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‘La niña me preguntó si era verdad que su padre era un ángel’

La historia de un diácono que despide a fallecidos por covid-19 en las afueras de los cementerios.

El diácono Mauricio Castiblanco Beltrán y, atrás, Sheila Ruíz tocando el violín frente al cementerio de Chapinero.
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Cuando el diácono Mauricio Castiblanco Beltrán llegó a esa casa, la niña de cinco años salió a la puerta abrazando la pierna de una mujer.
Su padre había fallecido a causa del covid-19. Así que lo primero que le dijo al religioso fue: “Hola, mi mamá me dijo que mi papá se había ido al cielo y que era un ángel”.
Ella desconocía que aquel hombre iba a oficiar una ceremonia de entrega de cenizas en su hogar.
La escena lo conmovió tanto que entró en una sentida conversación. De alguna manera sintió la necesidad de confirmarle que, en efecto, eso había pasado. Entonces le dijo que sí, que buscara una estrella en el cielo, y cuando escogió una le dijo que esa era el alma de su progenitor y que cada vez que el firmamento estuviera estrellado, ella lo podría ver, y que cuando la viera parpadear era porque le estaba hablando y acompañándola desde la eternidad. “Él no ha muerto, es un nuevo ángel en el cielo, y pronto vas a sentir una brisa en tus mejillas: será el alma de tu padre acariciándote, y cuando veas esa luna inmensa y redondita vas a verlo sonriéndote”.
Días después se enteró de que la pequeña solía salir a ver el cielo y que luego su rostro se veía tranquilo, como si ya hubiera asimilado aquella inesperada noticia.
Otro día, desde que la pandemia lo cambió todo, y esperaba a dar inicio a una ceremonia en las afueras del cementerio de Chapinero, un hombre al que se le había muerto su madre por el virus le pidió, desconsolado, que si le podía hacer una oración para su madre. Ese lunes, mientras atardecía, el diácono no dudó en reconfortarlo con unas palabras a pesar del cansancio que los consume a él y a otros religiosos que trabajan con las funerarias desde que comenzó el confinamiento. Su trabajo se ha triplicado y ha cambiado porque, ahora, despedir a los seres queridos ya no es como antes. Las medidas de bioseguridad eliminaron la proximidad de los cuerpos, los abrazos y hasta la posibilidad de estrecharse las manos.
Mauricio Castiblanco es diácono permanente de la Arquidiócesis de Bogotá y se desempeña en la Pastoral La Esperanza. También presta sus servicios como director de duelo en Capillas de la Fe. “Mi trabajo era más tranquilo y más pausado, pero, a raíz de la emergencia y de que las iglesias no están recibiendo ni celebrando las exequias, los sacerdotes nos hemos puesto en la tarea de despedir a nuestros seres queridos desde otros escenarios”. Uno de ellos en el cementerio, en estos días, un territorio plagado de más llantos y escenas de dolor, de personas que se pegan a las ventanas de los carros funerarios esperando darles un último adiós a sus seres queridos, abuelos, padres, hijos.
Y así lo vimos en las afueras del cementerio de Chapinero. Vestido de blanco de pies a cabeza, con tapabocas N-95 y careta. Eso sí, con una estola morada en el hombro izquierdo y la Biblia bajo su brazo. Detrás, Sheila Ruiz, una violinista que entona un homenaje musical al fallecido.
Vengan a mí todos los que están rendidos y agobiados que yo los aliviaré”. Así comenzó la ceremonia, ya no en una iglesia o en una carpa frente al féretro, sino en un andén enfrente del camposanto, con el ruido del tráfico de fondo y los familiares tratando de ver entre las rejas el destino del carro mortuorio.
El mensaje para los adoloridos es que el cuerpo es eso, un cuerpo material, y que el alma es lo que perdura. Luego, la aspersión con el agua bendita. “Les decimos que la muerte no es eterna, y que solo es un partir y un morir de este mundo”, dijo Castiblanco. Palabras de aliento van y vienen mientras la familia se regocija.
Es impresionante la cantidad de fallecidos que ingresan al cementerio de Chapinero
Mauricio Castiblanco Beltrán  ha tenido que hacer despedidas solmenes en medio del anden.

Mauricio Castiblanco Beltrán ha tenido que hacer despedidas solmenes en medio del anden. Foto:Hector Fabio Zamora

Una oración en silencio es el comienzo de la despedida de un cadáver que entra a su proceso de cremación. Y mientras eso pasa llegan y salen carros funerarios. “Es impresionante la cantidad de fallecidos que ingresan al cementerio de Chapinero. “A la gente que todavía no cree en la seriedad de esta pandemia y que este virus nos está matando, les digo que se asomen a un cementerio”. Y es que sus jornadas, que eran de ocho horas, ahora pueden ser de doce, pero lo hacen con gusto porque saben que la espiritualidad es importante en épocas de crisis.
Y por todo eso, a las malas, los servicios funerarios y religiosos tuvieron que reinventarse, así la palabra ya suene cliché. Y es gracias a eso como ahora un promedio de diez familiares pueden cumplir con un ritual de esta naturaleza.
Si es una víctima del covid-19, no la pueden ver ni tocar, pero por lo menos encuentran algo más de tranquilidad cuando sienten que se le hizo una despedida al fallecido.
Al final de todo esto y, en general, de toda ceremonia, independiente de qué religión sea, hay un cambio en el semblante de los familiares.
A la gente que todavía no cree en la seriedad de esta pandemia y que este virus nos está matando, les digo que se asomen un día a las afueras de un cementerio
Unos respiran mejor, otros se ven rodeados y acompañados. “Es que estos familiares sufren más porque vienen de tener a sus seres queridos en un hospital por 15 o 20 días y de esto pasan a no poderlos ni ver , eso no es fácil”, dijo Castiblanco. A veces, el llanto se convierte en un aplauso propiciado por el religioso, quien les pide reconocer todo lo bueno que esa persona hizo en vida: sus cuentos, sus caricias, sus chistes, su amor.
Hoy, para los fallecidos por causas diferentes al covid-19 hay ceremonias de luz en funerarias, pero con límite de personas, y para aquellos que murieron por el virus hay posibilidades de hacer ceremonias tras la cremación y la obtención de las cenizas, ya que el calor elimina el peligro del contagio. Incluso, estas se pueden soltar a la mar y brindar al final como símbolo de respeto por la vida. También hay ceremonias sin la presencia de un cuerpo, mucho más ahora que se están retardando las entregas de las cenizas. “Solo le pedimos a una familia una foto grande”, contó el sacerdote.
De fondo está Sheila Ruiz con sus acompañamientos musicales. Ese día estremeció a los que escuchaban su violín en las afueras del cementerio. “Acompañamos a las víctimas del covid-19. Queremos que la música se a un bálsamos en estos momentos tan difíciles”.
Ambos reconocen haber llorado, y por eso cada vez que tienen oportunidad le dicen a la gente que entreguen todo en vida: los perdones, las palabras de amor, los abrazos. Guardar sentimientos por soberbia no tiene sentido. “Yo les digo que somos peregrinos en este mundo, acá estamos de paso. La muerte no debe ser solo tristeza. Habrá un lugar en donde no habrá dolor, angustia, desesperación”, dijo Castiblanco.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
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