Como todas las mañanas, tomaba una taza de café mientras pasaba por los medios que suelo leer. De pronto me detuve en una noticia que capturó mi atención, y mis ojos saltaron como en los dibujos animados. El titular mencionaba el nombre de una persona que conocí hace un tiempo, acusándolo de ser un agente secreto del Gobierno cubano. No lo podía creer.
Lo conocí hace veinte años, un amigo en común nos presentó. Entonces yo acababa de graduarme de un doctorado en relaciones internacionales y estaba explorando opciones laborales. Cuando le conté a mi amigo hacia dónde se inclinaban mis preferencias, me dijo: tiene que conocer a Manuel Rocha, es el tipo más conectado que conozco y se mueve en áreas de su interés. Le escribí y le propuse tomarnos un café.
Colombiano, naturalizado en Estados Unidos. Trabajó durante muchos años como diplomático en varios países de América Latina. En el momento del encuentro Manuel trabajaba como asesor del Comando Sur. Fue una conversación agradable, hablaba despacio y con voz suave. Me pareció una persona apacible, inteligente, bien informada. Me contó de su familia, y yo le conté de la mía. Hablamos de política internacional, sus posturas eran las propias de un halcón republicano, tanto que en ese tema sí chocamos. Unos meses más tarde empecé a trabajar en una de las compañías que él me había recomendado. Me sentí muy agradecida y nos volvimos a ver varias veces más después, inclusive con nuestros cónyuges, hasta que nos consumió el afán de los días y el vínculo se fue diluyendo.
Por eso leer esa noticia tantos años después me parecía surrealista. ¡Manuel, un topo de los servicios de inteligencia de Cuba! Mil preguntas se me vinieron a la mente: ¿sabría su esposa a lo que se dedicaba? ¿Lo sabrían sus hijos? ¿Cómo hacía para llevar esa doble vida en su entorno laboral sin que nadie sospechara de él? A Manuel lo condenaron a quince años de prisión hace unas semanas. Cayó en una trampa que le tendió un oficial del FBI que se hacía pasar por un agente cubano, después de cuarenta años de haber logrado no resbalarse nunca. Muchos años de mantener su identidad oculta, solo para ser descubierto al final de su carrera. Todo parecía una película de espías.
La historia de Manuel me llevó a reflexionar sobre la naturaleza de las personas y las múltiples capas que pueden esconder bajo su apariencia cotidiana. Quién sabe qué máscaras llevan algunas de las personas que nos cruzamos en el camino.
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