El 14 de octubre concluyeron las obras que blindan los túneles por donde llega el agua a Bogotá ante posibles derrumbes y, de paso, eventuales racionamientos. El llenado de esos ductos comenzó 4 días después y el líquido empezó a llegar regularmente a la planta Wiesner, donde es tratada para el consumo de más de 7 millones de personas de la capital del país y de la Sabana.
De esa manera se espera que Bogotá no vuelva a pasar las dificultades que tuvo en enero de 1997, cuando un derrumbe dentro de los túneles bloqueó el flujo y la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (Eaab) debió adoptar el suministro por sectores.
De aquella época se recuerda la labor heroica de dos operadores que ingresaron al túnel Palacio-Río Blanco por el sector de Ventanas y, luchando contra una corriente que prácticamente los tapaba y agarrados de los cables de energía, lograron avanzar hasta la válvula que cierra el paso del agua de un sector a otro, con lo que se evitó la fuga que amenazaba a esa infraestructura y las de veredas cercanas.
A lo largo de tres meses, cuando se creía que los trabajos habían terminado –incluso se celebró con lechona y brindis con agua–, se encontró que el agua pasaba, pero era muy turbia. Los ingenieros tuvieron que salir del túnel y entrar por otra zona. Caminaron varios kilómetros hasta encontrar la causa. Se trataba de un segundo derrumbe que bloqueaba buena parte del flujo.
De nuevo debieron trasladar todos los equipos, incluidos tractores Kubota, las pesadas formaletas metálicas, compresores, cargadores, plantas eléctricas y martillos, para reiniciar las obras que dejan reforzadas las paredes y el techo con una capa de concreto y varilla de más de 20 centímetros.
Esos trabajos se prolongaron hasta noviembre de ese año, con lo que la ciudad estuvo 10 meses dependiendo de las plantas de tratamiento de Tibitoc, que se abastece del río Bogotá; Vitelma, en la localidad de San Cristóbal, y de las pocas reservas que tenía el embalse San Rafael, que meses antes había sido inaugurado y aún estaba en proceso de llenado
La emergencia llevó al entonces alcalde Antanas Mockus (1 de enero de 1995-10 de abril de 1997) a adelantar una agresiva campaña para reducir el consumo en la ciudad. Con una regla en la mano y rodeado de decenas de botellones con agua, el mandatario dijo que por unos 1.000 pesos cada familia consume diariamente el agua que envasada comercialmente le costaría 800.000 pesos, y pidió aumentar el ahorro de 43 a 200 litros al día, para no tener que hacer racionamiento. Sin duda, el mensaje tuvo efecto en la ciudad.
Pero aunque las reparaciones se efectuaron, no dejaron de ser un paliativo. Bogotá seguía expuesta a futuras contingencias en los túneles. De hecho, entre 1983 y 1985, durante la construcción de los mismos, se registraron múltiples desprendimientos que dejaron a la ciudad por alrededor de 17 meses sin agua de Chingaza.
Entre 1983 y 1985, durante la construcción de los túneles, se registraron múltiples desprendimientos que dejaron a la ciudad por alrededor de 17 meses sin agua de Chingaza
Ante esa situación, un de expertos internacionales recomendó en 1997 realizar el revestimiento con concreto de los tramos que seguían con la protección original de la roca. En total fueron revestidos y reforzados 19,2 de los 32,5 km que hay desde el embalse de Chuza, uno de los dos en los cuales se almacenan las aguas captadas en el Sistema de Chingaza, que cubre el 70 por ciento del consumo de la ciudad. El otro embalse es el de San Rafael, que se encuentra en la misma zona de la planta de tratamiento Wiesner, localizada en La Calera.
El 30 por ciento restante del líquido que necesita la capital del país –así es aún hoy– proviene del río Bogotá y del Sistema Sur, integrado por los embalses pequeños de La Regadera y Chisacá, ubicados sobre el río Tunjuelo. Con eso, la ciudad debía garantizar el abastecimiento, por lo cual las obras no se podían prolongar mucho tiempo y había que rogar que no se presentaran inconvenientes graves que llevaran a extender los trabajos más días.
Por fortuna, pese a un par de circunstancias externas, la ciudad siempre contó con agua, aunque no era suficiente. “En un programa integral de obras hemos terminado el revestimiento de los túneles que traen el agua desde Chingaza para protegerlos contra derrumbes. Esos trabajos se ejecutaron sin necesidad de suspender el servicio, gracias a nuestro sistema integrado de abastecimiento”, dice la actual gerenta del Acueducto de Bogotá, Cristina Arango.
La titánica tarea
Las obras en los túneles comenzaron en forma en el 2003, pero no fueron nada fáciles y tampoco se pudieron realizar todos los años de manera constante. Los ingenieros Germán García Marrugo y Fernando Manrique Ocampo, quienes fueron testigos de excepción de esos momentos, recuerdan que en unas ocasiones dependían de factores como la geología de la zona, más en una cordillera en plena formación como la Oriental; en otras porque se adelantaban trabajos en Tibitoc y no se podía suspender el fluido desde Chingaza, pero, sobre todo, del tiempo que tomaba cada intervención.
“El contratista solo tenía 66 días para entrar al túnel, porque ese era el tiempo estimado para el que alcanzaba el agua en San Rafael y Tibitoc, y no dejar a la ciudad sin suministro. Ese revestimiento era bastante lento. Y así como había tramos largos, hasta de casi un kilómetro, también los había muy pequeños, de un metro, y en todos se tenían que desplazar los equipos”, recuerda el ingeniero Manrique.
El río Teusacá siempre fue un enemigo silencioso en la titánica tarea de revestir los túneles del sistema
A lo que Germán García dice que esas obras se pudieron hacer en los años 2003, 2004, 2005, 2008, 2009, 2010, 2011, 2014, 2015 y desde 2017. Inicialmente fue una intervención anual, pero en la última década se realizaron incluso dos. Para esos momentos, la planta Wiesner, donde llega el agua de San Rafael, debía bajar su capacidad de tratamiento a entre 8,5 y 9,5 m³ por segundo, cuando normalmente opera con entre 10,5 y 12,5 m³ por segundo.
Pero, además, siempre estuvo latente el temor de que una creciente del río Teusacá, afluente de San Rafael, arrastrara material orgánico y terminara afectando el tratamiento del agua, con lo que no era posible garantizarle a la ciudad el suministro. Ese caso se dio en 2009 y 2010, cuando se debieron suspender los trabajos para permitir la llegada a la planta de agua de mejor calidad desde Chingaza. “El río Teusacá siempre fue un enemigo silencioso en la titánica tarea de revestir los túneles del sistema”, asegura hoy García.
En los frentes de obra había grupos de hasta 60 personas por turno de 12 horas. Y se podían abrir entre dos y cuatro frentes. Era un ambiente de lluvia permanente –el agua que se filtraba dentro del túnel alcanzaba para abastecer a una ciudad intermedia como Villavicencio– y bajo una sensación térmica de menos 10 °C. Así debían trabajar, almorzar y cenar.
En el último tramo de revestimiento, en uno de los largos recorridos que debían realizar dentro de los túneles, se encontraron el piso levantado en una zona y luego otros derrumbes pequeños. “Estábamos terminando y vi una neblina. A medida que me fui acercando, el piso, o sea la solera, se había levantado. La fuerza que se formó allí fue totalmente grande. Nos tocó devolvernos e ir por el otro lado a revisar. Encontré derrumbes, pero muy pequeños. El resto del túnel estaba en buen estado. Eso fue hace como 3 años”, recuerda el ingeniero Manrique.
Pero ahí no pararon los imprevistos. En este 2020 se tenía prevista una sola intervención en un poco más de un kilómetro. Dichas obras debían realizarse entre los meses de febrero y abril, pero cuando literalmente se veía la luz al final del túnel apareció la pandemia del covid-19 y esos trabajos quedaron a mitad de camino.
El revestimiento se retomó en agosto pasado, tras un plan especial en el que todo el personal debió permanecer dos meses largos en un campamento en la zona, a fin de evitar los contagios con el virus. En este nuevo periodo de 66 días se hicieron los últimos 527 metros, que terminaron siendo los más dispendiosos de todo el proyecto, pues contemplaba tramos cortos, pero distanciados, lo que convirtió esa faraónica tarea en una carrera contrarreloj. Incluso, en algún momento se llegó a temer que se necesitarían más días para concluir dichas obras.
Finalmente, el 22 de octubre pasado, se volvieron a abrir las válvulas de los túneles y el agua de Chingaza regresó al embalse de San Rafael y a la planta de tratamiento Wiesner, y Bogotá pudo volver a respirar tranquila porque el riesgo de un racionamiento, a causa de derrumbes como los ocurridos en 1997, ya es poco probable.
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GUILLERMO REINOSO RODRÍGUEZ
Editor BOGOTÁ
EL TIEMPO
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