El país entró en una crisis de confianza. Ni los trinos presidenciales, ni el comunicado de la ministra de Minas aclarando su posición sobre las exploraciones y explotaciones petroleras ni las declaraciones del ministro de Hacienda han podido frenar la incertidumbre ni la devaluación. “Hechos, no palabras” es la frase que sintetiza lo exigentes que son los mercados a la hora de corregir las distorsiones que se hayan producido como consecuencia de hechos imprevistos o acciones equivocadas de los gobiernos o los agentes económicos.
La razón es simple: los mercados reaccionan y se mueven por las expectativas que se forman los agentes económicos sobre lo que será el futuro de la economía de un país. El problema está en que, una vez que unas expectativas concretas se han instalado en la mente de los agentes, determinan sus decisiones. No hay una fuerza más difícil de redireccionar o cambiar que la que han producido esas expectativas.
En Colombia, los agentes económicos han perdido la confianza en el Gobierno y están viendo que, ante el silencio de los jueces y el juego politiquero de los congresistas, la pérdida de confianza es en todas las instituciones.
En principio, desde la posesión misma del Gobierno, los agentes económicos consideran que la victoria de Petro trae un escenario de cambio de modelo económico fuerte, pero sus expectativas eran optimistas. El nombramiento de ministros con experiencia y buena reputación, sumado al respeto a las reglas del juego político e institucional que el Presidente anunció en su posesión, hizo que los agentes percibieran el futuro como un escenario de cambios en los distintos ámbitos de la economía (agricultura, energía y ambiente) y la arquitectura institucional (Fuerzas Armadas y de Policía, las finanzas públicas). Se entendían como cambios fuertes, pero necesarios y razonables.
El Presidente va a tener que hacer
un esfuerzo que trascienda los anuncios y pase a
los hechos. Y eso implica complejas decisiones
Pero en la medida en que los anuncios de la ministra de Minas y Energía (sobre el pare a las exploraciones y explotaciones de petróleo) y de sus colegas de Defensa y Justicia (que limitan la acción de las fuerzas frente a la protesta social o a la acción de los grupos criminales que están dispuestos a entrar en los diálogos de la “paz total”) anticipan cambios que van más allá de lo “necesario y razonable”, los agentes económicos comienzan a presumir que las condiciones de seguridad jurídica para los inversionistas y de seguridad pública para los ciudadanos no se van a mantener. Sin seguridad, la incertidumbre sobre el futuro gana terreno.
En ese contexto, los trinos y discursos presidenciales que cuestionan las decisiones del Banco de la República hacen visible su desprecio por los sistemas de control legal y istrativo, o apoyan las salidas en falso de los ministros activistas, se convierten en terreno fértil para que los agentes económicos dejen de conjeturar que los problemas son de seguridad, para asumir la creencia de que, en realidad, el cambio de modelo consiste en quebrar la economía de mercado, ahogando el capital y la iniciativa privada, con un Estado intervencionista que dará curso a una economía popular sobre la que se fundará el nuevo orden. Esas son las expectativas concretas que tienen a los empresarios colombianos y extranjeros considerando seriamente sus decisiones de inversión en el futuro.
Las cartas están sobre la mesa. Si el cambio consiste en pasar de una economía de mercado a una economía popular, el Presidente va a tener que asumir el costo político y electoral de una economía que va a ver caer los niveles de inversión y por tanto tendrá recesión y desempleo. Pero si el modelo es distinto, y lo que busca es elevar los niveles de inversión para reducir la pobreza, va a tener que hacer un gran esfuerzo para quebrar las expectativas de los agentes, de manera que restablezca la confianza de los mercados. Va a tener que hacer un esfuerzo que trascienda los anuncios y pase a los hechos. Y eso implica complejas decisiones. Antes de cumplir los 100 días de gobierno, a Petro le llegó la hora de las definiciones.
PEDRO MEDELLÍN
* Profesor titular facultad de Ingeniería, Universidad Nacional