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Confesiones del último libretista y narrador de crónica roja
Fabio Marín Ramírez desempolva en el barrio Pío XII los archivos de ' La ley contra el hampa'.
Fabio Marín Ramírez con su libro ‘Un sueño de patria’, , un agudo análisis político en forma de entrevista imaginaria al Libertador Foto: David Rondón Arévalo
Eran los tiempos en que la radio figuraba como el centro de la cotidianidad familiar. El aparato transmisor despertaba el día: iniciaba con las últimas noticias de los radioperiódicos, programas de variedades y humor, vespertinas de sazón y cotilleo, radionovelas en las agonías de la tarde y, de noche, hasta que despuntaba el alba, músicas del mundo en ese fiel y romántico duermevela que deparaban los radios de tubos.
Orientación tribuna de la patria, El pereque, La escuelita de doña Rita, Los Chaparrines, Consúltenos su caso, Doctora corazón, Kalimán, Arandú, el príncipe de la selva, y La ley contra el hampa, entre otros espacios de entretenimiento familiar como las transmisiones de la Vuelta a Colombia en bicicleta, mantenían al devoto oyente con el transistor pegado a la oreja.
Pero si las aventuras del superhéroe Kalimán eran la joya de la corona del dial, La ley contra el hampa figuraba como el heraldo de la inagotable crónica roja que exprimían a cual más noticieros y tabloides, cuando despegó a mediados de los años 60, en Cali, por iniciativa de Fernando Franco García, director de Radio El Sol, de Todelar, en la época próspera de don Bernardo Tobón de la Roche y su prole.
Las historias detectivescas de La ley contra el hampa dieron cuenta de una afortunada nómina de creativos, entre ellos Jorge ‘Topolino’ Zuluaga, “el escritor y comediante de las juventudes acumuladas” (que recién cumplió 100 años), y Fabio Marín Ramírez, el último de sus libretistas y narradores, cuando el programa llegó a su punto final en 1972.
Fabio Marín Ramírez (Viterbo, Caldas, 1944) venía con el chip de la escritura en el vientre materno. Antes de terminar el bachillerato se ganaba sus primeros centavos como mensajero en una droguería, hasta que su primo, el recordado Eucario Bermúdez Ramírez, en ese entonces director de Emisora Caldas, le dio la oportunidad para que se adiestrara en el tejemaneje de consolas y tornamesas.
Así se inició como operador de audio por un sueldo de 160 pesos mensuales. Eucario advirtió pronto el potencial del muchacho, que en aras de un mejor pago resultó en Cali, primero en Emisora Eco, donde le ofrecieron 300 pesos, y después en Radio El Sol, de Todelar, con 700 pesos, que era un dineral cuando apenas frisaba los 18 años.
El cotice no era solo por su habilidad como operador, sino porque dejó ver sus cualidades como libretista en programas musicales, y como hábil y acucioso reportero. Es que don Fabio tuvo por escuela empírica a grandes del periodismo, la narrativa y la radiodifusión: Gabriel García Márquez, Germán Arciniegas, Felipe González Toledo, Eucario Bermúdez, Fernando Franco García, Antonio Pardo García, Jorge Enrique Pulido, Alberto Giraldo López, Armando Moncada Campuzano, Eduardo Aponte Rodríguez, Manolo Villarreal, entre otros.
Los tres reyes vagos
A los 21 años, Fabio Marín Ramírez era el reportero estrella del Noticiero Todelar de Colombia, y ya tenía en los cajones de su escritorio robustos cartapacios de libretos escritos a máquina de La ley contra el hampa, para capítulos de una hora, en emisiones de lunes a viernes, en Cali a las 8 p. m. y en Bogotá, donde barría en audiencia, a las 5 p. m., él como voz narradora y una nómina de 10 actores, entre los que se destacaban Piedad Gómez, Jesús Olaya Rincón y el popular Lázaro Vanegas.
Marín Ramírez tenía a su disposición el caldo de cultivo de sus espeluznantes historias en el quehacer diario como sabueso de policía de agudo olfato en las barandas de los juzgados, y en las fuentes de primera mano de tres de los mejores abogados penalistas que, según él, ha tenido la Sultana del Valle: Carlos Holmes Trujillo (padre del fallecido ministro de defensa), Gustavo Balcázar Monzón y Ramiro Andrade Terán, conocidos con el remoquete de ‘Los tres reyes vagos’.
La mayoría eran crímenes pasionales con el detonante del consumo excesivo de licor, pero también asaltos, robos, secuestros, magia negra, venganzas...
El creativo en mención abonaba su literatura del crimen con los increíbles casos que anunciaban tabloides como El Espacio y El Bogotano, de la capital, y El Pueblo y El Caleño, de Cali, periódicos sensacionalistas, portadores de la más cruda y sangrienta crónica judicial.
De ahí brotaron historias como ‘El macabro caso de Hermelinda, la copera’, ‘El hechicero asesino’, ‘La venganza del papero cachón’, ‘Los siniestros usurpadores de tumbas’, ‘El tétrico sótano de la peluquera’, ‘Los celos malditos de don Ramón, el carnicero’, solo por nombrar algunas de la abrumadora enciclopedia de crónica roja.
“La mayoría eran crímenes pasionales con el detonante del consumo excesivo de licor, pero también asaltos, robos, secuestros, magia negra, venganzas y retaliaciones de bandas criminales, del abundante prontuario que los reporteros judiciales cubríamos en el día a día”, dice Marín Ramírez, que a los 77 años da fe de su lucidez y memoria irables.
Fabio en la tienda esquinera que suele frecuentar en su barrio Foto:David Rondón Arévalo
Le pregunto a don Fabio cómo sería escribir hoy La ley contra el hampa, y manifiesta que sería copiosa en argumentos porque el delito, en todos sus niveles, sigue a la orden del día, y los recursos tecnológicos facilitan la inmediatez: “En mi época de cronista la radio era lo más inmediato, pero el desarrollo de cualquier suceso solo se conocía el día siguiente en los periódicos. Hoy se sabe en cuestión de segundos en las redes sociales”.
Cumplido su cometido con La ley contra el hampa, Marín Ramírez continuó como periodista en la emisora Todelar y en el diario La República, al frente de la información económica. También pasó por las cabinas de Radio Santa Fe, Colmundo, La Voz de Bogotá. En Estados Unidos dirigió el periódico La Raza, de la ciudad de Chicago. Lo recibió de 17 páginas y lo entregó de 80, con robusta pauta. Regresó a Colombia porque el matrimonio se le estaba resquebrajando.
Retornó al amado patio de la radio, esta vez en Radio Continental, también de Todelar, que dirigía Jorge Enrique Pulido, y se ganó dos premios de periodismo Simón Bolívar: uno, en 1979, con un especial de tres horas emitido en Semana Santa sobre la crisis de migrantes y desplazados en las fronteras de Venezuela, Panamá, Ecuador y Brasil. Y otro, en 1982, por el cubrimiento de la guerra de El Salvador.
Don Fabio también cubrió económicas para Colprensa, cuando el titular de la agencia era Óscar Domínguez Giraldo, autor del prólogo de su libro Un sueño de patria, publicado en 2015, resultado de una entrevista imaginaria, y no menos analítica y reveladora sobre el poder y la política nacional, que Marín, en una madrugada gélida y solitaria, le hizo al Libertador en la plaza de Bolívar de Bogotá.
'Un sueño de Patria' fue publicado en 2015 Foto:Archivo particular
En uno de sus párrafos, Domínguez define al veterano compañero de gestas periodísticas:
“Fabio Marín Ramírez, el romántico y bohemio setentón, sigue activo desde el reposo del guerrero que hizo bien la tarea de su vida. Ha sido tan exitoso en su oficio de periodista que nunca consiguió plata. Prefirió enriquecer su vida y la de su entorno en los medios de comunicación. Ha hecho algo mejor: sigue ejerciendo la profesión todos los días, a toda hora”.
En 1998, cuando aún laboraba en La República, logró su pensión, recompensa a más de 50 años en el oficio, pero continuó asesorando a entidades como la Federación Nacional de Arroceros y al Ministerio de Desarrollo.
Como buen grecocaldense de tinto, aguardiente y exquisita tertulia, don Fabio frecuenta La Embajada Tolimense, una tienda esquinera del barrio Pío XII, en el suroccidente de Bogotá, cercana a su complejo habitacional Tabakú de las Américas, donde comparte con vecinos, como él, pensionados, comerciantes de la plaza de mercado, y los infaltables vagos ilustrados de cuadra.
A ellos narra sus peripecias como cronista de antaño, les refresca la memoria de las historias terroríficas de La ley contra el hampa, y cuando caldean los anises recita en latín pasajes de la Divina Comedia y de la Biblia. Dice que el latín lo aprendió en la iglesia de Viterbo, donde fue acólito, porque su aspiración de adolescente era la del sacerdocio, pero los mismos curas se encargaron de que desistiera cuando ingresaban a las duchas a saludar a los muchachones con palmaditas cariñosas en las nalgas.
En ese chismorreo de entre copas estaba el 4 de diciembre de 2020, cuando al regresar a casa perdió el equilibrio, cayó contra el pavimento y se rompió la cabeza. Duró un mes largo interno en la clínica Méderi, en la delgada línea que separa la vida de la muerte:
“Apenas medio balbuceaba. Me decían: ‘Saque la mano derecha’, y yo sacaba la izquierda. Me preguntaban: ‘¿Cómo se llama usted?’. Y yo dizque respondía: Kalimán. Me repetían la pregunta: ‘En serio, ¿cuál es su nombre?’. Y yo: ‘Kalimán, en serio’. Borrado el casete. Con semejante porrazo en la cabeza, puedo afirmar que lo mío es un milagro”.