‘La vida de Chejov’

Es una inmersión ambiciosa, que abarca desde la infancia de Chejov en Taganrog hasta su muerte.

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La vida de Chejov es la única biografía que escribió Irene Nemirovsky (Kiev, 1903-1942, Auschwitz); fue una experiencia intensa, pues la autora de La suite sa, Ardores de la sangre y David Golder, se miró ante un espejo y en sus múltiples reflejos configuró una vida y se acercó a su veta más profunda: la literatura.
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La documentación sobre la vida de Chejov es copiosa. Es una inmersión ambiciosa, que abarca desde la infancia de Chejov en Taganrog, una ciudad levantada frente al mar, bulliciosa y comercial, que tuvo su declive cuando desapareció el puerto. Su padre, Pável Egoróvic, fue un campesino recio y autoritario, piadoso, pensaba que “dios mismo mandaba ser fuerte y hacerse temer”. Su madre, Yevgeniya, era callada, amorosa y se encargó de vestir y alimentar a sus seis hijos. Antón era delicado, de buen humor, en un entorno áspero. Durante su vida anhelará el tañido de las campanas y los cementerios, donde los cerezos en verano dejan caer sus frutos sobre las cruces como “gotas de sangre”. Su primer o con el arte fue el teatro. Luego, con sus hermanos fundó un periódico, El Tartamudo, donde Chejov inició su carrera literaria. Aborrecía los discursos filosóficos, y su escepticismo lo llevó a buscar su propio camino.
Nemirovsky ilustra el trasfondo de su época: la abolición de la servidumbre, la mitificación del campesinado, el proteccionismo, el individualismo, el perfeccionamiento de uno mismo, que afianzó Tolstoi. La tuberculosis lo agobiaría hasta su muerte: en 1883 escupió sangre, “en esas hemorragias hay algo amenazante, como en las llamas de un incendio”, diría. La escritora define su trasegar narrativo: “En su arte había tanto de reflexión y voluntad como instinto. Sencillez, concisión y pudor: he ahí lo fundamental”. Y recuerda las palabras de Chejov: “He escrito mis cuentos en un estado de semiinconsciencia, sin preocuparme en absoluto del lector ni de mí mismo”. La literatura le dio la inmortalidad, y el teatro, el éxito. Nemirovsky realiza un agudo relato de dos actrices claves en la vida de Chejov; Olga Knipper, que fue su esposa, y Vera, la actriz que interpretó el papel de Gaviota. Antón muere a los 44 años en Alemania, luego de saborear un champán. Una mariposa salió por la ventana con su alma. “Morimos tan solos como hemos vivido. Ni el amor ni la amistad pueden aliviar esa soledad”, remata Nemirovsky.
ALFONSO CARVAJAL

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