Estudios dicen que una persona tiene entre 7 y 17 segundos para causar una primera impresión.
Las cirugías íntimas, la reestructuración ósea de brazos, piernas y dedos, y el cambio del color de los ojos son algunas de las intervenciones quirúrgicas más extrañas. Foto: iStock
Somos una sociedad que juzga de inmediato. Incluso los estudios científicos nos dicen que una persona tiene entre 7 y 17 segundos para causar una primera impresión. Imposible que en ese tiempo salgan a relucir la personalidad, la inteligencia o cualquier otro atributo que no sea el físico.
Es increíble pensar que en menos de diez segundos nos podemos hacer una idea de cómo es alguien. Será por eso que desde niñas nos sentimos obligadas a parecernos a los patrones preestablecidos por la sociedad.
Nos imponemos unos estándares de belleza pro forma; la nariz debe ser recta, los pómulos afilados, el busto grande y la cintura pequeña.
Aun cuando hoy en día hay unas campañas maravillosas que están tratando de cambiar los estereotipos con los que muchos crecimos, todavía tenemos muchísimo terreno por recorrer.
¿Qué sucede con el 99 por ciento de las mujeres que no cumplimos con los que, pareciera, son requisitos para la vida? Pues que muchas sienten la necesidad de adaptarse a los estándares a cualquier precio. Si implica someterse a cirugías extremas, dietas excesivas o a cualquier otra cosa para transformarse en lo que la sociedad determina, no importa.
A esas mujeres que mueren diariamente en manos de esteticistas de pacotilla en busca de la felicidad –quitándose centímetros o ampliando la copa de su brasier–, nadie les dijo que la felicidad no conoce de tallas. La felicidad está tan adentro que no hay bisturí ni dieta que nos la garanticen, y lo más importante: tampoco nos la pueden quitar.
Los estereotipos de belleza han pesado sobre los hombros de las mujeres. Foto:iStock
La belleza no debe ser definida por lo que vemos en el espejo, sino por lo que tenemos en el alma.
No hay mujeres más hermosas que quienes están en paz consigo mismas o aquellas que agradecen a diario el cuerpo y la cara que Dios les dio.
Tristemente, muy pocas logramos entender esto. Algunas nos percatamos de ello cuando maduramos, después de muchos años de autosaboteo y látigo.
También cometemos el error de arrastrar a nuestras hijas a ese rollo. Quizá les digamos que ellas son divinas, pero después nos destrozamos a nosotras mismas cada vez que nos referimos a nuestro físico.
Hay que dar ejemplo del amor propio, sino ¿de dónde queremos que lo aprendan? ¡No hay campaña de Barbie ni de jabón que sea más efectiva que el ejemplo que damos como mamás!
La belleza estándar no debe ser nuestra carta de presentación, nuestra confianza y autoestima debería ser lo que sobresale en los primeros 7 segundos, y el resto de la vida.
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