Dabeiba

Colombia es la historia de sus víctimas. Por momentos parece que fuera la saga de unos cuantos apellidos, Bolívar, Santander, Nariño, Torres, Mosquera, López, Ospina, Núñez, Santos, Gómez, Lleras, pues contamos los países como tramas que les suceden a unos pocos personajes, pero en verdad es la vida de estas familias rotas por la pobreza y la guerra. Podría uno pensar que esta semana fue –“atención”, “urgente”, “exclusivo”– sobre la alocución sa de Petro, el video veraniego de Duque, el último rifirrafe entre congresistas pop o el funcionario que no lleva la plata en la billetera sino en el maletín, pero en realidad fue sobre los deudos de los “falsos positivos” de Dabeiba: “Los máximos responsables deben hablar desde el corazón”, pidió Teresita Zapata, la madre de uno de los muchachos ejecutados, Jorge Andrés, al principio de la audiencia de la JEP.

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El senador Cepeda ve, en los aprendices de líderes de izquierda, de centro y de derecha, la tendencia a reducirnos la política a un “espectáculo narcisista” que poco tiene que ver con el bienestar del país. Pienso que tiene razón. Que esta gente protagónica cree que el mundo empezó ayer. Que este día a día tiene mucho de farándula, de lucha en el lodo, de ego insaciable, de oportunidad perdida. Que los reflectores están encegueciendo el juicio. Cuenta la exministra López que el presidente Petro la desterró de su gobierno por “representar al establecimiento”, y los trolls la apedrean. Si estuviéramos siendo serios, si estuviéramos yendo más allá de las agendas de manada, denunciaríamos la crueldad histórica de la derecha criolla, pero reconoceríamos con firmeza que la brillante exministra es parte de una parte de la clase dirigente que ha sido capaz de reformarnos esto.

Con qué facilidad se desprecia semejante logro. Con qué habilidad se desconoce que tanto la Constitución de 1991 como los acuerdos del Teatro Colón tuvieron todo que ver con ese establecimiento reformista que ha creído sinceramente en la inclusión. Por supuesto, la derecha regeneradora del siglo XXI, de Uribe a Duque, emprendió esas contrarreformas que seguimos lidiando, pero meter a todos los líderes en el mismo saco no solo es injusto e irresponsable, sino que le sirve a la caverna. Es serio gobernar desde La Guajira. Es serio proponer reformas que erradiquen de nuestra cultura la expresión “agradezca más bien”. Pero es frívolo olvidar que las instituciones más creíbles de estos años, de la Corte Constitucional a la JEP, son ideas del establecimiento reformista: les debemos este martes en el que ocho exmilitares reconocieron, en Dabeiba, que engañaron, drogaron, mataron, vistieron de guerrilleros y desaparecieron a 49 hijos.

El mismo día, tres colombianos irables, la periodista Catalina Gómez, el escritor Héctor Abad y el gestor de paz Sergio Jaramillo, se salvaron por muy poco de un ataque ruso contra un restaurante ucraniano en el que murieron varios vecinos de mesa: “Un momento estás bebiendo un sorbo de agua, y, al siguiente, el infierno”, escribió Gómez horas después. Podemos abstraer la guerra un rato, pero, tarde o temprano, ya no. Es serio buscar la paz política en el camino a la paz. Es serio escuchar a esos ocho exmilitares reconociéndoles a las familias de sus víctimas, en Dabeiba, que esto no ha sido una alucinación: que Colombia sí ha sido bella y atroz, y ha estado en guerra, y ellos sí se convirtieron en asesinos. Es serio escucharle a Catalina Ortiz, la hermana de Jorge Andrés, cómo nuestros muchachos uniformados les mintieron a nuestros muchachos vulnerables para ejecutarlos.

Es serio e importante tener presente –“atención”, “urgente”, “exclusivo”– que cada corazón se partió a su manera allá en Dabeiba.

RICARDO SILVA ROMERO