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‘Yo sé qué es estar en una UCI por covid-19 y no se lo deseo a nadie’
Tatiana estuvo ocho días en una unidad, absolutamente aislada de su familia.
Urgencias en Bogotá. Foto: Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO
Cuando Tatiana Paola Chávez, de 33 años, estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos, el único o que tuvo con la realidad fue un par de palomas cuyas siluetas se alcanzaban a divisar detrás del espesor de un plástico que cubría las ventanas de la habitación.
Su pesadilla comenzó un día cualquiera, cuando estaba de vacaciones. Ese 19 de marzo de 2020 salió a hacer una diligencia antes de que comenzara la cuarentena. “Recuerdo que me monté a un bus del Sitp. Iba un señor que tosía demasiado y además lo escuché hablar de un viaje que había hecho al Ecuador”.
Como ya pululaban las noticias de lo que estaba pasando en el vecino país, ella llegó a su casa a lavarse las manos y a contarle lo sucedido a su familia, pero con la incredulidad de que a ella no le tocaría. Sin embargo, por ser madre cabeza de familia, y por vivir con sus hijos, dos niñas de 17 y 10 años, un niño de 8 y su abuela la idea la atormentaba.
Recuerdo que me monté a un bus del Sitp. Iba un señor que tosía demasiado y además lo escuché hablar de un viaje que había hecho al Ecuador
Y como si se tratara de un presagio, el 24 de marzo de 2020 la fiebre y el dolor de cabeza se apoderaron de su cuerpo. No podía escuchar ningún ruido y hasta la luz de los bombillos le era insoportable. En las noches su cuerpo quedaba empapado en sudor. Para el 28 de ese mismo mes, la fiebre llegaba a 40 grados. “Como sabía que no podía coger transporte público pedí una ambulancia, yo ya asimilaba que era coronavirus. Hicimos llamados hasta el 30 pero la asistencia nunca llegó a pesar de que contestaban mis llamadas”.
Su cuerpo estaba totalmente débil, no podía ni soportar el peso de su celular. Su padre tuvo entonces que ir por ella y juntos arribar al hospital San Rafael. “Pero allá me dijeron que era una gripa y que pidiera atención prioritaria en mi EPS que es Cafam”, contó Tatiana.
El doctor que la vio no tardó en decirle que todos los síntomas correspondían a la covid-19. Inmediatamente la aislaron en el cuarto piso de la institución. “El médico que me vio tuvo que cancelar todas sus citas. Ya había tenido o conmigo”.
Tatiana Chávez tiene tres hijos, dejarlos solos era su mayor temor. Foto:Archivo particular
Pese al diagnóstico la enviaron a su casa. “Pero el dos de abril estaba colapsada. Cada cuatro segundos tosía, me dio vómito. Me sentía ahogada. La noche anterior llamé a la línea 123 y a otro número para enfermos de covid-19, pero la ambulancia nunca llegó. El 2 de mayo alcancé a llamar otra vez a mi papá y le dije: no puedo respirar”.
Otra vez con su padre partieron a la clínica San Carlos en la localidad de Antonio Nariño. Cuando llegó ya no estaba saturando. Le pidieron sus datos pero solo pudo escribirlos, inmediatamente quedó aislada y con oxígeno.
Varios exámenes y un tac determinaron cuan comprometidos estaban sus pulmones, ya sufría de neumonía. “Y aún no sabían los resultados de mi examen, es decir, si era positiva para covid-19”.
Así comenzó su aislamiento en una Unidad de Cuidado Intensivo (UCI). “La soledad es total. No hay visitas, los médicos entran por cuestión de segundos, te miran desde la puerta y los enfermeros casi ni te hablan por el temor de contagiarse. Obvio, sin que sea su intención, uno se siente despreciado”.
Dormir es difícil rodeado de máquinas y mangueras conectadas al cuerpo. “Cada ocho horas me hacían electros, me daban seis pastas más los medicamentos que me daban vía intravenosa. También me tomaban gases arteriales porque lo que me estaban suministrando podía afectar otros órganos”. Todo esto mientras los galenos le realizaban constantemente exámenes de laboratorio.
El mareo no le permitía pararse, cuando pudo ir sola al baño le tocaba llevar una pipa de oxígeno. “Y mientras todo eso pasaba yo solo pensaba en mis hijos. El o es nulo porque el teléfono afecta el funcionamiento de los equipos”.
En medio de la nebulosa la idea de la muerte rondaba su cabeza. “Me daba miedo dormirme, solía pensar que iba a fallecer ahogada, hasta que mis ojos se cerraban del cansancio”.
Cuando estaba lúcida les hacía caso a los médicos. Ellos le decían que mientras más tiempo permaneciera boca abajo se iba a mejorar más rápido. “A veces estaba agotada de esa posición pero todo por mis hijos, por volverlos a ver”.
Su panorama era lúgubre. Se sentía rodeada de plásticos. Afortunadamente a los 4 días de estar en cuidados intensivos comenzó a mejorar. “Estaba saturando mejor, me quitaron el oxígeno. Pero me dijeron que tenía que estar dos días más en observación”.
Me daba miedo dormirme, solía pensar que iba a fallecer ahogada, hasta que mis ojos se cerraban del cansancio
Ocho días, ocho largos días que esta mujer siempre recordará, pasaron. Con una felicidad infinita recibió la noticia de su salida pues quedarse podría significar contagiarse de otros virus. “Yo creo que eso sienten los presos cuando recobran su libertad”.
Su vida pasó como una película mientras recorría los pasillos en silla de ruedas en un hospital que se escondía a su paso. “Cuando vi a mi padre quise abrazarlo pero no podía. Yo seguía siendo un riesgo”. Después de su salida solo tras tres pruebas más sus resultados salieron negativos.
Hace poco me llamaron a preguntarme que cómo me había ido con la ambulancia, que risa, les dije: cuál, si nunca llegó
Pero cuando pensó que lo peor había pasado se enteró de que sus dos hijos menores habían contraído el virus. Afortunadamente no pasó de una fiebre, de días de aislamiento, de escucharlos llorar sin poder besarlos, abrazarlos. “Por mi niña sí llegó la ambulancia, lo que no pasó conmigo. Surtieron varios exámenes antes de que los dos salieran libres de la enfermedad”.
Hoy Tatiana, quien es asesora comercial en una aseguradora, recuperó su vida, pero todos los días sale a la calle con miedo. Tapabocas, guantes, lavado de manos hacen parte de su rutina. Aún se sofoca, los médicos le dijeron que esas sensaciones tardarán en desaparecer.
Pero más que lo físico le duele ver a los jóvenes incrédulos. “Son tan ignorantes que dicen que eso solo le da a los viejos, o que todo es una mentira del Gobierno, pasan por la calle sin tapabocas como si nada. Ya uno ni sabe cómo hacerlos entender”. También le indigna pensar que pudo morir ahogada sin que nadie la asistiera. “Hace poco me llamaron a preguntarme que cómo me había ido con la ambulancia, que risa, les dije: cuál, si nunca llegó”.
Luego de todo esto Tatiana recordaba los días en que sus hijos la abrazaban o la consentían y ella les decía que estaba ocupada. “Ahora valoro cada gesto, cada uno de sus besos. No poder tocar a tus seres queridos, es terrible”.
Hoy, ya recuperada, queda el miedo, la incertidumbre de un virus que no desaparece, agradece el tener una familia, el reconocer la importancia de pedir perdón y el recuerdo de esos días en los que solo un par de palomas que se asomaban por su ventana le hicieron compañía.