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El Teatro Faenza cumple cien años: la historia tras esta joya arquitectónica de Bogotá

El imponente teatro, declarado monumento nacional y bien cultural, fue escenario de la asamblea donde quedó sentado el voto femenino en Colombia.

Teatro Faenza, en el centro de la ciudad.
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El teatro Faenza, en su primer centenario, evoca la época de la Bogotá paramuna de comienzos del siglo XX; la del tranvía, la elegancia de roperos, las seguidillas de pepitos y cachacos alrededor de humeantes tazas de tinto y chocolate santafereño, en cafés y pastelerías del centro, con un halo de distinción característico en la burguesía capitalina: el refinado gusto por la loza.
La sociedad bogotana, culta por antonomasia, librera y lectora de periódicos y revistas, se miraba en el espejo de la encopetada Europa, y a la par de la atracción por la moda, los grandes espectáculos, la literatura y la arquitectura, profesaba un esmerado culto por las vajillas finas. Igual que la platería, las familias de meñique alzado exhibían orgullosas el fino pedernal en exclusivos muebles con vidrieras, empotrados en las salas de sus residencias.
La historia del Teatro Faenza remite su origen a la fábrica de loza que lleva su nombre, propiedad de don José María Sáiz Osorio, próspero empresario bogotano, quien con su industria rindió homenaje a la población italiana de Faenza, famosa por la manufactura de loza esmaltada y barnizada.
El Teatro Faenza en su interior.

El Teatro Faenza en su interior. Foto:Prensa Universidad Central

Antonio Cacua Prada, periodista y doctor en Ciencias Económicas y Jurídicas, revela en simpática croniquilla el tinto que Sáiz Osorio compartió con su mejor amigo y médico de cabecera José María Montoya, y cómo de esa animada conversación surgió el proyecto de crear en el amplio lote de su factoría –calle 22 (antigua Calle Republicana) con carrera 5.ª– un teatro para exhibir películas, motivados por el boom de la cinematografía de principios de siglo.
La idea se concretó con la contratación de los arquitectos Arturo Tapias y Jorge Muñoz, quienes se encargaron del diseño. La ejecución de la obra estuvo a cargo del ingeniero Ernesto González Concha. Los trabajos se iniciaron el 2 de agosto de 1922 y 19 meses después se entregó la edificación estructurada en hormigón armado y cemento de la firma Samper, con capacidad para 1.300 espectadores, 38 palcos y un gallinero.
Los arabescos de la imponente fachada, sus frescos y decorados fueron obra del notable pintor italiano Mauricio Ramelli Adreani, recordado como el gran exponente de la pintura mural del siglo XX en Colombia.
El arquitecto y magíster en Restauración Patrimonial Germán Ayarza Bermúdez define el frente del Faenza como una preciosa joya clásica del art nouveau, por la perfección el arco de herradura y el simbolismo de su geometría, con guiños a la influencia vienesa en sus curvaturas, que descansa sobre el zócalo, en fiel armonía con sus puertas, óculos y ribetes, y sus serafines custodios, que le imprimen a la edificación un aire europeísta por excelencia.
El Teatro Faenza recibía a más de 1.300 asistentes en su época dorada.

El Teatro Faenza recibía a más de 1.300 asistentes en su época dorada. Foto:Archivo EL TIEMPO

Para la proyección de películas, Sáiz y Montoya hicieron alianza con la empresa cinematográfica de don Belisario Díaz. El Faenza abrió sus puertas el jueves 3 de abril de 1924, a las 7:30 de la noche. Bogotá tenía un promedio de 250.000 habitantes. El presidente de Colombia era Pedro Nel Ospina y el alcalde de la capital, Ernesto Sanz de Santamaría.
Cacua Prada registra el glamuroso evento inaugural: “La prensa capitalina en pleno recibió con elogiosos comentarios y amplio despliegue fotográfico la apertura del Teatro Faenza. Se proyectó la película Aura o las violetas, basada en la novela del escritor bogotano José María Vargas Vila.
EL TIEMPO publicó: “La sociedad de embellecimiento dio voto de aplauso a sus distinguidos don José María Sáiz y el doctor José María Montoya por el feliz éxito alcanzado al dotar a Bogotá del importante Teatro Faenza, que viene a dar a la ciudad un hermoso lugar de diversiones”.
Durante el mes de abril estará abierto al público.

Durante el mes de abril estará abierto al público. Foto:Laura Dussán. EL TIEMPO

Luces y sombras

El teatro siguió su curso en la marcha postrera de los años, con los altibajos de una ciudad en permanente mutación, la carga de duros conflictos políticos y sociales, la migración en masa desde distintas regiones, la desenfrenada violencia con su punto más cruento en el Bogotazo de 1948, el salto abrupto de la época dorada del centro, a todas luces de su espléndida vida nocturna, al deterioro desencadenado por el hampa, el vicio y la prostitución, y la irrupción de centros comerciales y nuevas tendencias de entretenimiento.
El Faenza, imponente teatro declarado monumento nacional y de bien cultural, testigo mudo de eclécticos acontecimientos, fue escenario en 1957 de la histórica asamblea promovida por la abogada y activista vallecaucana Esmeralda Arboleda, quien con su compañera Josefina Valencia de Ubach dieron por sentado el voto femenino en Colombia.
Allí también se coronó a la primera reina de los estudiantes, en septiembre de 1924. Fue el primer teatro habilitado para matinés dominicales de la infancia, clausuras de colegios, recepciones políticas y sociales, veladas artísticas con orquestas y solistas, y aunque no lo sustenta un registro fotográfico, se ha mentado y escrito que en el Faenza se presentó Carlos Gardel, dos días antes de su trágico fallecimiento en Medellín, el 24 de junio de 1935.
Sobre la calle 22 a la altura de la carrera 5 se encuentra el mítico teatro Faenza.

Sobre la calle 22 a la altura de la carrera 5 se encuentra el mítico teatro Faenza. Foto:Google Maps

El ocaso del Faenza se hizo visible cuando la fealdad y ruina del sector perjudicaron su sobria majestad, al quedar relegado a un cine rotativo, de tantos de diversa índole que en las décadas de los 70, 80 y 90 poblaron el centro, Teusaquillo y Chapinero.
La cartelera del Faenza variaba entre dobletes de spaghetti western, películas de guerra, karatecas y clásicos de la época dorada del cine mexicano, que era el fuerte de su vecino, el Teatro México, con su calendario azteca incrustado en lo alto de su flamante fachada, y al frente el Teatro Bogotá y su programación de películas de alto voltaje sexual. Los tres teatros están hoy bajo la istración de la Universidad Central.
Quien escribe estos párrafos fue testigo del éxito taquillero y el récord en cartelera que alcanzó la película La niña de la mochila azul, con Pedrito Fernández: más de un año en cartelera, con filas para adquirir boleta que en los fines de semana le daban la vuelta a la manzana, deleite y regocijo de la venta ambulante, en especial la de los dulceros.
Teatro Faenza.

Teatro Faenza. Foto:Abel Cárdenas / EL TIEMPO

En su artículo ‘Edificios de la hechicera criatura’, incluido en el libro Bogotá fílmica, publicación del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, el historiador y escritor Alfredo Barón ilustra el oscuro capítulo del Faenza como cine rotativo, cuando en plena proyección, libre albedrío, se fumaba, se toleraba el ingreso de comida y se cometían inauditas barbaridades.
A partir de 2004, cuando la Universidad Central adquirió el Teatro Faenza, se inició un reconocimiento pormenorizado de la planta, con miras a un proceso de restauración, desde la investigación científica y patrimonial, liderado por la arquitecta Claudia Hernández, que despegó con un presupuesto de veinte mil millones de pesos, y que avanzó por los rieles de una aventura que ha sido hombro a hombro gracias a la vocación, el trabajo en equipo y el sentido de pertenencia. Hasta que se interpuso la pandemia del covid-19.
Eddie Luna, director de escenarios del alma mater, expresa que el interior de la joya arquitectónica estaba en un irreconocible y lamentable estado de deterioro, humedad y abandono, como si se tratara de una ruina al garete después de un bombardeo.
Así lo explica: “Las paredes estaban descascaradas. El suelo hecho un desastre plagado de desechos, ratones, alimañas; el gorgojo había hecho de las suyas en la madera; los herrajes de puertas, molduras y capiteles cubiertos por la pasta dura y dañina de la cagarruta de palomas. Y la suciedad por todo lado.
“Es que, durante la decadencia del teatro, cuando funcionó como rotativo, permitían el ingreso de puestos de tinto, refrescos, comestibles, fritos y chucherías. La gente no tenía reparo en arrojar al piso envoltorios de paquetes, vasos desechables y otros desperdicios.
“Esto nos obligó a empezar de cero: desde el reforzamiento estructural del edificio, la recuperación del frontis, el arco de boca, los frescos de los dinteles, la renovación de la malla asfáltica del piso, el reemplazo de las tejas de barro por una cubierta acústica, la construcción del foso de la orquesta, entre otras intervenciones que seguirán avanzando de acuerdo con el presupuesto”.
Para Paula Andrea López, rectora de la Universidad Central, el compromiso de restauración del Teatro Faenza sigue en pie de lucha para devolverles a los bogotanos el esplendor y la belleza de sus mejores años, al tiempo que asegurar su continuidad como un centro de convergencia de las artes, el fomento de la cultura y el pensamiento, y un encuentro vital de participación académica y ciudadana, siempre de puertas abiertas a todos los públicos, para que reconozcan y disfruten de esta invaluable joya en su presente y en su pasado.
Ricardo Rondón Chamorro
Para EL TIEMPO 
X: @PacoApostol

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