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La laguna de Suesca se resiste a desaparecer
El espejo de agua de 79 hectáreas parecía un desierto, pero vuelve a tener vida.
“La laguna sobrevivió”, dice José Veloza, quien sale presuroso a la puerta y deja su azadón en el suelo. “Por eso es que ustedes volvieron”.
Acaba de llover. La brisa trae un tibio aroma de almojábana y desde la casa de este campesino cundinamarqués, vecino de la vereda Carrizal de Suesca, se ve el resplandor de la laguna, enmarcada en montañas de un verdor intenso.
El morado de las agapandas, el amarillo de las sedosas hojas de la garrotera y el naranja del cachaco son los colores que retornaron a las praderas que circundan la laguna de Suesca, ubicada a 59 kilómetros de Bogotá.
José Veloza, un labriego que vive al lado de sus aguas hace 12 años, acompaña el recorrido para confirmar que han vuelto las lluvias y el espejo de agua crece todos los días. “Hace seis meses esto era un desierto”, asegura mientras camina hacia la zona del muelle, donde se escuchan el alboroto de un sapo oculto en la maleza y el canto de un puñado de garzas. Atrás quedó el silencio de cuando la fauna se había espantado por la sequía que puso en riesgo el cuerpo lagunar.
Es evidente que el déficit de lluvias marca los cambios en el nivel de la laguna, pero la CAR también tiene claro que hay otros factores, como los que deja la huella humana, que están afectando este importante ecosistema: como la deforestación, la agricultura y la ganadería que se realiza en la zona. Foto:César Melgarejo/ EL TIEMPO
“¡Cuidado pisa los bichitos!”, advierte Veloza, al dar pasos seguros y cuidadosos. Un ejército de hormigas porta como estandartes pequeños fragmentos de hojas verdes. Es presagio de que viene otra lluvia.
A orillas de la laguna, Veloza muestra el número 1,86 en la regleta que revisa todos los días para verificar el nivel de las aguas. Ese indicador respalda su gesto de emoción.
“El agua que cayó entre julio y agosto ya nos subió el nivel hasta casi metro noventa, después de que estábamos en ceros”, concluye. La capacidad de la laguna en el primer trimestre descendió a un nivel de un metro, una capacidad de 260.000 metros cúbicos y una extensión de 79 hectáreas.
José tiene la noble misión de revisar y tomar apuntes, tanto de los niveles como de las lluvias, por medio de instrumentos que le entregó la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR). Gracias a su labor, la autoridad ambiental tiene datos de primera mano de cómo se comporta el cuerpo hídrico, indicador de lo que pasa con el cambio climático en la región, porque la laguna no cuenta con ríos que la nutran y depende exclusivamente de las precipitaciones, según explica el ingeniero Fernando Murcia, funcionario de la red hidrometeorológica de la entidad.
Laguna de Suesca Foto:CAR Cundinamarca
Luego de recopilar los datos José emprende el regreso a su casa, ubicada al lado de un embarcadero y con vista panorámica de la laguna que se transformó de un desierto en una fuente hídrica navegable. El agua lluvia y la que llegó por escorrentía desde el cerro penetraron las grietas de la capa árida, luego emergieron plantas acuáticas y vetas de lama verde pintaron los árboles que días atrás eran chamizos. Los patos retornaron al lugar.
“Esto se veía terrible, vinieron muchos periodistas hasta del exterior y dijeron que la laguna se había acabado. Bendito sea Dios que tuvimos buenos aguaceros y se hicieron unas limpiezas en las zanjas y alcantarillas. Eso también ayudó”, dice.
Las palabras de José confirman el análisis del ingeniero de la CAR con respecto a la relación entre la capacidad de la laguna y la frecuencia de las precipitaciones. Del panorama complicado del primer trimestre, cuando se denunció la posible desaparición del cuerpo de agua, se pasó a la esperanza por su recuperación. Actualmente, la laguna llega a un nivel de 1,85 metros, una extensión de 22 hectáreas y una capacidad de 1,5 millones de metros cúbicos, según los cálculos del centro de monitoreo de la autoridad ambiental. “Toca seguir juiciosos con las limpiezas que se están haciendo con la gente de la CAR para que cuando venga el tiempo seco haya buena agua en reserva y la laguna no se seque, como a principio de año”.
Es mediodía, Blanca Luz Alonso cuida con esmero las flores de su jardín. Cuidadosamente les quita las hojas secas a sus lirios y astromelias, una tarea que realiza todos los días desde que se vino de Villapinzón, en el norte de Cundinamarca, hace 12 años para acompañar a José Veloza.
Él ya revisó los recipientes con los cuales recogen el agua lluvia y diligenció la planilla, una suerte de bitácora en la que se registra el día a día del cuerpo hídrico. Mira los números en el documento y voltea a ver la laguna donde el viento dibuja unas pequeñas olas que en segundos se desvanecen.
“¡Qué vaina lo del ingeniero Hernández! No pudo ver que esto volvió a reverdecer”, dice Veloza, al referirse a Humberto Hernández, director de la red hidrometeorológica de la CAR, quien falleció en marzo.
El labriego recuerda que el 16 de febrero pasado lo acompañó a un recorrido para verificar los niveles críticos de la laguna. Se despidieron con la esperanza puesta en la llegada de las lluvias.
“Como me decía el ingeniero Humberto, ‘las lluvias siempre nos salvan’, pero con esto del cambio climático escasean y toca cuidar lo que nos queda”, dice con nostalgia.
La brisa es ligera, el agua de la laguna de Suesca genera frescura. Es grato verla recuperada desde la puerta de la casa de José. Mientras se contempla este paraíso pasa Rosa Carrillo, una vecina que lleva envuelto en una manta que carga en la espalda a su nieto Ángel, de tres años. Está cansada de caminar y pide un aventón hasta la Institución Educativa Carrizal, nombre con el que fue bautizada esta vereda, territorio famoso por acoger entre sus montañas la laguna que se resiste a desaparecer.