naturaleza lo impactarán de manera positiva o negativa.
“Algunos recién nacidos son supremamente irritables, y al revisar con la mamá el desempeño de su embarazo se encuentra que hubo sufrimiento producto de las peleas acaloradas con su pareja. También he visto casos de adultos que tienen problemas sociales y de comportamiento, y se ha descubierto que estos empezaron en su vida intrauterina, por querellas entre sus padres, al someterse a terapias de regresión (técnica para encontrar el origen de los conflictos)”, añade Laserna.
Si las disputas se prolongan durante la infancia, especialmente los primeros 7 años de vida –cuando el menor está creando su propio sistema de creencias–, aparecerán problemas a corto y largo plazos. Uno de estos es la percepción errónea sobre la manera de resolver las diferencias (con gritos, malos tratos u ofensas) y sobre el papel del hombre y la mujer. Es así como de adulto replicará las conductas que vio en casa y asumirá el papel que ejercía mamá o papá.
Pero a corto plazo, también se compromete el bienestar de los niños. Algunos, por ejemplo, pueden tener problemas de atención, mostrarse agresivos o hiperactivos en el colegio, manifestar desinterés ante los deberes escolares, aislarse por completo socialmente, desarrollar una personalidad nerviosa y miedosa, comenzar a hacer pataletas o reproducir en el colegio y otros escenarios actitudes aprendidas en el hogar.
Adicionalmente, en ocasiones, el desconocimiento del niño frente al origen de una pelea, al no haber escuchado una explicación clara por parte de los adultos, puede hacer que se sienta culpable de haberla provocado, lo cual vulnera su confianza y autoestima, sustentada entre otros factores en la buena relación de sus padres.
“Por eso es importante que en la discusión nunca estén involucrados los niños, pues el respeto a ellos debe prevalecer por encima de todo. Si no es posible arreglar un conflicto, se debe buscar un espacio alejado para resolverlo y explicarles a ellos que en la convivencia hay diferencias solucionables con respeto y escuchando al otro”, dice el siquiatra infantil Christian Muñoz.
No optar por el respeto y sobrepasarlo sin límites puede provocar también en un retroceso en el desarrollo de quien presencia o percibe las disputas. Por eso, algunos pequeños que ya han aprendido a controlar esfínteres vuelven a orinarse repentinamente o
manifiestan ansiedad de separación cuando esta ya había sido superada. “Se pueden afectar todas las esferas del desarrollo, así como las habilidades sociales cuando la situación se vuelve crónica”, agrega Muñoz.
Además, según el experto, las diferencias irreconciliables pueden contribuir a que se generen más adelante trastornos de ansiedad, del estado de ánimo o depresión, los cuales pueden perjudicar al menor en etapas posteriores de la vida adulta. A nivel biológico, es posible que los pequeños sometidos a situaciones de violencia presenten una atrofia en el hipocampo, estructura del cerebro que registra las emociones.
Por eso, para que una relación sea sana, constructiva y ejemplar para los niños, se debe tomar como base el diálogo y la comunicación. “Es una tarea que se debe hacer todos los días y no esporádicamente”, aclara Liliana Laserna.
De otro lado, es importante que los padres tengan claro cómo sortear las diferencias que inevitablemente aparecerán en el camino. Para lograrlo, la experta recomienda trabajar en la aceptación del otro con sus defectos y virtudes, así como recurrir a los acuerdos, lo cual implica hacer compromisos en todos los aspectos.
El cerebro también sufre
Según el libro Los principios del cerebro en los niños, de Jhon Medina, cuando un bebé se somete a altos niveles de estrés o a un ambiente hostil, su cerebro se vuelve vulnerable. Dice la publicación que durante el proceso de apego que se lleva a cabo en los primeros meses de vida, el cerebro observa intensamente el cuidado que recibe, analizando aspectos como el o físico, la alimentación y la seguridad que le proporcionan sus cuidadores. Cuando dichas necesidades no son suplidas de manera satisfactoria y el estrés es un factor predominante, el cerebro segrega dos hormonas: epinefrina (conocida también como adrenalina) y cortisol, de un tipo de moléculas llamadas glucocorticoides.
Estas reacciones se sintonizan durante el primer año de vida. Si el pequeño crece en un hogar estable, no habrá ningún problema. De lo contrario, pierde su capacidad para lidiar con el estrés. El conflicto conyugal puede incidir en el desarrollo cerebral del bebé, y los efectos pueden llegar a ser duraderos y repercutir en la vida adulta. Según investigaciones citadas en el libro, los menores de 6 meses suelen percibir cuando algo anda mal en la relación de sus padres y experimentar cambios fisiológicos como un aumento de la tensión arterial, la frecuencia cardiaca y las hormonas del estrés.
Consejos claves
Según Liliana Laserna, si el problema ya ha avanzado, aún se puede detener siguiendo las siguientes pautas:
• Evite pelear delante de sus hijos. Es primordial que no escuchen ni vean lo que está ocurriendo entre usted y su pareja.
• Revise cuidadosamente cuáles son los puntos de discordia entre los dos y el comportamiento específico que está detonando la situación. Recuerde que la comunicación asertiva y amorosa es la mejor herramienta.
• Tenga en cuenta que no sirve gritar, explotar, insultar o agredir físicamente al otro.
• Controle sus emociones y resuelva el conflicto utilizando el sentido común y la sensatez; así obtendrá más fácilmente lo que espera de su pareja.
• Preocuparse por entender al otro suele ser una buena estrategia para evitar el conflicto. Comprender es el primer paso para aceptar.
• Si el problema se le salió de sus manos o perdió el norte, no dude en buscar ayuda a través de un sicólogo, un siquiatra, un entrenador en programación neurolingüística o un sicoterapeuta. Encuentre la alternativa con la que más se identifica.
• Una vez supere su problema y se haya restablecido la paz en el hogar, indague con un especialista sobre la posibilidad de que su hijo reciba tratamiento para ayudarle a soltar los procesos emocionales que vivió. Usted puede ser de gran utilidad con su ejemplo.
* Especial para ABC del bebé