¿Qué pasa cuando una imagen se desvanece frente a nuestros ojos? No es el
olvido, sin embargo. Reaparece y desaparece, infinitamente, como en un sinfín
del que no podemos huir más que cerrando los ojos.
La obra de Óscar Muñoz, actualmente en el Museo de Arte del Banco de la
República, en la muestra Protografías, reta al espectador. Lo reta, al hacerlo
preguntarse sobre la naturaleza del recuerdo, a veces tan frágil, otras, tan
recurrente, tan construido por otros. Por la historia.
El artista usa su propio retrato como medio para indagar sobre la memoria;
cómo a una imagen que cambia de estado -a la que le cae una gota de agua
encima, por ejemplo- se le van desdibujando los límites y va perdiéndose de
nosotros.
Resulta interesante, además, cómo utiliza la idea del narciso -aquel fascinado
por el reflejo de sí mismo- destruyéndole su soporte: el espejo. Al crear
retratos que se cuelan por entre un sifón, que se borran por el sol o que
desaparecen cuando el vaho de un soplido se ha terminado, señala
angustiosamente la vulnerabilidad. Y le da cabida a la pérdida.
Pero, al mismo tiempo, justamente por trazar la posibilidad del olvido, obliga
a detener ese proceso. A retener en la pupila ese rostro del otro. A grabarse
emocionalmente la piel y la experiencia con este.
El recuerdo, así, revive y recobra su sentido. Se vuelve palpable. Regresa de
la oscuridad de la desmemoria. Y conmueve. ¿Qué mejor efecto se le puede pedir
a una obra de arte?
EDISAR