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Patima Tungpuchayakul, contra la esclavitud en el océano
BOCAS habló con la activista tailandesa que rescata del mar a pescadores explotados.
La industria de la comida de mar en Tailandia, el mayor productor de atún enlatado, es una de las más grandes y devastadoras del mundo. Una empresa que le ha hecho tanto daño al mar como a sus trabajadores.
Después de cuatro décadas de pesca ilegal en el siglo XX, los barcos y buques, en pleno siglo XXI, han tenido que viajar cada vez más lejos de sus costas. En ese proceso, miles de pescadores de Tailandia se rehusaron a seguir soportando abusos laborales y se negaron a pasar meses encerrados en las embarcaciones. Fue así como los dueños de estas industrias optaron por usar la mano de obra de migrantes del sudeste asiático y empezaron a esclavizarlos en altamar.
Con promesas de buenos sueldos –o directamente llevándolos a la fuerza–, una vez estaban dentro de los barcos les quitaban sus documentos y los dejaban trabajando forzadamente en jornadas eternas, sin camarotes, sin seguridad industrial, con paradas en puertos ilegales para que no desertaran y en ocasiones sin pago.
Patima Tungpuchayakul, con su fundación Labour Protection Network, se sumó a otras organizaciones mundiales y ha liderado un movimiento de derechos humanos que no solo ayuda a rescatar y devolver a muchos de estos pescadores a sus hogares, sino que ha visibilizado la esclavitud contemporánea en diferentes industrias.
Con peligrosos viajes al mar, Patima se ha entregado a una causa literalmente titánica. Desde hace quince años empezó su lucha por una vida laboral digna en su país. Fue a partir del 2013 que se metió de lleno en el tema de la esclavitud en el mar, en el rastreo de los buques y en el rescate de las personas de lo que ella llama “sus jaulas”.
Gracias a esta labor humanitaria, en el 2017 estuvo nominada al Nobel de Paz. Y aunque no recibió el premio, su obra logró darle la vuelta al mundo y ha recibido otros reconocimientos de diversas organizaciones. Dos años antes, el trabajo de su fundación formó parte de la serie de contenidos periodísticos Seafood from Slaves (Comida de mar por esclavos), que le mereció a la Associated Press un premio Pulitzer en el 2016.
Ya para ese momento se estaba rodando el material del que se convirtió en el documental Esclavitud en el océano (Ghost Fleet), dirigido por Shannon Service y Jeffrey Waldron, que se estrenó este año y que llegó a Colombia gracias al festival de cine ambiental Planet On 2019 y del cual ella es protagonista.
La película resume, en hora y media, el trabajo de una década de activismo y cuatro años de grabaciones. Náufragos que saltaron al mar para escapar del secuestro laboral, accidentes fatales usando máquinas que arrasan con toda la vida marina, jaulas para humanos, azotes, ayuno forzado, mutilaciones, muertos de hambre (literalmente), hombres desangrados, cadáveres lanzados al agua, cementerios llenos de tumbas sin nombre, políticos prometiendo que todo va a cambiar… y al final, comensales que seguimos comiendo pescado sin importarnos su origen. La historia va más allá de uno de esos documentales que, según las redes sociales, “no te puedes perder”.
Patima Tungpuchayakul estuvo en Colombia. Siempre sonríe y mira a los ojos de su interlocutor. Es pequeña. Tiene una mancha en el rostro. Trae consigo la honestidad de alguien que ha visto toda clase de sufrimiento. Una mujer de mirada sincera y modesta que supera cualquier vanidad.
asds Foto:Natalia Hoyos
¿En qué momento descubrieron los delitos de la industria pesquera?
Estábamos trabajando con un niño migrante que había sido encerrado en una fábrica que procesaba alimentos, y nos contó que su padre había sido vendido a un buque pesquero. Hasta entonces, durante diez años habíamos trabajado en tierra firme, rescatando niños de las fábricas; a partir del año 2013 conocimos de cerca la esclavitud en los barcos y buscamos la manera de rastrear esos buques y subirnos a ellos para sacar a las personas de sus jaulas. Primero encontramos a más de dos mil navegantes en Tailandia y luego expandimos nuestra red hasta las islas más apartadas de Indonesia y otros diez países para rescatar, hasta ahora, a más de cinco mil pescadores en diferentes aguas del sudeste asiático.
¿Cuándo nació su fundación?
Sobreviví a un cáncer cuando tenía 22 años y empecé a colaborar con organizaciones que luchaban contra el tráfico de personas. Hace 15 años decidí trabajar por mi propia cuenta en la protección de los derechos laborales. Muchos trabajadores en Tailandia eran maltratados y estafados, incluso les quitaban su dinero con la excusa de darles un trabajo, sobre todo a migrantes de países vecinos de Tailandia –como Myanmar (Birmania), Camboya o Laos–. Con mi esposo, creamos esta fundación (Labour Protection Network – LPN) para actuar frente a esos problemas.
¿Cómo ha afectado su vida personal este activismo?
Tengo la fortuna de que mi esposo también trabaja conmigo, así que nos comprendemos y nos complementamos. Mis padres me han apoyado siempre e incluso piensan que el mejor trabajo que uno puede hacer es el de ayudar a otras personas. Además, el activismo me ha permitido hacer muchos amigos. De hecho, algunos de los hombres rescatados regresan después de un tiempo para ayudar a nuestra fundación o trabajar con nosotros cuando estamos en problemas. Lo más valioso ha sido mi hijo: una mujer migrante que no podía cuidarlo lo dejó en mi oficina cuando tenía tres días de nacido e inmediatamente lo adopté.
Usted carga en su pecho una cadena con un amuleto, ¿qué significa?
Es Luang Pu Thuat, un monje budista muy conocido en el sur de Tailandia porque protege a las personas mientras trabajan en el mar. Muchos de los hombres que hemos rescatado creen que fue este amuleto el que los ayudó a sobrevivir. [Sonríe con timidez]. Hace un par de años empecé a usarlo, siento que me da fortaleza.
¿Cuál es el siguiente paso para un hombre después de tantos años de labores forzadas?
Es una pregunta compleja porque con miles de personas esclavizadas, hay miles de casos por resolver. Es muy difícil saber con exactitud el número de víctimas, y lo más triste es que la cantidad de sobrevivientes es mucho menor que la de los que mueren en el océano sin dejar rastro de su desaparición. La realidad es demasiado cruel: algunos pescadores han estado más de veinte años fuera de sus hogares, prácticamente secuestrados en los buques. Muchos hombres que han sido rescatados regresan a Tailandia o a sus países de origen después de un proceso burocrático enorme y mezquino, casi como si ellos fueran los criminales. Lo primero que intentamos con ellos es llevarlos a albergues para hablar sobre sus traumas y recordar sus vidas como eran antes de irse con la industria pesquera. Allí se quedan en grupos de máximo tres hombres, para asegurarnos de que están cómodos y de que podemos escucharlos, pero no contamos con mucho espacio ni mucho tiempo para trabajar en su regreso a la libertad.
¿Y qué pasa con sus vidas después de regresar?
En la actualidad tenemos a varios pescadores rescatados que trabajan como voluntarios en el albergue, que son claves para que los que llegan se atrevan a compartir su historia y se soporten mutuamente. Es muy difícil concientizarlos, sobre todo a los migrantes, de que pueden ejercer otras actividades, diferentes a pescar durante dieciséis horas diarias. Algunos ya tienen nuevas familias en otros países y quieren volver a los buques sin importarles los abusos laborales. Para ciertas familias, un hombre libre significa una boca más que alimentar, y los rescatados se convierten en una carga. La pobreza es muy grande y el capitalismo se aprovecha de esas necesidades.
La realidad es demasiado cruel: algunos pescadores han estado más de veinte años fuera de sus hogares, prácticamente secuestrados en los buques
¿Cómo son los albergues?
Oficialmente solo estamos terminando uno y hasta ahora hemos trabajado con personas que brindan sus hogares temporalmente. El gobierno de Tailandia no ofrece ningún programa para tratar a estas personas; por eso, en LPN decidimos hacer nuestro propio refugio, en un terreno que donó mi madre a la fundación y que se construyó con apoyo del gobierno japonés. Estamos por abrirlo, pero no tenemos muchos recursos para sostenerlo. Cualquier ayuda es bienvenida porque ni siquiera contamos con médicos para atender a los rescatados.
¿Qué tipo de atención necesitan estas personas?
Hay mutilados, hombres que han perdido un ojo, sus dedos… Cargan traumas muy grandes, han sido víctimas de maltrato, han dormido en jaulas durante años, han visto morir a sus compañeros. Muchos han estado nueve años en los buques pesqueros, algunos han estado doce… ¡hasta veinticuatro años! Son personas que no tienen un lugar al cual llegar, que ya no saben nada de sus familias, así que este albergue es su única opción. El nuevo espacio no funcionará sólo para los pescadores, también para otros trabajadores migrantes, para mujeres o para tailandeses sin hogar que necesitan empezar una nueva vida.
A propósito, ¿cómo se financia LPN?
Varias personas y agencias nos colaboran. Incluso hay grupos de migrantes que ayudan a sus compañeros: donan algo de dinero, a veces dan su trabajo u objetos que pueden brindar. Podemos tener un presupuesto pequeño, pero creemos que seguiremos adelante por un buen tiempo porque las mismas personas que rescatamos se sienten con la responsabilidad de ayudar a solucionar los problemas de otros migrantes.
¿Cuál es el impacto ambiental de la pesca ilegal?
El daño directo no solo aplica para la pesca ilegal. Primero, las herramientas usadas en la pesca legal también son devastadoras. Segundo, no existe un límite de buques pesqueros ni unas temporadas señaladas para pescar, y eso va a acabar con los recursos del planeta tarde o temprano. Tercero, las personas forzadas a trabajar, obedeciendo al capitán, son esclavos que no saben lo que hacen sus máquinas.
¿Qué soluciones cree usted que tengamos a la mano?
Si queremos solucionar el problema, hay que controlar el número de barcos y explicarles a los pescadores que lo que hacen va a destruir el medioambiente. Hemos recibido información de barcos asiáticos pescando en Somalia, en el oriente africano. Por no tener una cantidad de buques definida, no sabemos a ciencia cierta si uno tailandés está pescando en aguas colombianas, incluso con la bandera de Colombia para distraer a las autoridades. Ya sabemos que hay especies de peces que se encuentran en peligro de extinción, así que debería haber una ley global para controlar la pesca, sus áreas y sus equipos. Eso, de paso, ayudaría a saber si hay esclavitud en el negocio.
¿Qué tanto ayudan los gobiernos de la región a LPN?
El gobierno de Indonesia, gracias a la ministra de Pesca Susi Pudjiastuti, empezó a preocuparse mucho por el medioambiente y ha colaborado con LPN contra el tráfico de personas. Cuando vamos a los buques, solo nos interesa ayudar a la gente, y coordinamos con Myanmar, Laos o Camboya para que expidan pasaportes y permitan que todos los rescatados vuelvan a sus países de origen. Sin embargo, por más de una década, le han dado la espalda a organizaciones como la nuestra y nadie nos ha ayudado, algunos dijeron que no nos preocupáramos, que eso es algo normal.
ae Foto:Natalia Hoyos
¿Qué dice la legislación para controlar la pesca ilegal?
Tailandia implementó unas leyes estrictas a partir del año 2015. Hasta entonces, aproximadamente el 10% de los barcos eran legales y, con las nuevas regulaciones, los ilegales cambiaron su bandera a la de otros países que aún no tienen una legislación clara. En los últimos años, por ejemplo, hay muchísimos barcos de Myanmar vendiendo pescado en Tailandia, cuando hace tres o cuatro años ni siquiera existían pesqueras en ese país.
Entonces no es un asunto de ponerlo en el papel y ya…
Por supuesto. Tenemos buenas leyes, pero estamos lidiando con un negocio que ha existido durante medio siglo, que para muchos ya es normal, incluso para las autoridades. El problema de fondo es hacer cumplir las leyes. Confío en los controles que se realizan en Tailandia, pero mucho de eso no aplica para naves con bandera extranjera. Además, hay que encontrar la manera de que los pescadores participen en las discusiones, que cuenten sus historias para que no se repitan, que puedan denunciar los abusos.
¿Cómo es posible que estos actos sigan sucediendo?
Entre la ignorancia de la gente y la corrupción de las autoridades y los gobiernos, toda la industria pesquera ha estado involucrada en el tráfico de personas. No se trata de una empresa que socialmente se vea mal. Al contrario, el negocio es pescar tanto como sea posible, y algunos representantes de los gobiernos se benefician de eso y hasta se jactan. Se reducen costos haciendo buques más baratos, pero llegando a que el precio de la labor humana sea cero, secuestrando personas para obtener mayores ganancias. Así que mientras haya demanda de pescado y falta de normas, esto no se va a detener.
¿Cómo le han ayudado las redes sociales a realizar su trabajo?
Muchísimo. [En ese momento, Patima toma su celular y busca un video entre su archivo, es un hombre joven parado frente a la cámara, al que se le quiebra la voz cuando empieza a hablar.] Este hombre de Laos fue llevado a un barco cuando tenía doce años y duró siete esclavizado; apenas lo rescatamos, subimos el video a Facebook para buscar a su familia, e inmediatamente alguien lo vio y envió de respuesta un video de su madre, cuando ni siquiera habíamos llegado a tierra firme. A veces les pedimos a los capitanes de los barcos que nos transportan que nos ayuden a encontrar un punto con señal de internet para poder divulgar los videos de los pescadores y facilitar que vuelvan con su familia. Sin las redes sociales, esto sería mucho más difícil.
Lo más valioso ha sido mi hijo: una mujer migrante que no podía cuidarlo lo dejó en mi oficina cuando tenía tres días de nacido e inmediatamente lo adopté
¿Qué tanto ayudó el documental Esclavitud en el océano al trabajo de LPN?
Lo mejor del documental es que se escucharon las voces de los pescadores que habían sido esclavizados. Durante más de diez años traté de dar a conocer mi trabajo, de explicar lo que sucedía en industrias como la pesquera del sudeste asiático, de visibilizar a esas personas. Nadie lo entendió ni quiso ayudar. Con la película le mostramos a la gente el origen de los pescados que se comen y, así, muchos entendieron que hay que tomar acciones.
¿Y qué tipo de acciones podemos llevar a cabo los ciudadanos comunes?
Desde el momento en que vamos de compras podemos preguntar de dónde viene la comida y cerciorarnos de que algo no fue pescado o cultivado por un esclavo. ¿Cómo saberlo? Todo tendría que ser rastreable y debería haber transparencia en la cadena de suministros, cosa que hoy no existe. Pero podemos presionar para que eso se haga claro y obligatorio.
Después de estar nominada a un Nobel de Paz, ¿qué sigue en su trabajo como activista?
Tenemos que seguir generando conciencia alrededor del mundo sobre la calidad de vida de trabajadores como los de la industria pesquera. Nadie vale menos que nadie, ninguna labor es más barata que otra. En este momento, un pescado vale más que un pescador: un pescado puede valer dos dólares, pero al pescador no le pagan nada. Quiero inspirar a los jóvenes sobre la belleza de ayudar a otros. Si logro eso, habré triunfado.
¿Qué amenazas ha recibido por hacer su trabajo?
Cada tanto nos sentimos intimidados. Una vez, en una isla de Indonesia, la mafia vino armada a cuestionar nuestro trabajo. Les dije que estábamos rescatando personas, les mostré parte de lo que han publicado los medios sobre mi trabajo, y nos dejaron ir. Pero al volver a Tailandia empezamos a recibir llamadas averiguando detalles de lo que hacemos; cada tanto pasaban personas por la calle a tomar fotos de nuestra fundación. Sabemos que hay mucha gente a la que no le gusta nuestro trabajo.
¿Y a qué le tiene miedo usted?
[Risas]. En realidad no tengo miedo de nada.
Nota: esta entrevista no hubiera sido posible sin la traducción por parte de la periodista y activista Chutima “Oi” Sidasathian, que ha trabajado en dar a conocer al mundo el trabajo de Patima Tungpuchayakul. Si quiere ayudar a Labour Protection Network, visite www.lpnfoundation.org.