Hay muchas dudas tras el encuentro entre el presidente Gustavo Petro y el alcalde Carlos Fernando Galán sobre si vaya haber mayores avances frente al tema.
No quisiera ser aguafiestas, pero dudo mucho que tras el encuentro entre el presidente Gustavo Petro y el alcalde Carlos Fernando Galán vaya a haber mayores avances frente al tema del hospital San Juan de Dios.
La última reunión entre ambos mandatarios, qué curioso, estuvo precedida por un sinnúmero de desencuentro y señalamientos entre ambos. Hasta debate político le hizo el petrismo a Galán en el Congreso por el tema de las lluvias el año pasado. Luego vinieron las indirectas por el tema del racionamiento de agua y los incendios. Y ya antes habían tenido otros desencuentros por temas que ni siquiera tenían que ver con Bogotá, sino con Venezuela, por ejemplo.
Y ahora que se avecina la campaña presidencial y comienzan las expectativas por el Congreso y por quiénes empiezan a sonar para la Alcaldía (¡y aún faltan tres años!), nadie quiere perder oportunidad para pescar en río revuelto e irse posicionando a costillas de los papayasos de la istración y las emergencias que se puedan presentar.
El caso del San Juan de Dios bien podría prestarse para todo eso. Pero digamos que no, que realmente hay un tema de fondo y sincero que realmente preocupa. ¿Cuál? ¿Por qué la obsesión con una infraestructura que parecía tener ya resuelto su futuro después de décadas de polémicas, crisis y abandono?
El San Juan es –guardadas proporciones– como esas cosas viejas que tenemos en casa y de las cuales no queremos salir. Por más trasteos que hagamos, siempre nos acompañarán. Así sean un estorbo o no tengamos espacio para ellas, la simple nostalgia y el apego a los recuerdos hace que las mantengamos hasta el final de nuestros días.
Pareciera haber consenso en que al San Juan hay que salvarlo, rehabilitarlo, modernizarlo y volverlo funcional. La pregunta es cómo hacerlo, a qué costo y quién asume el precio de la obra y de la demanda en ciernes.
Lo que durante muchos años se conoció como el hospital de La Hortúa, todo un referente de la Bogotá de antaño, esos 24 edificios, pero sobre todo su torre central, fueron un símbolo para la ciudad. Un símbolo de lo bueno y lo malo. Fue el centro de atención más antiguo de la región (400 años); el que prestó servicios a los más pobres, el que albergó a los científicos más tesos de la época y formó a eminentes figuras de la medicina y la ciencia del país. El San Juan de Dios resistió los embates de la historia e intentó superar las sucesivas crisis financieras que siempre lo tuvieron al borde de su cierre definitivo. Hasta que cerró, hace casi 30 años.
Hospital San Juan de Dios. Foto:Archivo particular
Desde entonces, ha habido una intensa puja por el mejor destino para esa mole de 24 edificios. Pareciera haber consenso en que al San Juan hay que salvarlo, rehabilitarlo, modernizarlo y volverlo funcional. Y aunque se están adelantando trabajos en ese sentido y ya se han entregado incluso algunos edificios restaurados, la torre central se convirtió en tema de discusión entre el Presidente Petro y el Alcalde Galán.
A pesar de que varios estudios indicaron en su momento que dicha torre no representaba patrimonio cultural alguno y por ende se aprobó su demolición para construir una nueva edificación, el Ministerio de Cultura piensa otra cosa. Para la entidad y para algunos expertos, la torre central no es solo un símbolo de la historia nacional y sus avances científicos sino un patrimonio sentimental para los bogotanos, lo que quiera significar eso.
Al final de cuentas y de forma unánime, el Gobierno dio por terminado el contrato con el consorcio a cargo de los trabajos y dejó a la ciudad expuesta a una multimillonaria demanda.
Mucho me temo que el tema patrimonial y de valor histórico ha pasado a un segundo plano y se convirtió en una batalla política y en un afán presidencial por ganar un pulso con sus detractores. Pero supongamos que no es así. Y que la más reciente reunión entre Presidente y alcalde tiene el loable propósito de arreglar las diferencias. De acuerdo, ¿pero cómo? Para el Alcalde cualquier rehabilitación que se haga a la torre costará miles de millones de pesos que la ciudad no tiene. Y el Presidente insiste en su conservación. Para llegar a un consenso, se crearon mesas de trabajo y se acordó presentar alternativas que permitieran destrabar las diferencias. Infortunadamente, desde la Casa de Nariño se ha dicho que lo que hay que hacer es lo que allí se pide. Y sobre la demanda para Bogotá, pues nada por ahora. Mejor dicho, todo vuelve a empezar a la espera de nuevas reuniones.
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