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El espinoso asunto de los emberás / Voy y vuelvo

 

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Los indígenas emberás fueron injustos con Bogotá. Le dieron una bofetada a una ciudad que los ha acogido, que ha estado pendiente de ellos, que les ha brindado salud, educación, ayudas y albergue. No es suficiente. Nada será suficiente para reparar el daño que han sufrido por culpa de la violencia desatada en sus territorios. Expulsados de sus tierras, llegaron como errantes a una ciudad ciertamente dura y hostil. Pero los acogimos, nos solidarizamos con ellos y entendimos su drama.
Durante varios meses, decenas de personas se acercaron al parque Nacional a llevarles comida, ropa y enseres. Los indígenas se habían tomado por la fuerza ese espacio que es de todos. Pero, salvo algunas voces discordantes, nadie se quejó. En el fondo entendíamos que esos hombres, esas mujeres y esos niños no estaban ahí por capricho y que detrás de esa acción no solo había un drama, sino un reclamo.
Aun así, los problemas no tardaron en aflorar. Murieron niños por falta de atención médica; en una asonada, los indígenas se tomaron la séptima, dañaron el mobiliario, aterrorizaron a transeúntes, destruyeron vehículos y golpearon a sus conductores. Todo, fruto del desespero ante la lentitud con que las autoridades avanzaban en la solución de sus demandas. Al menos eso fue lo que explicaron ese día.
Cuando finalmente un grupo importante aceptó retornar a sus tierras o alojarse en otro albergue, creímos que las cosas iban por buen camino. Esta semana, sin embargo, volvieron las protestas. De nuevo, los emberás, alojados hace tres meses en el albergue La Rioja, en el centro, quisieron manifestar su inconformismo. Comenzaron de forma pacífica. La Secretaría de Gobierno había acordado una mesa de trabajo para analizar las nuevas demandas: agua, electricidad, recursos y el fin del hacinamiento en que se encuentran.
De acuerdo con las autoridades, el tema se iba a evaluar con todos los actores sociales y políticos. Pero estalló la violencia. Lo que comenzó como un reclamo derivó en un ataque contra ciudadanos del común, contra sus locales y más tarde contra la policía y gestores de convivencia. Las imágenes no demoraron en despertar la indignación colectiva. Desde el Presidente de la República hacia abajo, hubo rechazo a la manera como fueron agredidos los servidores públicos.
Para la alcaldesa encargada, Edna Bonilla, lo más preocupante fue constatar que mujeres y niños, incluidos bebés, fueron utilizados como parte de las reyertas. Aún no es claro qué originó semejante reacción ni quiénes son los responsables de algo que pudo haber terminado en tragedia. La Policía ofrece una recompensa para quienes los denuncien.
La Rioja, ha explicado la Alcaldía, fue escogida de común acuerdo entre el Ministerio del Interior y los indígenas. Ellos sabían de antemano que el lugar no era apto, pero lo eligieron. Los servicios básicos, como luz y agua, se han prestado, y cuando ha habido problemas, según la istración, han sido resueltos. Claramente, las imágenes del albergue no dejan lugar a dudas: es indigno. Entonces, ¿por qué se eligió? ¿Cuántas personas iban a alojarse allí y cuántas terminaron siendo? ¿Quién vigila las condiciones del lugar?
Son preguntas que deben aclararse, pues la verdad es que La Rioja, hasta antes de la protesta, funcionaba como tierra de nadie. No se controlaba cabalmente el ingreso de personas, ni el consumo de bebidas alcohólicas ni de otras sustancias. La alcaldesa Claudia López ha denunciado ante la Fiscalía los abusos cometidos por algunos emberás contra mujeres y niños de la misma comunidad, pero no hay resultados aún.
Después de lo sucedido, cabe reconocer que voceros de los emberás se disculparon con los bogotanos. Ahora se ha creado una mesa de diálogo para resolver de una vez por todas el drama de estos indígenas; principalmente, las condiciones para el retorno a sus tierras. Que no será fácil, pues muchos de ellos se niegan a regresar, como lo han hecho saber en distintas instancias.
Es de esperar que los diálogos y los acuerdos pactados se respeten. Y en eso el Gobierno Nacional juega un papel clave. Bogotá y los bogotanos, estoy seguro, seguiremos acogiendo con respeto y solidaridad a los indígenas. Pero la misma comunidad emberá debe entender que no es con violencia como van a conseguir ser escuchados ni irados. Y que los azuzadores que hay en su interior no son interlocutores válidos para ningún acercamiento ni acuerdo. De volverse a repetir hechos como los de esta semana, solo traerá como consecuencia que la ciudadanía deje de ver a los indígenas como sujetos de derecho y simplemente empiecen a temerles y evitarlos. Error.
Y, por otro lado, este episodio abre un nuevo capítulo en la tensa relación entre la alcaldesa Claudia López y el presidente Petro, pues ella volvió a pedirle en tono vehemente al Gobierno que cumpla con su parte en el manejo de la situación, reclamo que se suma al que ya le hizo a la ministra de Ambiente por inmiscuirse en las decisiones del Concejo en torno a la Región Metropolitana y a los nuevos intentos del Ejecutivo por parar las obras del metro para la capital.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28

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