Por estos días, la Secretaría de Ambiente nuevamente nos informa que hay condiciones de riesgo en la calidad del aire en varias zonas de Bogotá. Una alerta que se ha vuelto recurrente para esta época del año debido a que las condiciones atmosféricas profundizan aún más los problemas de la mala calidad del aire en la ciudad.
Un problema bien conocido y estudiado, donde es claro que la mala calidad del aire no se explica solo por las condiciones meteorológicas, también es el resultado de la actividad humana y la contaminación por las fuentes fijas y móviles. Factores que sí se pueden controlar.
El último inventario de emisiones contaminantes, realizado en 2020 y publicado recientemente, confirma que el transporte de carga es el mayor contaminador por material particulado (42 %), seguido de los camperos y camionetas, con una participación del 21 %, y los automóviles, con 15 %. Por su parte, la motocicleta contamina el 7 %. En el caso de las fuentes fijas, se evidencia que en la contaminación siguen predominando los hornos ladrilleros y calderas que funcionan con carbón. Además, el estudio también señala que la calidad de la malla vial, el desgaste de frenos y de llantas generan partículas que se quedan en las vías y tienden a ser un material que permanece en el aire.
Y es que esas pequeñas partículas (polvo, hollín, cenizas y metales ligeros, entre otros), invisibles a simple vista, tienen un enorme potencial de daño que se agrava si se está más cerca de las fuentes emisoras o existe un prolongado tiempo de exposición. Las partículas más pequeñas llegan a los pulmones, pero también al sistema circulatorio y cerebro. Todo esto termina causando enfermedades pulmonares, accidentes cerebrovasculares, cáncer de pulmón y enfermedades cardiacas.
De allí que cuando se alerta sobre el deterioro de la calidad del aire, se recomiende evitar hacer ejercicio o actividades al aire libre. Un mensaje que no todos pueden cumplir, sobre todo las personas que residen en el occidente de la ciudad, donde históricamente la contaminación ha sido más alta como consecuencia la presencia de industrias, alta flujo vehicular de camiones y precario estado de la malla vial. No es posible que, en las localidades como Kennedy, Bosa, Ciudad Bolívar, Usme y Fontibón se siga respirando el peor aire de la ciudad.
Y aunque Bogotá cuenta con protocolos de emergencia, una red de monitoreo, un plan de acción climática y hasta un plan estratégico para mejorar la calidad del aire, poco impacto tienen en la práctica, sino se fortalecen los controles a las fuentes contaminantes, se mejora el estado de la malla vial, se amplía la cobertura vegetal y se hace obligatorio el uso de filtros a quienes más contaminan, como es el caso de los camiones que funcionan con diésel. De igual manera, hay que trabajar con los municipios vecinos para que adelanten acciones contra industrias como las ladrilleras, y se impulse un marco regional para la gobernanza del aire.
Sin duda, la renovación de la flota de transporte público va por el camino correcto, pero su efecto se diluye si no cambiamos nuestros hábitos de desplazamiento y consumo. Es difícil de creer, pero en tan solo 10 años el parque automotor de Bogotá creció 45 %, pasamos de 1’753.252 a 2’536.476 vehículos. Prácticamente, mientras crecía la insatisfacción de los bogotanos con el transporte público y mejoraba su capacidad adquisitiva, más hogares optaban por comprar un carro o una moto. Acciones que terminan aumentando la contaminación del aire, el ruido y la congestión vehicular.
Es urgente tomar conciencia de que el aire contaminado es el enemigo silencioso que tienen las ciudades. Al fin de cuentas, es un problema recurrente que requiere acciones más allá de las alertas y por ende indicadores de resultados de los planes, programas y proyectos que se anuncian. No podemos echarles siempre la culpa a las condiciones atmosféricas.
OMAR ORÓSTEGUI
DIRECTOR DE FUTUROS URBANOS