Contra lo que sucede normalmente con los animales domésticos que reciben un nombre, la veterinaria Patricia Rojas evita bautizar a los ejemplares que llegan a sus manos , entre otras cosas, porque generaría apegos que pueden ser más dañinos que beneficiosos.
Esa es solo parte de la labor de esta profesional quien se desempeña como médica veterinaria del Centro de Rehabilitación de Fauna (CAV) de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) Cundinamarca. Todas las mañanas viaja a la vereda Las Mercedes del municipio de Tocaima, donde labora desde el 2020.
Luego de un recorrido de 45 minutos desde el casco urbano, esta mujer llega a las instalaciones ubicadas en la parte alta de la montaña. Es un lugar hermoso. El viento sacude las copas de los ocobos y samanes generando una discreta sinfonía. Por entre las hojas pasan los primeros rayos de sol que iluminan el lugar donde esta médica veterinaria, bogotana, de 22 años, se encarga de atender las especies de fauna que han sido víctimas del tráfico, maltrato y tenencia ilegal.
El sol resalta el pelo rojizo y afelpado de un perezoso neonato de un mes de nacido que apenas abre sus ojos y se estremece entre los brazos de la médica, su protectora. Provista de una jeringa, Patricia le provee un líquido blanquecino mientras recuerda cómo ha sido el proceso de este bebé en los pocos días que lleva en el centro de rehabilitación que construyó la CAR.
“Con esta preparación de leche y vitaminas lo hemos recuperado lentamente. Recién llegó le dábamos una mezcla de suero de coco, luego pasamos a leche de vaca y ahora le damos pedacitos de fruta”, explica la joven veterinaria, graduada de la Universidad la Salle de Bogotá y reconocida en la zona por el amor que profesa hacia la fauna. Patricia pasa su mano sobre la cabeza del perezoso. La criatura estira su cuerpo con un movimiento lento y gracioso; y con un gesto de niño mimado parece agradecer a su cuidadora las muestras de dedicación maternal. “El protocolo indica que en un periodo de un año podamos devolver el ejemplar a su hábitat natural”, dijo Luis Londoño, zootecnista de la CAR Cundinamarca, con 30 años de experiencia en temas ambientales e integrante del equipo base de profesionales del centro de atención.
Una de las premisas de este lugar es entender que los animales se irán a vivir sus vidas inmersos en el verdor de la naturaleza, libres y felices . “Parte de la rehabilitación es que el animal se valga de manera autónoma y deje la dependencia de los humanos, así los preparamos para su retorno a los ecosistemas donde deben volver a buscar su alimento y sobrevivir”, aseveró la veterinaria.
Rescate y rehabilitación
Un día cualquiera a las diez de la mañana se siente la tensión en el CAV. Desde los ramajes más altos llega un olor orgánico, terroso e intenso. Al fondo, las aves y los monos orquestan un bullicio de cantos y aullidos, un zumbido que flota en la atmósfera y apenas permite escuchar la voz del interlocutor. Luis se dirige a la zona donde se recupera una zorra y un ocelote, felino carnívoro, que llegaron en condiciones lamentables por maltrato y desnutrición.
“Esta es una zorra cangrejera. La trajeron con una pata quebrada”, dijo el experto, mientras señalaba el ejemplar de piel parda y ojos miel. “Una señora se la entregó a Patricia durante una jornada de vacunación porque la tenía en su casa como mascota. Los animalitos más bonitos son los que más trafican”, concluyó.
Las expresiones de afecto y cuidado con las especies es evidente, denotan un inmenso amor que se corrobora cuando Luis habla del trabajo de Patricia.
“Cuando traen neonatos o individuos pequeños, ella se encarga de cuidarlos. Es muy dedicada y cuando un animal muere se le nota cómo sufre y llora porque se entrega en cuerpo y alma a su trabajo”, dice Londoño mientras observa a su compañera de labores en la rutina de verificar los progresos de la zorra, que ya está plenamente recuperada.
Pero no todos los animales rescatados logran salir adelante. Hace tan solo dos meses debieron autorizar la eutanasia de una zarigüeya que no superó las heridas causadas por perdigones de escopeta.
Este trabajo silencioso de Luis y Patricia tiene un alto impacto en los ecosistemas de la región del territorio CAR. Gracias a su labor el año pasado se liberaron 163 animales. Aunque es un buen resultado, lo mejor sería que las personas no compraran ni tuvieran estas especies, cuya presencia en los hábitats es fundamental por su labor en la cadena natural.
Ahora Patricia alimenta un ocelote de tan solo un año de nacido. Mientras lo hace dice que durante el 2021 en el CAV se recibieron 663 individuos, según los registros oficiales de la Corporación. Vuelve su mirada al ejemplar que presenta mejoría en su salud luego de un mes de atención y recuerda que cuando se rescató en una finca del municipio de Guataquí el animal estaba desnutrido.
Luis también continúa con su labor y advierte el mal que se le hace a la naturaleza cuando se llevan animales silvestres a las casas como mascotas. “Se impronta, es decir, se acostumbran a ver a los seres humanos como proveedores de comida y pierden su condición natural de buscar su alimento en el entorno”.
Por eso, el procedimiento de rehabilitación apunta a que las especies rescatadas recuperen sus comportamientos como animales silvestres independientes.
“El tema también es cultural. La gente debe aprender a respetar a los animales silvestres. Cuando el centro abrió sus puertas, la gente nos visitaba y pensaba que el lugar era un zoológico, por eso hemos tenido que socializar los alcances de este lugar que no es de exhibición sino de rehabilitación para lo cual cuenta con servicios de hospitalización, laboratorio, radiología y sala de cirugía”, complementa Patricia, o el ‘hada madrina’ de la fauna como es conocida en Tocaima.
Cae la tarde en la vereda Las Mercedes y el viento se refugia tras las montañas. Los árboles, gigantes misteriosos y centenarios, se quedan quietos en un ritual silencioso. El rumor de chicharras leve y monótono recorre el lugar donde permanecen 260 especies en proceso de recuperación.
Patricia realiza el último recorrido, la acompaña el gorjeo de algunos búhos que, desde las ramas ocultas entre las sombras, abren a plenitud sus ojos brillantes como puntos luminosos en el lienzo mate de la noche de este retazo de selva a dos horas de Bogotá.
ERICK PALACINO
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