La literatura es un juego tan maravilloso para un escritor que un personaje, que acompañó durante varias horas y días a un lector, muchas veces tiene un origen que nadie se puede imaginar. Es más, ese protagonista puede no parecerse en absoluto a la persona de la vida real que lo inspiró.
El escritor Plinio Apuleyo Mendoza contaba, por ejemplo, que una de las hermanas de Gabriel García Márquez, cuando terminó de leer 'Cien años de soledad' exclamó: “¡Niña!, Gabito sí que ej’ chij-moso”, porque sintió que muchos de los inolvidables personajes eran sus abuelos, hermanos, tíos y primos.
El origen de Hermenegildo Seisdedos, el protagonista de la primera novela del fotógrafo y escritor bogotano FelipeLondoño, 'La última mano de Seisdedos', tiene un origen muy peculiar.
En 1998, Londoño estudiaba cámara e iluminación para cine en Madrid (España). En esa época se lanzó a escribir y dirigir un cortometraje, que experimentaba con una adaptación contemporánea de Caperucita Roja. “Caperucita entraba en un bar y se enfrentaba a un lobo que no era malo, que estaba ciego y al que su discapacidad lo llevaba a hacerle ciertos comentarios a la joven, que, a través de los ojos de una Caperucita engreída y vanidosa, lo hacían ver como un ser perverso”, recuerda Londoño.
Ese personaje “maravilloso” del lobo –dice– fue interpretado por un gitano, muy alto, delgado casi hasta los huesos, un hombre que Londoño encontraba temeroso, pero revestido de una “belleza particular, un personaje como de cómic”. “Este personaje terminó quedándose conmigo y convirtiéndose en este asesino gitano, Hermenegildo Seisdedos, que adopta su nombre del que en ese momento era el director de una famosa escuela de negocios de Madrid”, anota.
Pues bien, al saltar al territorio literario, esa alocada mezcla del gitano con el nombre del correcto director de la escuela de negocios española dio como resultado un crudo asesino gitano, adicto al alcohol, que acompañará al lector a lo largo de 184 páginas.
Hermenegildo Seisdedos, el protagonista de la novela, es un borracho que se encuentra al borde de la indigencia a causa de la bebida. Ya sin plata, regresa al negocio criminal, cuando recibe un encargo de un esmeraldero colombiano. “Para matar a Dominga, una mujer que se encuentra en Madrid buscándose la vida leyendo el tarot, tiene que someterse a la tortura que le genera dejar de beber de la noche a la mañana. En esta búsqueda, que en principio él cree es un encargo de sangre más, lo acompañan víctimas de su pasado que conviven con él desde tiempo atrás”, explica Londoño.
La novela es publicada por Planeta. Foto:archivo particular
En la trama aparecen, entre otros personajes, el fantasma de un ‘gomelo’ español, una prostituta búlgara y otros que murieron como parte de un tremendo prontuario que marca con sangre las huellas de un reconocido profesional del negocio de la muerte por encargo.
Londoño, que comenzó a escribir esta novela hace más de 20 años, tuvo claro siempre que, a pesar de los cambios que fuera sufriendo su historia, luego de los consejos de varios editores y lectores amigos, nunca cedió en dos objetivos que se había trazado: explorar al máximo la maldad y “oscuridad” del protagonista, y hacerlo dentro del género de novela negra.
Su pretensión al mantenerse en este género no era para resolver el crimen, sino para acompañar al asesino a cometerlo. “En la novela negra siento que es más importante contar la historia que transmitir lo que hay detrás de ella. Este género es de una especial riqueza que me permite envolver al lector en atmósferas, en lo visual, en lo estético que tanto me interesa en la literatura y en las artes”, explica. Esta idea tiene de paso una clara conexión con el cine, otra de las pasiones de Felipe, que tuvo como referencia mientras escribía, las novelas de vaqueros “cortas y baratas”, que su abuelo cargaba en el bolsillo de su camisa: las de Marcial Lafuente Estefanía, y varios “spa-ghetti westerns”.
También llegaron a la cabeza de Londoño las cintas de Tarantino, la estética de Robert Rodríguez en 'Sin City' y el “coolness” de los asesinos de Oliver Stone en 'Asesinos por naturaleza'. Y escritores contemporáneos como el detective Mario Conde, hijo de la “pluma maravillosa” de Padura y “el extraordinario” policía que es el Zurdo Mendieta en las novelas del mexicano Élmer Mendoza.
El autor aprovecha para pensar cómo imaginaría La última mano de Seisdedos en el cine: “Extraña, incómoda como las buenas películas de Guy Ritchie, con el manejo del tiempo y de la luz de 'Only Lovers Left Alive', de Jarmush, y la dirección de personajes exagerada de Tarantino”.
Al reflexionar sobre la idea de la maldad, tan presente en el libro, no solo a través de su protagonista, sino en el resto de historias, Londoño piensa en esa necesidad de una comunidad como la gitana, que concibe la pena de muerte como parte de sus leyes.
“Hermenegildo viene siendo un profesional que se permite perderse en un negocio macabro, que se le abre de piernas al que no siente empatía alguna con sus víctimas, al que no sabe qué es el remordimiento. Un hombre que no posee capacidad de introspección, un sicario espectacular, como el personaje de Jean Reno en El perfecto asesino”.
Las reflexiones morales se las deja al lector, dice Londoño, y aprovecha para reflexionar sobre ese encanto particular que tienen los personajes oscuros. “Hermenegildo es una construcción que me permite bailar a diario con el demonio y no pestañear cuando me mira. Esta oscuridad de Hermenegildo me permite como narrador el humor negro, que es una herramienta ácida que recomiendo a todos para el sano equilibrio de la consciencia en todo ser humano. No todo lo que se cuenta debe ser políticamente correcto, en la ficción, el mal abre mejor que nadie una puerta que me permite hablar de las cosas desde una visión más cruda, desde un estoicismo divertido, desde una oscuridad muy atractiva y bella a su manera”.
Otra de las herramientas narrativas que le aportan a la historia de Londoño estructura y ritmo son los fantasmas que acompañan a Hermenegildo.
“Terminaron siendo, eso sí, una herramienta fantástica para contar varias tramas en una sola novela, y para ayudarme a contar la historia de un hombre que casi no habla, que no se cuenta nada a sí mismo, que casi no reflexiona, excepto en la practicidad de su oficio, y que, por primitivo, podría haberse convertido en un personaje aburrido”.
Su personaje preferido de la historia, por paradójico que parezca, no es el protagonista. “Le tengo un especial cariño a la prostituta búlgara. Siempre que me la imaginaba me parecía una delicia de mujer, con un carácter fuerte y decidido, que me parece sexi en extremo. Me gustan las mujeres empoderadas, las que acojonan con su presencia. Me parece que acompaña muy bien a Hermenegildo y fue un personaje que con el tiempo tuvo gruesas transformaciones; una prostituta que nunca me cobró nada y me lo dio todo por años”.
Londoño está radicado en México y el primer ejemplar del libro llegó a la casa de sus padres. Su hermana, a través de una videollamada, empezó a bromear mientras abría la caja que le había enviado la editorial.
“Mi hermana disfrutaba sacando lo que para mi familia, y para mí, era una gran sorpresa de la vida, ese día, en casa de mis padres: yo, Felipe Londoño, a mis 51 años, ahora también era escritor. Entonces descubrí que uno escritor no es el que escribe, sino el que publica”, concluye.
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