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La historia de un hombre que empodera a mujeres que padecen cáncer
Miles de mujeres han encontrado su belleza en medio del dolor y la amargura. Crónica.
onathan, de empresas de profesión y estilista por gusto, le devolvió la esperanza a varias mujeres. Foto: Cortesía Jonathan Pregonero
Aún recuerda el rostro triste, oscuro y apagado de la primera mujer que le apostó a ser parte de su sueño. Le habían diagnosticado cáncer de seno, estaba inmersa en una profunda depresión, no musitaba palabra alguna, tenía a su familia en un limbo doloroso y sin herramientas para ayudarla a seguir adelante, ni siquiera a vivir el día a día.
Pero Jonathan Pregonero y su proyecto que tantas noches le había robado la tranquilidad le llegaron a ella justo a su corazón. Quizá por providencia divina, ella lo escuchó y supo que sería la primera de más de 2.700 mujeres que hoy pueden contar cómo su vida, marcada por esta atroz enfermedad, experimentó un cambio dramático hacia lo profundo de ellas, gracias al trabajo que desde hace siete años emprendió este de empresas.
Sí, lo que Jonathan hace es impregnarles vida a través de una serie de cursos en los que les enseña, o les recuerda, cómo maquillarse y verse y reconocerse bonitas, incluso sin pelo, sin cejas ni pestañas, pero con un amor propio que les sacude el alma y hace olvidar que el cáncer es una pésima jugada de la vida, pero que ellas lo viven poniendo su mejor rostro. Por eso no vacilan en seguir paso a paso las instrucciones de este quijote del maquillaje, que es también asesor de imagen de profesión.
Era una obsesión que tenía entre pecho y espalda y por eso, luego de arribar de España (a donde fue a realizar una especialización de asesoría e imagen), supo que tenía que hacer algo en pro de la sociedad. Y fue justo con esta primera chica con quien arrancó el sueño. Su familia le tenía organizada una fiesta sorpresa de cumpleaños: “La que supimos aprovechar. Le conseguimos el vestido, los tacones, y todo se alineó para que su actitud cambiara, hasta su familia estaba feliz”, recuerda Jonathan.
Jonathan Pregonero, de profesión y estilista por gusto. Foto:Cortesía Jonathan Pregonero
Sin duda esta fue la señal que necesitaba para seguir adelante. Entendió que ese iba a ser su camino, guiado por sus experiencias, una voluntad que sobrepasaba y contagiaba a quien le iba contando su proyecto. Lo demás se fue construyendo casi sin percibir esta historia que estaba escribiendo, la de cambiarle la manera como se miran las pacientes que tienen un diagnóstico de cáncer.
Recuerda con precisión quién fue la primera persona a la que acudió a pedir apoyo para iniciar esta travesía. “Fue mi amiga Sara, quien es oncóloga. Ella me dijo que lo hiciera, que era algo que se necesita, ya que eso que se lleva en la mente va a replicar en algún momento en el cuerpo”, porque, como él mismo agrega, “esta enfermedad también se puede luchar desde la mente”.
Con esos ángeles que Dios le mandó, y que vienen en forma de grandes amigos, fue construyendo ladrillo por ladrillo este gran y maravilloso proyecto de vida fundamentado en la medicina y en la psicología, y al cual le aportó su experiencia y, sobre todo, su humanidad.
Lo más bello fue sentir esa emoción con la que ellas llegaron. Ver que entraron todas y con diferentes prendas de vestir para determinar su paleta de colores, su euforia por querer aprender algo..
Fue así como arrancó este largo viaje que no ha tenido escalas, pero sí gente que se ha ido sumando, que grano a grano fue llenándose de kits de esmaltes, labiales, sombras y todo un arsenal de productos de belleza con los que él atiende a estas mujeres y que asegura le han puesto color a una vida a la que el cáncer le ha robado el brillo y la luz.
Su primera gran experiencia fue con un grupo de 15 mujeres. Esa vez, apoyado por otra gran amiga, una médica de la clínica del Country. Si bien le decían que no iban ni la mitad, tuvo la gran sorpresa de que acudieron todas. Y, más aún, ante la posibilidad de que no fueran al día siguiente (son dos días los que dedica a enseñarles las técnicas que deben saber o recordar), porque muchas de ellas eran población flotante —mujeres que entran, que están por tratamiento médico o que no tienen los recursos para su transporte—, logró que todas volvieran.
“Lo más bello fue sentir esa emoción con la que ellas llegaron. Ver que entraron todas y con diferentes prendas de vestir para determinar su paleta de colores, su euforia por querer aprender algo nuevo con ese maquillaje que tenían guardado hace años. Ahí aprendí que ese reconocimiento de las pacientes al sentirse importantes y valoradas les daba fuerza para seguir en esta lucha”, comenta.
Así nació Imagen Viva, su fundación, que ha tenido la oportunidad de estar en salas de quimioterapia, en auditorios, apoyando pacientes en cuidados paliativos… en escenarios a los que él creía no poder llegar jamás y que hoy conoce tanto que sabe cómo atender a cada una, desde el lugar donde están, hablarles al oído, escucharlas y llorar y reír con ellas. Porque no solo sus pacientes son las que aprenden, sino él, que sale con sus historias a cuestas y que le sirven de combustible para seguir adelante y no parar.
Está seguro de que su fundación ha ido transformando vidas, desde un lugar sombrío y decaído, a un mundo lleno de oportunidades, de renacer con un aspecto distinto al que solían tener antes de esta noticia. Porque si algo ha aprendido al lado de estas guerreras, “es que su vida es un antes y un después, y que en ese proceso es que yo entro y apoyo, y trato de devolverles una sonrisa que viene desde el fondo de sus corazones y que les recuerda que esta enfermedad no se puede llevar tan fácil su belleza”.
Jonathan junto a una de las mujeres que ha ayudado en su proceso. Foto:Cortesía Jonathan Pregonero
Amor propio
En este caminar ha construido una fundación hecha a retazos, con ayuda de aquí y de allá, de clientas que le han aportado con productos con los que arma sus kits; otros más, abriéndoles puertas de lugares para reunir a las pacientes; algunas psicólogas que lo han escuchado y le han servido de apoyo, de médicas y un sinfín de amigos con los que ha tejido una red de apoyo que hoy él sigue construyendo.
Quizá tantas historias que escucha tras bambalinas, mientras seca lágrimas o embellece rostros a través de sus cursos, han sido el motor que mantiene viva esta fundación. “Yo me lleno de todo ese empeño que ellas ponen por aprender, por llevar a casa una sonrisa, a pesar de encontrarse en condiciones difíciles, no solo por la enfermedad, sino por maridos que no entienden o no les importa saber que viene de una quimioterapia y que deben responder sexualmente; otras, que van sin comer nada y regresan a sus casas sabiendo que no encontrarán un pan para apaciguar esa dura jornada; unas más, con hijos que no comprenden por lo que están viviendo y las tratan horriblemente… y así, un cúmulo de vivencias que se suman a la pesada carga que llevan a cuestas”.
Todas estas historias mueven a Jonathan Pregonero a seguir adelante. A apaciguar al menos un par de días (y espera que se siga replicando en sus casas) esos lugares oscuros y sombríos que a muchas les esperan. “No sé a dónde llegaremos con este sueño —dice—, pero lo único cierto es que mientras tenga este mismo deseo, que en lugar de menguar ha ido creciendo, espero seguir apoyando a estas mujeres que me han enseñado, a lo largo de estos siete años que llevo con el proyecto a cuestas, que están hechas de acero, que tienen sueños y que, como me han dicho más de una vez mientras estamos en los cursos, por momentos olvidan que están viviendo este duro desafío que les ha planteado la vida”, concluye.