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Así era la vida en Arborizadora Alta antes del atentado al CAI del barrio
La zona nació en la década de 1980. Hoy es una de las más prósperas de Ciudad Bolívar.
Este es el sector del Puente del Indio, como es conocida la zona donde está ubicado el Comando de Atención Inmediata de Arborizadora Alta, en la localidad de Ciudad Bolívar. Foto: EL TIEMPO
Una semana después del atroz atentado terrorista contra el Comando de Atención Inmediata de Arborizadora Alta de la Policía, que dejó dos niños fallecidos –Ivanna Salomé Rangel y Daniel Stiven Duque–, 39 personas lesionadas y múltiples viviendas afectadas, de a poco el barrio recupera la normalidad y la calma.
Claro que hay miedo. Pero también he visto la solidaridad de las personas y eso es algo que en los más de 35 años que llevo viviendo acá y caminando por cada cuadra del barrio no había visto.
En la zona donde ocurrió la explosión –calle 73 sur con carrera 42– se perciben dos tipos de emociones al escuchar a las personas hablar. Por un lado, hay rostros de angustia producto de la incertidumbre y el miedo que una situación como esta genera. Por el otro, se ha despertado una suerte de conciencia colectiva que ha cambiado el imaginario del barrio y que, como dice Carlos Pulido, policía retirado y habitante de zona, “ha generado unión y esperanza después de mucho tiempo”.
“¿Miedo? Claro que hay miedo. Pero también he visto la solidaridad de las personas y eso es algo que en los más de 35 años que llevo viviendo acá y caminando por cada cuadra del barrio no había visto. Acá siempre aplicó el sálvese quien pueda”, señaló Pulido.
Cada día, desde que se jubiló, el señor Pulido sale de su casa a las 7 de la mañana a caminar por las calles del sector. Primero, cruza el puente La Unión –frontera entre Potosí y Arborizadora–, para luego bajar por la empinada carrera 42 sur, que conduce al sector conocido como Puente del Indio –un antiguo acueducto construido para el riego de los cultivos–, lugar donde se encuentra el parque Urbanización.
En varias viviendas y establecimientos comerciales aún se están adelantando labores de reparación. Foto:EL TIEMPO
“En este lugar –un banco en cemento ubicado en el parque que permite tener una panorámica del barrio– me siento todos los días a hablar con la gente, y aunque este era un barrio feo, eso no se puede negar, desde que llegó la policía hace como 20 años, las cosas habían mejorado (...). Por eso es que jamás pensaron que alguien se atreviera a hacer ese mal”, agregó.
Este “andariego”, como él mismo se define, conoce como pocos este lugar. “El barrio se empezó a construir desde acá hacia arriba. Los primeros pobladores eran personas que llegaron desplazadas del campo o que venían de regiones muy pobres”, contó.
El barrio
Desde que se jubiló, el señor Carlos Pulido sale de su casa a las 7 de la mañana a caminar por las calles del sector. Foto:Camilo Castillo / EL TIEMPO
Documentos históricos que se pueden encontrar en la alcaldía local de Ciudad Bolívar explican que el barrio, junto con Sierra Morena y Arborizadora Baja, fue inaugurado a comienzos de los años 80 gracias al programa ‘Lotes con servicios’ del Banco Interamericano de Desarrollo y a el acuerdo 11 de 1983 del Concejo de Bogotá, donde se definió el marco jurídico y istrativo de lo que se denominó en aquel entonces el Plan Ciudad Bolívar, con el que se pretendía “orientar el crecimiento de la capital preservando el espacio de la sabana para fines útiles agropecuarios”.
Con el paso de los años, el sector vivió una transformación social y económica que mejoró las condiciones de vida de sus habitantes. “La evolución ha sido bastante fructífera y notoria. Como los cuatro barrios que confluyen en este punto nacieron de procesos informales, aquí no teníamos transporte ni servicios básicos. Hoy contamos con infraestructura completa, pero ojo, eso no quiere decir que no tengamos carencias por la falta de planeación urbanística”, señaló Eduardo Torres, presidente de la JAC de Pradera Esperanza y uno de los afectados por la explosión.
Otro tema que preocupa desde antes de la explosión a los habitantes del sector es el relacionado con el microtráfico. Según datos de la Secretaría de Seguridad, delitos como el hurto a personas van al alza. Pasaron de 476 casos en 2020 a 639 en 2021. Sin embargo, la violencia intrafamiliar, que es una de las preocupaciones de los patrulleros del sector, tuvo una reducción del 24,81 por ciento. También bajó el hurto a residencias, de automotores y bicicletas.
Edith Claros se salvó de sufrir daños físicos. Foto:Camilo Castillo / EL TIEMPO
Torres explica que la zona del CAI ha sido un punto de referencia en términos históricos, recreativos, de seguridad y educación durante años. “Por ese motivo es una zona tan concurrida, además, por aquí pasa buena parte del transporte formal e informal de la localidad debido a que es la única vía de dos carriles de la UPZ Jerusalén”, explicó el líder comunitario.
El lugar donde ocurrió el ataque terrorista es una glorieta rodeada por el parque zonal de Arborizadora Alta, una cancha deportiva, los colegios Gimnasio Sabio Caldas y Manuel Elkin Patarroyo, el centro comunal del sector y varios paraderos de buses. Hasta este punto llegan personas de Jerusalén, Potosí, La Isla y Pradera Esperanza, entre otros. Además, en esta zona hay 22 locales comerciales y decenas de viviendas.
Una de esas casas es la de la señora Edith Claros y su familia. Esta edificación, una de las más antiguas del sector, fue una de las afectadas por la onda expansiva: perdió ventanas y algunos techos. “El daño fue tremendo. Pero de peores nos hemos levantado”, dijo.
Cuando la señora Claros llegó al barrio Arborizadora Alta en los años 90 con tres hijos a su cargo y se instaló en un lote baldío, jamás pensó que ese pequeño espacio de seis metros cuadrados se convertiría en una casa de cinco pisos en donde hasta sus nietos han sido criados.
Llegó poco tiempo después de que su esposo falleciera. Con un esfuerzo sobrehumano dejó atrás los malos augurios y logró sacar a sus hijos adelante. “Llegamos como muchas familias: con unos centavos y sin un techo. Ahí empezamos a armar el ‘ranchito’ con latas y mucho tiempo después fue que pudimos instalar las planchas”, narró la mujer.
La historia de Edith es también la de aquellas personas a las que una casualidad les salvó la vida. El día de la explosión estaba viendo hacia la calle por la ventana de su cuarto, el cual apunta hacia el CAI del sector. Recuerda que a las 7:15 de la noche su celular sonó. Este se encontraba en la sala de su casa, por lo que de inmediato se levantó y salió de la habitación.
Santiago Romero trabaja a pocos metros del CAI. Foto:Camilo Castillo / EL TIEMPO
Fue justo en ese momento cuando su casa se iluminó. “Recuerdo que luego vino el sonido y una fuerza invisible que me empujo hacia al frente. En ese momento pensé que había sido una fuga de gas y que ese sería mi último día”, dijo.
Junto a ella estaba su nieto Dylan Cárdenas, de 24 años, una de las primeras personas en ver la magnitud de la tragedia y en advertir a los vecinos sobre el grave estado en que estaban los pequeños Salomé y Daniel.
En una casa cercana a la de la familia Claros vive Santiago Romero, un joven de 22 años quien ha pasado 15 en Arborizadora Alta. Él istra un local de frutas y verduras que está ubicado en una de las calles que conectan la parte más alta de la localidad.
El joven cuenta que la rutina de las personas del barrio no ha cambiado y que no cree que el atentado del sábado pasado pueda alterar dichos comportamientos. “Gracias a Dios eso no ocurrió un lunes. Aquí llegan las rutas tipo 6 o 7 de la noche con trabajadores, padres con sus niños, gente que hace mercado, etc. No es extraño ver gente caminando tarde por aquí porque de cierta forma el CAI da algo de tranquilidad”, señaló.
A diferencia del señor Pulido, Santiago cree que los pobladores del barrio siempre han mostrado unión y fortaleza frente a las adversidades. “Hemos tenido múltiples tragedias de todo tipo durante años y he sido testigo de cómo la gente no abandona a sus vecinos”, dijo.
Él, al igual que el señor Pulido y la señora Claros, lamenta que este espacio, punto de encuentro para los mayores que hacían ejercicios los sábados y escenario de las novenas de fin de año, pueda perderse para siempre.
“No solo es una estación de policía o unas celdas. Esto también es parte del barrio y así lo ha sido siempre”, concluyó Pulido.