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Célebre por su forma de hacer clase, Jean Baptiste Hermosilla vive en la fundación a la que ayudaba.

Jean Baptiste Hermosilla vive en un inmenso cuarto que le adecuaron en la Fundación Vida Nueva, ubicada en la carrera 19 n.º 4B-37, en el barrio Eduardo Santos.

Jean Baptiste Hermosilla vive en un inmenso cuarto que le adecuaron en la Fundación Vida Nueva, ubicada en la carrera 19 n.º 4B-37, en el barrio Eduardo Santos. Foto: Mauricio León

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Jean Baptiste Hermosilla, a sus 90 años, pasa los días al lado de sus objetos más preciados. En la inmensa habitación se ven, por ejemplo, fotos suyas con posturas de yoga llevadas al extremo de la contorsión que aprendió en la India. En otro rincón hay dos viejas maletas de cierre de metal, libros de historia en repisas y muebles, y sus paredes están tapizadas con los diplomas que dan cuenta de sus logros académicos.  
Junto a su cama se ve una silla blanca de formas poco convencionales que, dice, lo hace sentir como un rey. Es ahí en donde sus cuidadoras lo sientan para que, con dificultad, entre a los laberintos de su memoria para rescatar algunos recuerdos de esos treinta años como profesor de la Universidad Nacional de Colombia.
Escucha poco, hay que gritar y vocalizar muy bien para que atrape el sentido de la pregunta, pero una vez se ubica en la escena, brotan las anécdotas de una vida como pocas. Cuenta que nació el 24 de junio de 1929 en Argelia (colonia sa) y que era el único varón de cuatro hermanos. Su madre estuvo a cargo del hogar y su padre era un agricultor que siempre lo apoyó en su deseo natural de estudiar.
Fue un niño que dio avisos tempranos de tener una inteligencia de avanzada. “Mi madre me amaba. Yo pensaba que cuando ella se confesaba decía que me quería más a mí que a mis hermanos”.
A sus noventa años camina con dificultad pero es lúcido a la hora de recordar todas sus aventuras como profesor de la Universidad Nacional.

A sus noventa años camina con dificultad pero es lúcido a la hora de recordar todas sus aventuras como profesor de la Universidad Nacional. Foto:Mauricio León

De su niñez recuerda poco, porque se la pasaba metido de cabeza en cuanto libro se le atravesara. “Siempre me gustó leer. A los 13 años yo ya era una persona muy culta. Me había leído todas las tragedias de Racine y Corneille”. Su conversación era tan interesante que la profesora de piano no le cobraba las clases con tal de escuchar sus memorias del mundo.
Pero, en el colegio, la historia del niño prodigio cambiaba. Sus compañeros se burlaban de él y lo despojaban de los alimentos que le mandaban para el almuerzo. “Tuve una vida muy difícil allí. Me saboteaban todo. Entonces me tocaba decirle al vigilante que me cambiara a un puesto muy desagradable pero lejos de los abusivos. Yo no era mejor o peor, solo diferente”.
Ese tiempo pasó. Dice que llevado por un consejo terminó cursando Ingeniería Hidráulica en la antigua Universidad de Toulouse. “Yo estudié eso por equivocación y fue el peor error de mi vida porque mi vocación no era la ingeniería”.
Luego, mientras prestó el servicio militar, su academia lo recomendaba a diferentes empresas. “Era muy hábil en los idiomas. Sabía español y por eso terminé en Colombia en 1955”. Aunque era un empleado francés, trabajó seis años para el Ministerio de Obras Públicas, pero allí no estaba ese algo que lo llenara.
Siempre me gustó leer. A los 13 años ya era yo una persona muy culta. Ya me había leído todas las tragedias de Racine y Corneille
Esa búsqueda terminó cuando un amigo lo invitó a dictar clases en la Universidad Nacional. “Por fin encontré mi vocación”, dijo. Desde ese día dedicó su vida a sus alumnos y se hizo célebre por su particular forma de enseñar. “Nunca dicté dos veces de la misma manera. Todo lo preparaba bien”.
Era el único que les exigía a sus estudiantes que se levantaran del puesto cuando llegaba al salón. “Una vez, una muchacha no quiso hacerlo. Me dijo: ‘Una mujer no se levanta delante de un hombre’. Yo le dije que en mis clases no importaba el sexo, que se pusiera en pie porque así se lo exigía o la echaba del curso. No lo hizo y la eché del curso (risas)”.
También lanzó una cruzada contra la copia, tanto que cuando un alumno caía en el error, el castigo era para todo el curso. “Yo lograba que los mismos compañeros se regañaran entre sí”. Una de sus máximas histriónicas era pararse en el escritorio de su salón de clases para tener una mejor vista de los intentos de plagio. “Es que no tenían por qué. En primer lugar les explicaba muy bien, en segundo lugar era de lo que yo les había enseñado. Yo calificaba de manera muy justa, por eso me respetaban”.
Se sintió realizado trasmitiendo sus conocimientos matemáticos y de historia hasta que un día se jubiló, con solo una tristeza en medio de un mar de dichas. “Siempre fui un profesor asociado, nunca uno titular. Eso pasó por culpa de dos colegas con mucho poder, un japonés y un alemán. Me odiaban y nunca supe por qué. Ambos ya se fueron a la tumba". 
Luego se dedicó a comerse el mundo. Uno de sus destinos fue la India, donde se hizo experto en yoga. No había libro de la disciplina que dejara de leer. “Me volví un experto”, dice con seguridad, y las fotos que guarda lo demuestran.
Cuenta que durante todos esos años no se casó porque prefirió su libertad. “Tuve dos novias; eran el día y la noche. Con una de ellas me iba a casar, pero estaba muy apegada a su mamá. Además, la suegra era la que escogía a dónde íbamos a bailar (risas)”. El día que se jubiló dejó sus clases para siempre y optó por recorrer el mundo para devorar sus historias.
Jean Baptiste Hermosilla se hizo experto en yoga cuando estuvo de viaje en la India.

Jean Baptiste Hermosilla se hizo experto en yoga cuando estuvo de viaje en la India. Foto:Mauricio León

En Bogotá vivía en un antiguo apartamento del centro. Su vecindario lo conocía y los otros habitantes del edificio, testigos de su extraña soledad, lo cuidaban, sobre todo cuando su cuerpo se debilitó. Poco a poco le era más difícil cumplir con su rutina, que incluía actividades como ver películas en la Cinemateca Distrital o ir al teatro.
El profesor Hermosilla también usaba su dinero para ayudar a la Fundación Vida Nueva, dirigida por Nohora Esperanza Cruz Bolívar. En este lugar se ayuda a las mujeres en riesgo o en condición de prostitución para que sus vidas se transformen.
“Él donaba 150.000 pesos mensuales. Eso sí, era muy arisco y hosco para hablarnos. Una vez le mandé una torta y me dijo que para qué le mandaba cosas. Él pensaba que ese dinero lo debíamos invertir en personas más necesitadas”.
Ella dice que Dios lo mandó a su vida. “Hace cinco años, él me llamó. Me dijo que se quería ir para una casa, que ya no tenía fuerzas para cuidarse”. Entonces, Nohora lo recogió. Estaba enfermo, había dejado de comer. Llamaron a muchos hogares geriátricos, pero ninguno se podía hacer cargo de un hombre sin familia. “Yo lo adopté como si fuera mi papá y él me adoptó como su hija”.
Así surgió una amistad indestructible entre el profesor Hermosilla y Nohora, quien, incluso, lo llevó hasta su país natal a que se reencontrara con su familia. “Cuando llegamos a Francia, sus pocos familiares lo trataron bien, pero se morían del susto de que se lo fuéramos a dejar. Me preguntaban que qué iba a hacer con él más viejo, y, pues, les respondía: ‘Cuidarlo, quererlo, consentirlo’ ”.
Él disfrutó el viaje. Sostenido en su bastón se deleitó con la arquitectura local, navegando en su silla de ruedas visitó museos y cafés, pero en su interior había un temor. “Él se ponía triste de pensar en que lo fuéramos a dejar. Decía: ‘Yo quiero volver a mi cuarto, allá vivo como si fuera un rey. Todas las mujeres me atienden con cariño’”.
Él se ponía triste de pensar en que lo fuéramos a dejar. Decía: ‘Yo quiero volver a mi cuarto, allá soy  un rey. Todas las mujeres me atienden con cariño’
El profesor dice que sus estudiantes siempre fueron como sus hijos.

El profesor dice que sus estudiantes siempre fueron como sus hijos. Foto:Mauricio León

Y no es para menos. Quienes viven con él, mujeres rescatadas de las garras de la explotación sexual, se esmeran por consentirlo, cuidarlo, prepararle sus alimentos y hasta le aguantan las mañas propias de un hombre de su edad. “Mi alcoba es mi mundo, ahí me quieren. Es más, a veces exageran; yo preferiría más libertad, salir solo a la calle (risas)”, dice como recordando sus épocas de andariego que sus problemas de salud le quitaron.
De Colombia le gusta todo. El sol lo alienta. “En Francia, para tener buen tiempo toca esperar seis meses; en cambio, aquí uno baja a Girardot y ya está en verano. Eso es increíble para un europeo”, dice entre risas.
Sus recuerdos como profesor de la Universidad Nacional son su tesoro más preciado; le gusta cuando alguien en la calle le grita ‘¡adiós maestro!’ “Yo no tuve hijos, pero mis alumnos lo eran. Una vez, recuerdo, yo le dije a un colega que los estudiantes eran muy ingratos. Entonces, él me dijo: ‘Los hijos también’. Así dejé mi nostalgia en reposo”.
Yo no tuve hijos, pero mis alumnos lo eran. Una vez, recuerdo, yo le dije a un colega que los estudiantes eran muy ingratos. Entonces, él me dijo: ‘Los hijos también’
El profesor viajó por todo el mundo de ahí también viene todo su conocimiento. Dos viejas valijas fueron las acompañantes en sus viajes.

El profesor viajó por todo el mundo de ahí también viene todo su conocimiento. Dos viejas valijas fueron las acompañantes en sus viajes. Foto:Mauricio León

Pronto, el profesor Hermosilla planea sacar un libro que Nohora le ayudó a escribir a partir de los recuerdos más preciados de su vida. Dice que le gustaría que sus alumnos lo leyeran. “Un día se lo mostraré al decano y al vicedecano de la facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional. Les diré: ‘A ustedes les gusta conocer fenómenos, ¿verdad? Bueno, aquí el fenómeno soy yo (risas)’ ”. El abuelo dice que nunca se calificaría a sí mismo, dice que para eso están los demás.
La charla termina en medio de libros de historia, de literatura erótica, un diccionario francés… la charla finaliza en su habitación, su mundo, hoy.

‘Un paseo por la vida’

El libro ‘Un paseo por la vida’ del maestro Jean Baptiste Hermosilla se lanzará el 22 de agosto en la Fundación Vida nueva a las 6 de la tarde, ubicada en la carrera 19 n.º 4B-37, barrio Eduardo Santos.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA DE LA SECCIÓN BOGOTÁ
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