Petro, Peñalosa y Claudia. Tres mandatarios que han gobernado a Bogotá. Nadie duda de sus capacidades ni de los esfuerzos que hicieron en sus respectivas istraciones para sacar adelante la ciudad. Nadie desconfía de su honestidad a la hora de gobernar. Ninguno salió salpicado por escándalos de corrupción, como sí ocurrió con otros mandatarios de ingrata recordación. Algunos quizás pusieron más énfasis en unos temas que en otros.
Se rodearon de equipos competentes. Creyeron en una causa y llevaron a los ciudadanos a que se convencieran de ella. También se equivocaron, porque los gobernantes se equivocan; también dieron papaya y estuvieron bajo el escrutinio inmisericorde de unas redes que no perdonan. Pero tuvieron aciertos, varios aciertos: hoy se siguen construyendo colegios en lotes que uno y otro dejaron; hoy, el mejor ejemplo de igualdad y solidaridad está en el cable de Ciudad Bolívar, que los tres ayudaron a sacar adelante.
Los tres contribuyeron, y de qué manera, a que la educación fuera un tema prioritario para la ciudad. Y con ello aumentaron los cupos escolares. Hoy, menos niños se quedan sin escuela y más jóvenes van a la U. Uno de ellos hizo del espacio público y del transporte público un lugar en el que los ciudadanos se sintieran dignos e iguales. Otro decretó la gratuidad del agua para miles de familias.
Y la actual mandataria diseñó la estrategia del ingreso mínimo garantizado para enfrentar los estragos de la pandemia. Los tres fueron responsables con el manejo de los recursos de la ciudad. Los tres consolidaron el modelo de actualización catastral, lo que le permite a Bogotá tener unas finanzas siempre sanas. Ninguno escapó al eterno problema de la inseguridad, y sin embargo, los tres gobiernos consiguieron cifras significativas en reducción de homicidios (históricas para el momento que vivió cada uno). El uno creó la Secretaría de la Mujer, otro le dio vida al Instituto para la Protección Animal, y López deja como legado una agencia de datos para la ciudad, Agata.
Los tres padecieron el aumento de la tasa de victimización, particularmente por el hurto callejero. La percepción de inseguridad fue el karma que los persiguió y los sigue persiguiendo en el actual gobierno. Los tres apoyaron el desarme ciudadano. Los tres soportaron protestas virulentas. Los tres vivieron el drama de las URI atestadas de presos. Petro ayudó a concluir las obras del TransMilenio por la 26, y Peñalosa licitó y contrató la nueva troncal de la 68, que Claudia López está sacando adelante. Petro acabó con las famosas zorras en la calle, Peñalosa le puso fin al Cartucho y López derribó casas usadas para torturar y desaparecer personas.
Pero llegamos a la movilidad. La bendita movilidad. El tema que, aunque Petro, Peñalosa y Claudia hicieron cosas para mostrar, es el que más los enfrenta hoy. Es verdad que Petro dejó buses híbridos, Peñalosa dejó una flota de eléctricos que López ha venido incrementando y que hoy nos tiene como una de las ciudades del mundo con mayor número de vehículos de transporte público de este tipo.
Hasta que apareció el metro. Que si Petro dejó diseñado y contratado el subterráneo; que si Peñalosa botó los estudios y se fue por uno elevado; que si Claudia no gusta del elevado pero quiere terminarlo y sacar adelante una segunda línea subterránea. Que ahora Petro amenaza con dejar a Bogotá sin recursos para obras claves si no se cambia el modelo Peñalosa... Así como la tragedia de la pandemia –que nos costó miles de muertos– no consiguió acercarlos a los tres –al menos en un gesto de solidaridad–, el metro sí ha sacado todo el rencor que se profesan. El metro, quién lo dijera, ha sido, es y seguirá siendo el karma de los bogotanos, la comidilla de oficinas y restaurantes, la excusa para agredirse en redes sociales y el bocado apetitoso que muchos políticos en campaña estaban esperando. Porque para vivos, los políticos, que no ven otras urgencias en la ciudad sino este tema que polariza y permite ganar elecciones.
Sí, los tres mandatarios propusieron metro en sus campañas. Todos vendieron ese discurso con genuina convicción. O eso quisiera creer. Y sin embargo, hoy los tres están enfrentados por el mismo tema. Y cada uno tiene argumentos para defender su propio metro. Que no se esté de acuerdo con esos argumentos es otra cosa. Pero jamás una obra de infraestructura con la que han soñado millones de ciudadanos, los mismos que votaron por ellos, había provocado tanta irascibilidad, tanta inquina, tanto odio y perturbación como la que se ha sentido esta semana en Bogotá.
Amenazas van y vienen, declaraciones subidas de todo pululan en las redes, enfrentamientos verbales en los medios, protestas en el Concejo, marchas que se anuncian para paralizar de nuevo a la ciudad. ¿Es justo? ¿Tenemos los ciudadanos que soportar que así se nos trate? ¿Es así como se nos reconoce el esfuerzo monumental que hacemos para pagar esas obras? ¿De cuándo acá millones de bogotanos tenemos que ser los damnificados de las deudas pendientes que se profesan los gobernantes que nos gobiernan? ¿Acaso merecemos que unos pocos decidan nuestro destino? Quisiera creer, ingenuamente, que ojalá algún día estos tres mandatarios logren ponerse de acuerdo aunque sea en una sola cosa: que Bogotá les dio todo lo que son.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
@ernestocortes28