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Madre de víctima de asesino de los cerros dice que su hija fue abusada
Rechaza decisión de juez de absolver a Fredy Valencia por el delito de carnal violento.
Nubia Uribe creyó que su hija era víctima del asesino de los cerros cuatro años después de que descubrieron su cuerpo enterrado en las faldas de los cerros orientales.
Aunque en aquella época la prueba de ADN salió positiva, ella solo estuvo convencida de que así era cuando le entregaron los restos de su hija Sonia Jineth Martínez Uribe y, a parte, un platino que le habían puesto en una intervención quirúrgica. “Ahí pude descansar, ese cuerpo sí era el de mi hija”, contó.
Pero hoy, años después, no comprende la razón por la que el juez 30 penal del Distrito decidióabsolver al asesino de los cerros Fredy Valencia del delito de carnal violento argumentando que las pruebas no son contundentes. “Eso es muy injusto. La ley no sirve para nada. Todas las niñas aparecieron desnudas de la cintura para abajo. Les rompió su ropa interior. Yo si quiero que el 27 el juez nos explique por qué lo absolvió de ese delito”.
Dice que a su hija la encontraron amarrada y amordazada. “Para qué más hace un hombre eso sino es para abusar de una mujer”. EL TIEMPO recuerda las penas por las que pasó esta mujer para encontrar y salvar a su hija del mundo de las drogas.
Para qué más un hombre amordaza a una mujer creo que solo es para abusar de ella
La titánica historia de su búsqueda de una madre
Nubia Uribe solía tener pequeño camión. Sola, arrancaba todas las mañanas a recorrer las empresas donde le encomendaban alguna mercancía o madera para llevarla a un destino. Sola, también se hizo cargo de sus cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres, a quienes cuidó desde que se separó de su esposo.
Sonia Jineth Martínez Uribe era su hija mayor. “Nació el 8 de septiembre de 1990. Desde chiquitica era tan rebelde”. Recuerda que la cuidaba cuando estaba enferma, no se iba de la casa hasta que la veía recuperada. Todo iba bien mientras estudiaba con su hermana en el colegio San José de Castilla; también, cuando hizo esos cursos de pintura en el Sena. Nubia señala un ángel de cerámica pegado a un cuadro de su sala. “Ese lo hizo mi hijita, vea, pintaba tan bonito. Mientras estuvo conmigo nunca fumó cigarrillo, ni tomaba”.
Cuando Sonia cumplió los 17 años todo cambió. Se fue a vivir con un hombre mucho mayor y a los pocos meses supo qué era ser violentada, celada y dormir con miedo. “Ella peleaba mucho con su pareja, que era como de 36 años. A mí me tocó demandar al esposo, pero al rato mi hija iba y se las quitaba, estaba como cegada. Ella perdió su primer bebé a causa de los golpes”.
Cuando quedó embarazada por segunda vez, ella se dedicó a cuidarlo, a tener todo limpio en casa, pero la situación con su pareja no cambiaba. “Yo siento que ella no soportó esa situación, perdió la razón y comenzó a irse para la calle. Eso pasó cuando el bebé tenía 4 meses y ella, 18 años. Había días en los que la rabia me invadía y le decía que yo no me volvía a meter en esa relación”.
Los días pasaban y las noticias sobre su hija se hacían escasas. Nubia se fue entonces a la 13 con avenida Cali, muy cerca de donde residía la pareja. Nadie le daba razón sobre su hija y su nieto, hasta que el esposo apareció en una cafetería del barrio. “Si no sabe usted dónde está su hija, qué voy a saber yo. Ella no está conmigo, hace 15 días se fue de la casa”, le dijo.
La búsqueda
Esa fue la primera de muchas búsquedas que Nubia tuvo que hacer para encontrar a su hija. Una mujer que la vio le dijo que rescatara al bebé en una casa del barrio, que estaba abandonado y sin cuidado. “Ese día encontré al niño orinado, sucio, enfermo. Recuerdo que le quité toda la ropa y la boté en una bolsa de basura. Me tocó con policía y todo llevarme al bebé”. Duró tres días hospitalizado.
A lo lejos reconoció a su hija como nunca la había visto. Caminaba drogada, había consumido bazuco, pegante bóxer. Nubia lloró como nunca y le pidió que se rehabilitara, que ella le pagaba una fundación. “La llevé a Casa Corazón. Duró 15 días y se escapó. Ella me decía que por culpa del papá de su hijo ella estaba así”.
Luego vinieron muchas más fundaciones: Niños de los Andes, en El Rosal, en donde Sonia vivió apartada de la ciudad. “Yo trabajaba duro entre semana y me iba con mi camión a visitarla los domingos. Le llevaba comida, cremita, hasta que llevaron a otra niña con problemas que la hizo recaer. Las dos escaparon”. Aunque la rescataron dos veces, ella seguía fugándose, hasta que ya no la aceptaron más.
Nubia vivía angustiada; por eso, decidió mandar a su hija a pasar una temporada con su padre en el Huila. En la región duró seis meses. Cada vez que se alejaba de la droga, Sonia engordaba, se ponía bonita porque, así fuera en la lejanía, ella recibía todo el apoyo de su mamá. “Yo le mandaba crema, champú, pero terminó peleando con su papá y un día me llamó y me dijo que estaba en la terminal, que si la recogía”, contó Nubia.
Esa misma noche, la joven se perdió en las calles de Bogotá. “Mamá, es que esa droga maldita me llama”, decía cada vez que la encontraban en cualquier esquina. “En el 2011 ella estaba ya muy mal. Gritaba, era grosera, peleaba. La llevé a vivir a una pieza, pero fue peor porque se drogaba todo lo que quería y terminaba golpeada, sucia, era terrible”. (Lea aquí: Dos menores de edad, entre las víctimas del asesino de los cerros)
Un día, Sonia llegó a la casa con su mano envuelta en un saco sucio. Tenía cortadas las manos, uno de sus dedos estaba casi desprendido. Dijo que la torturaron porque no había pagado por la droga que consumió esa tarde. Así se pagan las deudas en la calle.
En el Hospital de Kennedy le reconstruyeron la mano, pero cuando estaba en recuperación se escapó del centro de salud. “Cuando apareció estaba con una ropa supercochina. Yo siempre le quitaba todo, la bañaba y la acostaba a dormir. Ese día decidí encerrarla, pero me rompió todos los vidrios de la casa. Recuerdo que me enfurecí, le dije que se fuera. Ella caminó hasta la esquina y se puso a llorar. Tenía las manos llenas de sangre. A las 7 de la noche le dijo a mi hijo que si la dejaba entrar a dormir”.
Hombres de Valor fue la tercera fundación en la que estuvo, pero todo terminó igual: duraba unos meses bien y luego escapaba. A Nubia la llamaban cada vez con peores noticias que contarle. Tuvo que verla irreconocible en el Hospital de Suba. “Fue tan dura la golpiza que le dieron que yo no la reconocía. Tenía dos puñaladas en la espalda, estaba negra, era un monstruo. La habían encontrado tirada en Patio Bonito. Así, entubada, a punto de morir, se arrancó el oxígeno y se escapó”. En la calle se le infectaron las heridas, pero, igual, cuando la llevaron al hospital y la curaron, se fue; duró dos meses desaparecida.
La siguiente llamada a Nubia fue para decirle que su hija había sido atropellada, que estaba en el hospital Santa Clara, con un brazo partido. Luego, en intervalos de ocho o 15 días la joven aparecía siempre sin zapatos. “Yo me la pasaba comprándole zapatillas, baletas, con tal de no verla descalza, pero ella siempre iba y las vendía. Llegaba a dormir en el piso, ya no le gustaba su cuarto y se robaba las cosas de la casa”. La última vez que Nubia le regaló unos zapatos, ella reapareció con una camisa gigante, la boca hinchada. Un hombre la había violado.
Sonia Jineth Martínez Uribe nació el 8 de septiembre de 1990. Murió por asfixia mecánica en las manos de Fredy Valencia. Foto:Archivo particular
El Bronx
Después del 27 de diciembre del 2013, supieron que estuvo el 3 de enero en el hogar de paso El Oasis y nunca más la volvieron a ver. Nubia la buscaba en Medicina Legal, en los hospitales, hasta que llevada por los corrillos decidió ponerse a preparar olladas de comida para los habitantes del ‘Bronx’, el expendio de droga más peligroso de Bogotá.
Sola, preparaba hasta 200 platos y los repartía en la ‘L’ con una foto de su hija. “Les daba sopita de menudencias, de pasta, de arroz. Todos los meses del 2014, a las 4 de la tarde, me iba a buscar a mi bebé. Me daban las 7, 9 de la noche en esas, y los domingos me iba a Medicina Legal”. Allá vio niñas de 12 años consumidas, prostituidas, drogadas. Otro día, los consumidores se volcaron a robarle los vidrios del carro porque la comida no alcanzó, pero Nubia se paraba y seguía escudriñando cada cuadra de esos tugurios de la ciudad. “Ese día me echaron la sopa por encima. Me tocó salir corriendo”.
Agentes de la Policía le ayudaron a entregar 500 volantes en zonas como El Amparo, pero aunque la gente le decía que sí habían visto a su hija, nunca hubo una pista certera. Ella se metía por callejones, hablaba con los drogadictos, con los ‘Sayayines’, y siempre tenía que pagar $ 20.000 para poder entrar. “Un día me dijeron que les diera $ 500.000 o que dejara a mi otra hija para que me entregaran a Sonia. Todo eso fueron mentiras”.
Otro día, le dijeron que la habían encontrado, que cogiera un taxi y la recogiera. “Estaba tan ilusionada en ese carro. Pensaba en que yo incluso iba a vender todo lo que tuviera y salvaba a mi chinita. Le llevaba un sudadera para cambiarla, pero cuando llegué al ‘Bronx’ era una venganza porque había olvidado pagar los $ 20.000 de la entrada. Me destrozaron el corazón”. Nubia nunca más volvió al ‘Bronx’.
La verdad
Nubia caminaba el 8 de septiembre, día del cumpleaños de Sonia, por su barrio cuando un hombre desconocido, con fama de brujo, le dijo que no buscara más a su hija. “Pare ya, mujer, búsquela entre la basura, ella está entre bolsas negras”. Ella lo miró mal, le dijo estúpido y se fue con una mirada de odio.
Premonición o no, el 12 de diciembre del 2015, cuando todos los medios daban a conocer la noticia de Fredy Valencia, el asesino que había matado a once mujeres y cuyos cuerpos habían sido enterrados en una zona de cambuches en los cerros orientales de Bogotá, Nubia supo que toda su búsqueda había sido en vano, porque Sonia ya estaba muerta cuando comenzó su última búsqueda, el 14 de enero del 2014. Un cabello y una muestra de saliva lo comprobaron.
Sonia murió por asfixia mecánica. Valencia le había amarrado sus brazos, envuelto su cabeza con un saco café y presionado hasta romperle el tabique y quitarle cualquier aliento de vida.
Cuando Nubia pudo por fin estar de nuevo en frente de su hija, no pudo siquiera ver su rostro, se la entregaron en un cofre cerrado. “Mi nieto le pegaba al ataúd y gritaba: ‘¡Monstruo maldito!, ¿por qué mató a mi mamita?’. Hoy todavía me pregunta que si será que la señora que enterramos no es Sonia. El día de su cumpleaños, nos dijo que le dejáramos un pedazo de torta por si ella venía y comía. Esas cosas me derrumban”. Han tenido que ver de frente a Valencia en las audiencias. Dice que habla bien, que pide permiso para hablar, que es capaz de verle a los ojos y reírse de ella. De vez en cuando, Nubia escucha golpes en la puerta, piensa en Sonia, pero no es ella.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
Escríbanos a [email protected] sí sabe de alguna víctima del asesino de los cerros.