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De lo vital a lo viral
Hoy, muchos medios, en vez de imponer la tendencia, se suman a las tendencias de las redes sociales.
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Sé que está un poco largo este preludio, pero es que fue también en esa época y en ese contexto cuando empecé a oír en seminarios, talleres y conferencias una teoría según la cual, para sintonizarse con el público, era indispensable averiguar de qué estaba hablando la gente en la calle. Sabiendo eso, los medios debían abordar esos temas de conversación, si querían estar en la jugada. En otras palabras, con el fin de mantener cautivos a los lectores, oyentes y televidentes, había que darles gusto. Y, para lograr el objetivo, cada medio aplicaba esa receta adaptándola a su estilo –dependiendo de los criterios y los recursos a su alcance–, fórmula que funcionó durante un buen tiempo con relativo éxito.
Sin embargo, la aparición de internet, primero, y el surgimiento de las redes sociales, en segunda instancia, causaron un sismo de grandes proporciones, del que aún no se recuperan los medios ni los periodistas –ni cierta parte del público–, pues las audiencias no solo dejaron de consumir lo que los medios ofrecían sino que también se convirtieron en productores de contenido.
Deberíamos preguntarnos si les estamos dando una importancia excesiva a los que vociferan, maldicen, insultan o siembran la zozobra desde la virtualidad.
Pasados casi cuarenta años, es preocupante ver cómo aquellos ruidos que producían las máquinas de escribir, los télex, los timbres de los teléfonos y los gritos de extremo a extremo de las salas de redacción han sido reemplazados por la estridencia de las redes con sus fake news, los linchamientos, los retos absurdos –y en ocasiones fatales–, la pornografía infantil, las cancelaciones, el matoneo y las formas más insólitas de estafa y otras conductas inaceptables, cometidas en medio del anonimato y de la falta de regulación de las plataformas sociales.
Así las cosas, deberíamos preguntarnos si les estamos dando una importancia excesiva a aquellos que –independientemente de su cargo, del número de seguidores o de su nivel de influencia– vociferan, maldicen, insultan o tratan de sembrar zozobra desde la virtualidad. ¿Valdrá la pena darles gusto a los que nos roban la tranquilidad a punta de mensajes de odio, de intolerancia o de pesimismo? ¿No sería mejor dejarlos hablando solos?
puntoyaparte@vladdo.com
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