Opinión

Allende

Somos una suma de investigadores investigados, de megalómanos capaces de victimizarse en un país de diez millones de víctimas. Colombia es un antagonismo inútil.

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Mucho me temo que al mundo le da igual. Pero como todo país es una parábola sobre lo humano, como el Presidente ha pedido que se le explique a la comunidad internacional por qué la investigación del CNE es el comienzo de un golpe de Estado, quizás venga al caso traducirles a los extranjeros la Colombia de estos días. Podría uno decir, querida gente de afuera, que el protagonista de la trama es el traumatizado jefe del Estado: no sólo porque desde el puro principio, acuartelado en una cabeza que confunde mito con historia, le ha vaticinado un final trágico a su mandato –y ha colgado en su despacho un retrato del mártir chileno Salvador Allende–, sino porque su presidencia necesaria e irrevocable ha sido una prueba tanto para los nervios como para los principios democráticos de la nación. Podría uno decir, en fin, que el protagonista es Petro, pero que esta no es la historia de su golpe, sino de un país abandonado a su suerte.
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Qué pasa aquí: que esta semana, ante la noticia de que el mediocre CNE investigará su campaña por volarse los topes, la ira profana del Presidente declaró "ha comenzado el golpe de Estado", "el presidente llegará hasta donde el pueblo diga", "no importa mi vida", "cinco politiqueros pagos no van a hundir la democracia", "llegó el momento de moverse", "no hubiera querido que fuera así: lo advertí, pero no reaccionaron", "si nos tumban, vamos por el poder", frente a un puñado de colombianos indignados, confundidos, hartos. Queridos lectores foráneos: Colombia es tierra de campañas sórdidas, de oposiciones brutas, de expertos en letras menudas, de demócratas siempre y cuando estén lejos del poder, pero este caso es el colmo porque la ponencia que habla de cargos contra Petro –una jugada política en jerga jurídica– viene firmada por un magistrado uribista que está siendo investigado por compra de testigos.
Colombia se extiende allende con la ilusión de que nadie más sea sacrificado para probar el punto de algún líder de paso.
Con ustedes, damas y caballeros de otras partes, un país en el que el presidente azuza a su gente porque la oposición empobrecida no está investigando su campaña, sino toreándolo a él.
No hay que salir a la calle, sin embargo, porque no va a haber golpes, ni va caer nadie ni va a ir esto más allá de infame revoltijo de Patria Loca. No es el momento de moverse, gente de otras lenguas, de otras culturas, de otras maneras de dar forma a la rareza de vivir, sino de quedarse quieto ante el espectáculo terrible de la pequeñez disfrazada de grandeza: de estas superioridades morales, de izquierda a derecha, que son lo contrario de la compasión. Colombia es, como tantos países de hoy, una nación a lado y lado de una zanja, el violento fracaso de la comunicación, y entonces somos una suma de investigadores investigados, de megalómanos capaces de victimizarse en un país de diez millones de víctimas. Colombia es un antagonismo inútil. Y alinearse con los que bombardean barrios o con los que abandonan a la suerte es servirle al horror.
Qué desgaste. Debajo de las superioridades morales, que niegan al que no se pliegue, queda un país en guerra, un país de almas en pena y cuerpos sin alma: 121.659 desplazados, 71.000 sitiados por los combates, 141 líderes asesinados, 49 masacres en los que va de 2024 según la ONU e Indepaz. Debajo de las noticias, que tratan de seguirles el paso a "las reformas", está el angustioso día a día de toda la gente. Debajo de la propaganda, que juega a evitar un "pinochetazo" con un "bogotazo", está la incapacidad de ponerse en el lugar de los ciudadanos: la incapacidad de reconocer a los verdaderos protagonistas de la trama. Así que sí. Sí hay que contar afuera la historia de Colombia. Colombia se extiende allende con la ilusión de que nadie más sea sacrificado para probar el punto de algún líder de paso.

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