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El joven que quería graduarse antes de morir y el rector que lo ayudó

Contra todos los pronósticos, los profesores de su colegio lo ayudaron a obtener su diploma.

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Fabio Rodrigo Rojas Martínez tenía un propósito claro en la vida. Quería graduarse de bachiller y después convertirse en un gran actor. Siempre creyó en sus capacidades para aprender y por eso sabía que culminar esa etapa de la vida era tan importante. Lo que no pudo prever era que la enfermedad iba a llegar a su cuerpo y a la del rector que quiso verlo con la toga y el birrete puestos y su diploma en las manos.
Todas las fotos de aquel día son el recuerdo de la lucha de este joven por llegar a ese evento tan anhelado a pesar del malestar, la virtualidad y una pandemia que se atravesó en el camino. Hoy, quien cuenta la historia es Olga Cecilia Martínez –de 56 años–, la mamá de Fabio, y su hermana Gyset Flórez Martínez –de 27–. Ellas dos cuidaron a Fabio, la primera acompañándolo día y noche y la segunda trabajando como enfermera en el Policlínico del Olaya para subsanar los gastos del hogar.
(Esta historia se publicó originalmente en septiembre del 2021)
En la imagen, de izquierda a derecha, Raquel Yurani, Gyset Flórez Martínez y Olga Cecilia Martínez viendo la foto de Fabio Flórez Martínez, quien murió de cáncer el 26 de junio de 2020.

En la imagen, de izquierda a derecha, Raquel Yurani, Gyset Flórez Martínez y Olga Cecilia Martínez viendo la foto de Fabio Flórez Martínez, quien murió de cáncer el 26 de junio de 2020. Foto:Hector Fabio Zamora

La enfermedad del joven se manifestó con un dolor inexplicable en su cadera, su nalga y sus piernas. Al comienzo se trataba con analgésicos, pero, en cuestión de meses o días, volvían a aparecer con más fuerza. Eso fue en el año 2017.
La primera en advertir la peligrosidad de los síntomas fue una maestra del Colegio Los Alpes. “Ella, muy preocupada, me pidió los papeles del niño y me dijo que tenía que llevarlo al médico urgente. Él llegaba al colegio y le daba sueño, a veces se desmayaba e incluso había días en los que no soportaba y nos llamaba para que lo recogiéramos. Estaba cursando décimo grado”.
Fabio solía salir de su casa de la mano de su otra hermana, una niña con síndrome de Down, pero esta tarea se hacía más difícil desde que comenzó a enfermarse. Le llegaron a decir que era un problema del nervio ciático, pero sin ningún sustento médico. “Ante la falta de un diagnóstico por parte de Medimás EPS, me vi en la necesidad de llevarlo a un médico particular porque esa masa en su cuerpo comenzó a crecer”. La piel del niño se puso terrosa y la preocupación en su familia crecía.
“Para nosotros, ese es un costo muy alto porque para cuidar a mi hijo yo tuve que dejar de trabajar. Solo pude comprar unas inyecciones que le calmaron el dolor durante un tiempo”
Este último especialista le pidió a la familia un TAC de columna lumbosacra, pero ellos no tenían cómo costear un examen de 200.000 pesos. “Para nosotros, ese es un costo muy alto porque para cuidar a mi hijo yo tuve que dejar de trabajar. Solo pude comprar unas inyecciones que le calmaron el dolor durante un tiempo”.
Olga trató de trascribir la remisión a ese examen en su EPS, pero el médico le dijo que para llegar a ese punto primero debía sacarse más exámenes. “Ese día me disgusté con él y le dije que lo hiciera, rápido, y por fin le mandaron a hacer una radiografía de cadera y columna, pero para ese momento mi hijo ya estaba cojo del dolor y los resultados salieron un mes después”.

La enfermedad

Fabio Rodrigo Flórez Martínez, bachiller del colegio público de Bogotá Los Alpes.

Fabio Rodrigo Flórez Martínez, bachiller del colegio público de Bogotá Los Alpes. Foto:Archivo particular.

Fabio era un estudiante curioso que se movía con inteligencia en internet. Por eso supo cómo averiguar en línea los resultados de sus exámenes. “Mi hija los imprimió y los llevó al hospital en donde trabajaba. Allá le dijeron que se trataba de una infección grave”.
Nuevamente sufrieron para pedir una cita en Medimás, siempre con un médico diferente. “Ese día, cuando por fin lo iba a ver un médico, mi niño estaba muy mal. De allá nos mandaron para el hospital San José, donde no nos atendieron porque Medimás no les había pagado. Nos mandaron entonces para la Samaritana o el Santa Clara. Ese fue el paseo de la muerte”, dijo Olga.
Ya en la Samaritana, luego de pasar por un triaje interminable, el niño quedó internado. Su diagnóstico fue sarcoma de Ewing, un extraño tipo de cáncer que se produce en los huesos o en el tejido blando alrededor de los mismos. Suele manifestarse en las piernas o en la pelvis. “Mi hijo buscó en internet y fue él quien nos dijo: ‘mami, esto es lo que me estaba pasando’. Ahí comenzó el sufrimiento”.
Después de solventar la crisis lo remitieron al Cancerológico, pero allí, aunque lo atendieron en las crisis, no le realizaron las quimioterapias por la misma razón. “Me dijeron que si Medimás les daba una partida para tratar a mi hijo, era la única forma en que le podían tratar su enfermedad. Solo le hicieron radioterapias”.
Fabio Rodrigo Flórez Martínez en el hospital.

Fabio Rodrigo Flórez Martínez en el hospital. Foto:Archivo particular.

Fue una época muy dura. El joven estaba débil, lo que comía lo vomitaba y su estadía en su casa fueron días de tristeza ante la imposibilidad de que alguien lo tratara. “Nunca nos dieron las autorizaciones”. Vinieron derechos de petición, tutelas y desacatos que siempre fallaron en favor del enfermo, pero eso fue igual a nada. Nunca lo atendieron. “Mandaban cartas diciendo que ellos no le negaban el tratamiento a mi hijo, pero no decían cuándo ni quién lo iba a atender. Fue una burla. Fabio nunca tuvo tratamiento ni sus medicamentos a tiempo”.

El bachillerato

Fabio Rodrigo Flórez Martínez tenía como sueño graduarse de bachiller.

Fabio Rodrigo Flórez Martínez tenía como sueño graduarse de bachiller. Foto:Archivo particular.

En medio de semejante drama, el único aliciente de Fabio era pensar en el día de su grado. “Él tenía muchas ganas de seguir estudiando a pesar de su dolor, pero ya le habían salido escaras, y pues si no le habían tratado la enfermedad, menos le iban a dar los cuidados paliativos”.
Entonces los profesores y el rector del Colegio Los Alpes, Jorge Amaya,  entraron en escena. Todos colaboraban con lo que podían. Le enviaban a la familia insumos para que se le pudieran hacer las curaciones al joven. “Fueron días muy difíciles, a veces decía que ya se quería morir”.
El rector siempre estuvo pendiente de la evolución del joven, pero también de romper todas las barreras burocráticas que pudieran existir para que el estudiante lograra cumplir su sueño de ser un bachiller. “Él y las profesoras nos ayudaban hasta con los pañales y otra funcionaria del colegio que ejercía la abogacía nos ayudaba con las tutelas”, contó la hermana del joven.
El rector Jorge Amaya y las profesoras nos ayudaban hasta con los pañales y otra funcionaria del colegio que ejercía la abogacía nos ayudaba con las tutelas
Fabio pudo seguir estudiando gracias a que el colegio le hacía llegar las guías a donde estuviera; a veces a la casa, a veces al hospital. “Le hacían pruebas y él pasaba. Siempre fue un niño muy inteligente”. Además, pensar en estudiar lo hacía olvidar de esa enfermedad que, de a pocos, iba consumiendo su cuerpo. “Cuando estaba feliz decía que quería graduarse, estar vestido de paño e ir a su fiesta. Que quería trabajar duro para sacarnos adelante”.
Otros días, el dolor no le permitía estudiar. “Nos decía que le hiciéramos la eutanasia, que ya se quería ir, lloraba, gritaba. Una vez me dijo que si le podía inyectar algo”, contó su hermana, quien trató de investigar sobre el proceso de eutanasia, pero eran más los papeles que pedían.

El grado y el rector 'ángel' que lo ayudó 

Fabio Rodrigo Flórez Martínez y su rector Jorge Amaya.

Fabio Rodrigo Flórez Martínez y su rector Jorge Amaya. Foto:Archivo particular.

Obtener un grado es difícil para cualquier persona, pero para Fabio fue un camino lleno de obstáculos. Si no hubiera sido por el rector de su colegio, Jorge Amaya, y los profesores, no hubiera logrado su cometido. El día del grado fue complejo, se vistió de paño y se puso su toga y su birrete. “Fue el primer graduado virtual del colegio. Estábamos felices, pero, a la vez, la tristeza nos consumía”.
El rector del colegio, un ángel en este camino, lo visitó en su casa y juntos se tomaron las anheladas fotografías. Fabio ya estaba en una silla de ruedas que le había mandado a hacer a la medida una profesora porque había perdido la movilidad en sus piernas y tenía que usar una sonda. “Esa no era la vida que yo quería para mi hijo, pero el amor de la gente del colegio sí fue un aliciente”. Todos sus compañeros los rodearon de amor hasta el día en que recibió en sus manos su diploma de bachiller.
Poco tiempo después Fabio murió. “Lo hizo en mis brazos. Cogí su mano, luego sentí que sus dedos se deslizaron en mi piel, supe que se había ido el 26 de junio de 2020 con sus sueños, con sus canciones de rock. Él quería comerse el mundo y no pudo”, dijo Olga, quien tras la muerte de su hijo no ha podido conseguir trabajo por los años que duró inactiva. El rector que tanto ayudó al joven murió un año después de covid -19, no sin dejar en tierra el recuerdo de una buena obra. Al igual que Fabio luchó pero, cuando se pensaba que todo estaba bien, una complicación se lo llevó, así no más.
Olga Cecilia Martínez duerme aún con los restos de su hijo. Dice que lo hará hasta que los pueda lanzar al mar o a un río en Tolima.

Olga Cecilia Martínez duerme aún con los restos de su hijo. Dice que lo hará hasta que los pueda lanzar al mar o a un río en Tolima. Foto:Hector Fabio Zamora

Mi hijo quería que sus restos flotaran en el agua, en el mar o en el río. En honor a su memoria, algún día lo voy a hacer. Yo me quedaré con su foto de bachiller porque él quiso darme esa alegría
Olga aún duerme con las cenizas de su hijo hasta que tenga el dinero para dejarlas en el mar o en un río del Tolima, tal como se lo pidió su hijo antes de partir. También suele ver su diploma y las fotos de aquel día, la única alegría que tuvo Fabio durante su convalecencia, al lado del rector, el mismo que hoy su familia recuerda por ser un buen profesor pero, sobre todo, un buen ser humano. “Mi hijo quería que sus restos flotaran en el agua, en el mar o en el río. En honor a su memoria, algún día lo voy a hacer. Yo me quedaré con su foto de bachiller porque él quiso darme esa alegría”, dijo Olga Cecilia.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
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