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Asustar no es una forma de enseñar

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Un juego muy común y de los primeros que se realizan entre padres e hijos es el escondite, probablemente tú ya lo has disfrutado junto con tu pequeño. Para los psicólogos, la dinámica de esconderse y asustar al niño, le causa sorpresa y emoción. “Es una lúdica que sucede naturalmente, cuyo efecto favorece el desarrollo psíquico, cognoscitivo y social. En estas condiciones, asustarlo se manifiesta como un juego espontáneo que él disfruta”.
Pero, ¿qué sucede cuando se asusta con otra intención, para tratar de cambiar una conducta? Por ejemplo, al utilizar frases como ‘si no te comes todo, va a venir el coco y te va a llevar’ o ‘si no obedeces te voy a regalar’, podrías pensar que son palabras inofensivas y que funcionan a la hora de educar a los pequeños.
Sin embargo, según expertos, introducir temores que el niño no disfruta puede ser muy trágico para él, y ocasionarle consecuencias negativas que son nocivas para su desarrollo. Para la psicóloga Andrea Marcela Carrero, los adultos creen erróneamente que asustar a los niños es una buena estrategia para formarlos.
“Piensan que a través del miedo se puede corregir algún comportamiento. En muchos casos, quienes usan estos sentimientos para producir una conducta deseada, los han experimentado en su propia crianza y validan esta práctica como eficaz”, dice la profesional.
Este mecanismo es utilizado por muchas personas, como padres, cuidadores, familiares, amigos y profesores, que no miden las consecuencias y los llenan de miedos, afectando su desarrollo emocional.
Estos miedos se promueven, según lo dicho por los entrevistados, como herramientas de control, para corregir conductas y fortalecer la personalidad del niño. En estas situaciones generalmente se recurre a personajes reales o irreales, como animales, figuras fantásticas e incluso modelos de autoridad.
La sensación de miedo es innata en el ser humano, es una respuesta predeterminada de supervivencia. El médico experto en procesos cognitivos, Carlos Aparicio, explica que cuando se está asustado se experimentan sensaciones incómodas y desagradables, tanto a nivel psicológico, como físico.
“Por ejemplo, el organismo manifiesta el miedo a través de la hormona cortisol, porque esta se eleva y genera una mayor sensación de estrés, que no permite el funcionamiento adecuado del cerebro y puede causar problemas en la concentración, dolores de cabeza y estómago, ente otros”, dice el doctor Aparicio.
Psicológicamente hablando, se promueve la inseguridad, una baja autoestima, la desconfianza, la dependencia y la impotencia en el manejo de situaciones sociales que pueden ser normales.
Cuando los miedos son infundados, se generan ansiedades innecesarias, se puede distorsionar la capacidad para identificar los estímulos que generan un verdadero temor, y propiciar sensaciones negativas sobre situaciones o figuras que no deben inspirarlo. “Cuando se le dice a un niño que si no come o se porta mal se lo lleva la policía, se confunde frente a lo que ese organismo de autoridad debe representar para él”, explica Carrero.
La principal consecuencia de esto es que, a largo plazo, el niño aprenderá a obedecer por miedo, no porque realmente haya comprendido las normas y pautas de lo que es correcto.
Para Ruth Andrea Rivera, psicóloga de la Fundación Dando Vida a tus Sueños, cuando se promueven estas emociones en los niños, “una experiencia crítica y dolorosa queda registrada automáticamente en el centro de la memoria del niño, a partir de ese momento, continuamente se están generando miles de pensamientos negativos y conflictos emocionales que pueden resultar en ansiedad y depresión”.
Ante esto, las psicólogas explican que en la infancia las cosas no se dimensionan de igual manera que en la vida adulta, por esta razón, los niños creen que con lo que se les amenaza puede suceder en realidad, porque fantasean mucho más y pueden sobredimensionar las cosas.
La mayoría de los miedos cambian con cada etapa del crecimiento del niño y van disminuyendo a medida que aumenta su capacidad cognitiva. Pero si los miedos empiezan a interferir en sus actividades cotidianas y se prolongan en el tiempo, lo ideal es consultar con un profesional que le ayude a entender la situación y oriente en la solución.
El papel de los adultos en este proceso es clave, pues son quienes aportan confianza al menor y le ayudan a desarrollar su autoconfianza e independencia. Por esta razón es importante que el niño se sienta protegido en su entorno, no amenazado.
La psicóloga Rivera dice que el primer paso para lograr un ambiente seguro es “como adultos, corregir los errores. Es un proceso que toma tiempo, pero es necesario eliminar todo tipo de palabras negativas, miedos y conflictos emocionales que sus actos hayan causado”. Es recomendable desmitificar aquellos temores asociados a personas o eventos que no tienen una base de realidad, pues el niño debe aprender a distinguir las situaciones que realmente puedan causarle daño.
Es necesario escucharlos, aclarar sus dudas, no ridiculizar sus miedos y, sobre todo, no someterlos a situaciones que les generen ansiedad, pues los niños deben afrontarlos con tranquilidad y en sus propios tiempos. También es importante un manejo asertivo del lenguaje, con palabras que él pueda comprender en un tono de voz sereno.
La psicóloga María Carolina Sánchez explica los miedos de los niños:

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