De todas las noticias que ha producido el Presidente en sus casi tres años de gobierno, la más importante puede ser que no lee Twitter. Y no es que Duque sea irrelevante, lo que pasa es que es un ser tan aislado que ni quita ni pone, más allá de que sus decisiones sean determinantes para el país. Nadie lo ve ni sabe en qué anda, prácticamente se ha convertido en un mito. Se ha alejado tanto de la gente que un día nos van a decir su nombre y no vamos a saber de quién se trata.
Y es clave saber que no lee Twitter porque así se entienden muchas de sus actitudes. Hasta siete veces pidió en una entrevista reciente que no le leyeran trinos cuando le propusieron contarle lo que decía Uribe en dicha red social. Y lo decía asustado, con el miedo escénico de quien saca su cabeza del hoyo después de haberla tenido sumergida durante mucho tiempo y sabe que no va a salir bien librado.
Y, aunque fue apenas un breve segmento de la conversación, se trató al mismo tiempo de una de las pocas declaraciones con contenido en sus más de treinta meses de gobierno. Es que se nota que no sabe cómo se maneja Twitter (ya no digamos el país), porque cada uno de sus mensajes es una plantilla repetida, un lugar común, un hilo de palabras vacías que no se apegan a la realidad de sus gobernados. Mientras Colombia va a un ritmo, el Presidente va al suyo; y eso que se precia de ser músico.
Iván Duque es como un dictador democrático. Es decir, no va a alargar su período, no se va a ir contra el sistema ni a hacer un golpe de Estado, pero anda muy a su bola, mirando hacia el lado contrario del que se le pide que proponga soluciones. Y no se sabe si es cobarde o arrogante, o ambas y en qué porcentajes. Ignoramos si ha ordenado a sus subalternos que no le informen ciertas cosas, o si ellos han decidido no hacerlo para proteger sus puestos. También existe la posibilidad de que desoiga las críticas y solicitudes porque crea que lo está haciendo de maravilla.
Yo me voy a arriesgar con un veredicto: creo que le importamos un carajo, que está seguro de que va por el camino correcto y de que nosotros no entendemos lo que está tratando de hacer. Creo, también, que sabe que se ha equivocado, pero también le tiene sin cuidado, a estas alturas solo quiere acabar sus cuatro años y que lo dejemos en paz.
Duque me apasiona, debo confesarlo, me he obsesionado tanto con él que solo de Messi y de mis padres he escrito tanto. Y a diferencia de quienes se quejan, yo sí agradezco que tenga un espacio diario en televisión. No solo porque me encante lo más cutre de la parrilla, sino porque es la mejor forma, la única, de analizarlo. Es que es un personaje tan misterioso. Existe la posibilidad de que sea plano y no tenga mucho para analizar, pero yo insisto. A diario me pregunto cómo saldrá en el próximo capítulo, y que sea peor presentador que presidente me sirve porque no sabe ocultar sus emociones, entonces la forma como conduce el programa está directamente relacionada con su estado de ánimo.
A veces sale con ojos tristes y voz decaída, como diciendo ‘Odio mi trabajo, sáquenme de aquí’. Otros días se lo ve animado. Es elocuente y habla rápido, como narrador de fútbol, e incluso apela a sus cada vez más recurrentes frases de cajón. En otras ocasiones se lo ve fastidiado, y aunque no sea abiertamente agresivo, su molestia se vuelve evidente cuando se dirige a sus subalternos, el equivalente a Krusty y sus leales Patiño en Los Simpson. Me he enganchado tanto a su programa que el otro día quise ver los Óscar para comentarlos en Twitter y no pude decir nada. Es que no he visto ninguna de las películas nominadas. De hecho, ya no veo nada, ni Tu voz estéreo ni La rosa de Guadalupe; lo único que he visto durante el último año ha sido Prevención y acción.
Adolfo Zableh Durán