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EE. UU. - Rusia, bases de un entendimiento anunciado

La apuesta de Trump se basa en el supuesto de que el peor error es permitir una alianza Moscú-Pekín.

El presidente ruso, Vladímir Putin (i), y el expresidente estadounidense Donald Trump (d), en una fotografía de archivo. EFE/ Jorge Silva/Pool Foto: EFE

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Hace solo una semana, Donald Trump anunció que acababa de tener una muy productiva entrevista virtual con su colega ruso, Vladimir Putin. El hecho de que los dos líderes hablaran de la guerra de Ucrania no es sorprendente en sí mismo, pues fue dicho muchas veces durante la campaña de Trump, y en numerosas entrevistas.

Presidente de los EE. UU., Donald Trump. Foto:AFP

Según el presidente de Estados Unidos, fue "una larga y productiva" entrevista de hora y media. Se trataron, al parecer, entre los dos líderes, temas como Ucrania, y según el mismo Trump, "el Medio Oriente, energía, inteligencia artificial, el rol del dólar en el mundo y otros asuntos". Es decir, numerosos temas de la agenda global y bilateral. Ha comenzado pues el germen de una nueva relación entre las dos potencias enemigas de la vieja Guerra Fría.
entrevista de hora y media. Se trataron, al parecer, entre los dos líderes, temas como Ucrania, y según el mismo Trump, el Medio Oriente, energía, inteligencia artificial, el rol del dólar en el mundo y otros asuntos
En cuanto a Ucrania, Trump encomendó a cuatro personas de su confianza iniciar conversaciones con Rusia para dar fin a la guerra, que lleva ya tres años. Los funcionarios son el secretario de Estado, el director de la CIA, el consejero de Seguridad Nacional (que en EE. UU. es seguridad internacional) y Steve Witkoff, enviado especial a Medio Oriente y ahora a Moscú. Hay también un enviado para el tema ucraniano, pero ha jugado, al parecer, un papel secundario. Los tres altos funcionarios y el enviado personal parecen tener instrucción directa de Trump para mostrar resultados en muy corto plazo. Al parecer, no le satisfacen a Trump los tiempos del Departamento de Estado.
En las conversaciones iniciales de esta semana en Arabia Saudí, el mundo ha podido ver al secretario de Estado, Marco Rubio, y dos enviados especiales más de Trump; y en el otro lado de la mesa, dos delegados por el Gobierno ruso: el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, y el director de Asuntos Políticos, es decir, los dos diplomáticos más avezados de Rusia.

El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio. Foto:EFE

Probablemente veremos como resultado no solo la reactivación de embajadores a cargo de las legaciones de los dos países en Washington y Moscú, ante todo habrá una hoja de ruta que comience por acuerdos básicos iniciales sobre Ucrania. Además, es claro que una reunión próxima quizá en Arabia Saudí, que será tan histórica como las primeras entrevistas Ronald Reagan-Mijail Gorbachov en su momento, en Islandia y Ginebra.
También es un hecho que EE. UU. vete el posible ingreso de Ucrania a la OTAN, si bien la aproximación a la Unión Europea como tal parece ser un tema menos tabú que depende exclusivamente de los europeos. Todo indica que las dos potencias impondrán una convocatoria a elecciones en Ucrania (atrasadas luego de un par de años) para después del cese de hostilidades. Trump ya lo mencionó expresamente el lunes.

“Tierra por paz”

En el fondo, el precio que el gobierno de Zelenski podría pagar puede ser “tierra por paz” (quizás una quinta parte del país), más la obligación de exportar “tierras raras” a EE. UU. como pago por la ayuda recibida estos años. Ucrania ganaría estabilidad, inversiones para su reconstrucción, el cese del desangre humano y económico, y quizás el ingreso a la Unión Europea.

El precio que el gobierno de Zelenski podría pagar puede ser “tierra por paz”. Foto:EFE

Para que el asunto sea sostenible debe haber compromisos importantes de EE. UU. y Rusia: quizás, que Washington no avance más en la ampliación de la OTAN hacia el Este, y que Rusia se comprometa a no intentar operaciones militares contra sus países vecinos en Europa. 
La fuerza de disuasión entre las dos potencias probablemente vaya a ser la única garantía real del cumplimiento de los acuerdos. El corolario no siempre explícito es el mutuo reconocimiento de áreas de influencia del otro país.
Los europeos piensan de manera diferente, pero no parecen tener ni el pulso ni los medios militares y financieros para contrarrestar un entendimiento entre los dos gigantes. La opinión de los gobernantes europeos es en este caso menos relevante de lo que ellos quisieran reconocer.
Pero Ucrania es solo el comienzo de un acercamiento entre EE. UU. y Rusia, que iría acompañado de otros asuntos de la agenda internacional. Veamos por qué. Si lo entendemos, tendremos clara una parte del próximo futuro: la posición de Trump en materia estratégica es más coherente de lo que algunos piensan; se basa en dos planteamientos conceptuales. El primero viene de Henry Kissinger, el exsecretario de Estado y exconsejero de Seguridad Nacional de EE. UU. Su visión del destino de su país era muy semejante a la primada del Imperio austrohúngaro en Europa, luego del Congreso de Viena de 1815, tema al cual dedicó su tesis de doctorado en Harvard.
La idea es que para el siglo XX (y luego lo dijo para el XXI) concebía un equilibrio global con varias potencias, pero con una primacía de Estados Unidos, garantizada mediante la economía y una red de alianzas políticas e incluso militares que se extendieran alrededor de los países limítrofes con Rusia, desde Europa hasta el Pacífico asiático.
La idea es que para el siglo XX (y luego lo dijo para el XXI) concebía un equilibrio global con varias potencias, pero con una primacía de Estados Unidos, garantizada mediante la economía
En esa concepción, cada gran potencia tendría un área de influencia propia: EE. UU., en América Latina y el gran Caribe, pero también en Europa; algunos países europeos, en especial en África; Rusia, en su área inmediata, al viejo estilo del mapa de la Rusia de los zares, que era más extensa que la Unión Soviética.

Error estratégico

Esa concepción de equilibrio global con áreas de influencia de las grandes potencias insistía en la idea de que Occidente había cometido un error monumental al haber querido avanzar la OTAN hacia el Oriente. Ello terminaría (decía Kissinger) alterando el equilibrio y causando conflictos innecesarios. Donald Trump comparte plenamente esa visión.
La otra idea estratégica contemporánea se debe a John Mearsheimer, profesor de la Universidad de Chicago. A diferencia de Kissinger, que durante casi toda su vida impulsó el mantenimiento del statu quo con Rusia y eventualmente de áreas semejantes con China, Mearsheimer ha ido más allá en sus planteamientos: sus elaboraciones posteriores a la disolución de la Unión Soviética lo llevaron a promover procesos de avance escalonado de la Otán hacia el este.

Kissinger durante casi toda su vida impulsó el mantenimiento del statu quo con Rusia. Foto:AFP

Pero ninguno de los dos pensó en el componente ucraniano. Siempre asumieron que era una provocación innecesaria que haría despertar al Oso ruso de su letargo luego de los noventa. Kissinger fue el promotor del acercamiento de EE. UU. a China desde los años setenta, por una razón estratégica de fondo: tener una cooperación importante con China era un paso hacia reformas económicas en ese país, y podía ser la estrategia apropiada para alejarla de la Unión Soviética. Esa estrategia, aplaudida más tarde por Mearsheimer, estuvo vigente hasta comienzos de la istración Trump 1.0.
Pero China se ubicó desde comienzos del siglo XXI como la segunda potencia económica global. Los gobiernos chinos de los últimos 30 años impulsaron políticas muy ambiciosas de desarrollo económico y en especial de ciencia y tecnología, lo cual la ha convertido en la mayor potencia militar de Asia (excepto la parte rusa). Como sucede con algunos casos, la garantía de su propia seguridad puede ser percibida como un problema para sus vecinos y otros países.
Por ello es que Trump, desde su primer gobierno, quiso invertir la ecuación: en su momento afirmó (siguiendo a Kissinger y Mearsheimer) que lo pertinente ya no era neutralizar a Rusia, sino a China. Lo procedente, pues, para Trump es acercarse a Rusia. ¿Por qué? Porque comparte con los autores que el peor error de política exterior y de estrategia global que podía cometer EE. UU. era propiciar una aproximación entre China y Rusia. La idea entonces era cambiar: aproximarse a Rusia para neutralizar a China, y no a la inversa.
Ello explica la oposición radical de Trump a la actuación de Biden en favor de Ucrania. Ahora, con mano libre, pues tiene el dominio de las autoridades militares y de inteligencia, más el Congreso y la Corte Suprema, ha iniciado esa aproximación a Moscú, que espera que cambie toda la ecuación estratégica que existió en EE. UU. durante cerca de 50 años y una decena de presidentes.
Es parte del espíritu refundacional de Trump. Qué tan sostenible sea, lo definirán acontecimientos internos e internacionales. Por ahora, se trata de una decisión muy coherente desde la perspectiva de esa nueva corriente. No parecen estar improvisando. Sería ingenuo asumirlo así.
Es parte del espíritu refundacional de Trump. Qué tan sostenible sea, lo definirán acontecimientos internos e internacionales. Por ahora, se trata de una decisión muy coherente desde la perspectiva de esa nueva corriente. No parecen estar improvisando. Sería ingenuo asumirlo así.
Ph. D. escritor, profesor de relaciones internacionales y analista.

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