En el 2024, la inteligencia artificial fue el tema obligatorio de discusión en sectores estatales, empresariales y académicos. El 2025 marcará una etapa definitiva para pasar de los discursos individuales a las acciones intersectoriales. ¿Estamos preparados en Colombia?
El boom de la inteligencia artificial (IA) marca una nueva pauta en la revolución de las tecnologías digitales. No obstante, es preciso indicar que estos desarrollos no se dan por generación espontánea, sino que, por el contrario, hacen parte del trabajo que durante décadas se ha impulsado en centros de investigación e innovación.
Y este es el punto central para trabajar en el 2025: entender que la IA no debe ser vista como un tema de moda que luego se olvida —como ya pasó de manera desafortunada con el covid-19 y la evaporación paulatina de programas y proyectos de salud pública—.
Entonces, ¿cómo superar la ausencia de una visión de largo plazo en el momento de pensar el futuro de la IA? Razón tiene Darío Amodei en su texto Máquinas de amor y gracia cuando afirma que el pensamiento prospectivo se ve sacrificado por las respuestas reactivas que se tiene frente a la prolífica oferta de tendencias tecnológicas.
En el caso de Colombia se evidencia, una vez más, la naturaleza de nuestra idiosincrasia: distintos sectores del Estado, la empresa y la educación planeando —con buenas intenciones— hojas de ruta para enfrentar los desafíos de la IA, pero carentes de coordinación interinstitucional, pues importa más la exposición de resultados inmediatistas que los procesos estratégicos.
El ejemplo más preocupante se ve reflejado en Minciencias y Mintic. Cada entidad ha diseñado un plan de acción con eslogan incluido —Minciencias, ColombIA Inteligente, y Mintic, PotencIA Digital—, pero sin evidenciarse las realidades presupuestales, el diálogo con sectores de la sociedad civil y la incidencia de estos esfuerzos, más allá de las cifras que suelen presentarse en recursos de convocatorias y capacitación.
El 2025 se presenta como un escenario que brinda una nueva oportunidad para hacer las cosas de otra manera.
En el sector empresarial se avanza a pasos cautelosos, pues nuestra economía tiene un rezago en el sector de servicios tecnológicos y apenas somos proveedores de instrumentos y herramientas en una escala secundaria de la cadena logística que implica el sector de la IA. O, aún peor, servimos de mano de obra barata para el avance de otros países —y los talentos con capacidades excepcionales migran en búsqueda de oportunidades—.
Por su parte, las instituciones educativas han intentado adoptar políticas de regulación y usos éticos, pero estas todavía están supeditadas a temas de poco impacto como la entrega de trabajos en clase o investigaciones básicas. Aún falta por superar la visión apocalíptica, y sin desplazarse de manera extremista a una perspectiva acrítica, invertir recursos en el desarrollo de aplicaciones que pueden contribuir a la prevención de desastres naturales, la lucha contra el cambio climático y la toma de decisiones en entornos organizacionales.
El panorama descrito se complejiza cuando se refuerza la dispersión de esfuerzos con una región que, en el caso de Latinoamérica, trabaja de manera aislada y desaprovecha las afinidades de lengua y cultura para crear una agenda en común. Aunque Estados Unidos y Europa no se presenten todavía como puntos de referencia, sí están en una etapa propositiva de diálogos sobre los elementos normativos que deben equilibrar los avances tecnológicos y las inteligencias humanas.
Pero ¿el panorama es desolador? En absoluto. Estamos a tiempo de articular políticas escalonadas en el corto, mediano y largo plazo, en las que confluya un modelo de gobernanza en el que se supere la desconfianza y se piense en el trabajo colectivo.
Las nuevas generaciones, con frecuencia estereotipadas como generación de cristal, son un activo invaluable en el desarrollo de ideas ingeniosas y de valor agregado —oportuno criticarlas menos y potenciarlas con habilidades que claramente no deben ser las de tiempos pasados—. A este cambio cultural se debe sumar que los jóvenes hoy son más conscientes del futuro del planeta y Colombia tiene una oferta interesante de recursos ambientales, y en la que se planea una inversión generosa desde distintas latitudes.
El 2025 se presenta como un escenario que brinda una nueva oportunidad para hacer las cosas de otra manera. Eso sí, se depende de un contexto político en el que es preciso dejar a un lado los egos de voces oficiales y de oposición y trabajar de manera mancomunada pensando en el bien común.
¡Estamos a tiempo!
* Doctor en Comunicación y docente-investigador del Politécnico Grancolombiano.