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Su victimario fue condenado a 65 meses de prisión por el mismo delito y desde la cárcel la denunció.

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SUBEDITORA DE BOGOTÁ Actualizado:

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Pensar en la pena de cuatro años que le impuso hoy el juez 24 penal municipal Hernando Díaz Franco tiene conmocionada  a Leily Vanegas, una mujer de 29 años, madre cabeza de familia de dos niñas y víctima en una relación infernal en la que sufrió agresiones físicas y psicológicas durante muchos años y de manera sistemática.
Esta bogotana, profesional en psicología, cuenta que conoció a Santiago Garavito Castellanos desde que tenía 13 años, pues ambos vivían en el mismo conjunto residencial, San José de Barrancas, en la calle 161 con octava. “Éramos solo unos adolescentes”.
Su pareja siempre tuvo una característica que lo definió: era un hombre que se mostraba empático frente a los demás, llamaba la atención y esa capacidad le abrió puertas en áreas comerciales. “Es como si tuviera máscaras”.
Su relación sentimental la iniciaron en el año 2008. No pasó mucho tiempo para que comenzaran los gritos, los empujones y los malos tratos. “Debo decir que hubo muchas banderas rojas que yo no logré identificar. Tenía 16 años, era una niña inexperta. Yo siempre fui débil y, por ende, manipulada”.
Con el tiempo ambos se mudaron a sitios diferentes y la relación solía tener muchos tiempos muertos en donde Santiago tomaba la decisión de desaparecer. “Su comportamiento era extraño y cuando estaba conmigo era muy agresivo. Yo terminé en ese ciclo de violencia”.
Ese día me empujó durísimo y me pegó una cachetada en plena vía pública, en la calle 82, entre 11 y 15.
La primera agresión grave, recuerda, fue en el año 2012, cuando Leily estaba celebrando sus 20 años. “Ese día me empujó durísimo y me pegó una cachetada en plena vía pública, en la calle 82, entre 11 y 15”. La Policía tuvo que atender el caso, pero la mamá de Santiago medió para que eso no ocurriera.
Al poco tiempo, su pareja la volvió a buscar para pedirle otra oportunidad. “Su madre siempre lo acolitaba y me llamaba. Pero en octubre de ese mismo año ocurrió otra humillación. En una fiesta de disfraces, él me escupió la cara y me obligó a que no dijera absolutamente nada. Yo vivía con miedo; entonces no conté”.
Para ese amargo momento Leily estaba embarazada. “Él y su mamá querían que yo abortara. Yo les dije que yo me iba a graduar de psicóloga y que me iba a hacer cargo de mi hijo. Santiago desapareció por un tiempo, pero en el 2013 reapareció”.
Con un cartel en sus manos, su pareja le pidió perdón y una nueva oportunidad argumentando que ya tenía trabajo, que quería hacerse cargo de su hijo. “Mi familia y yo accedimos y hasta le ayudamos a que comenzara a estudiar, pero solo hizo un semestre y se salió, decía que todo era pésimo. Él tenía una especie de resentimiento contra quienes lograban terminar una carrera”.
Cuando nació el bebé pasaron solo dos meses para que madre e hija fueran amenazadas de muerte. “En ese momento me dieron una medida de protección porque nos dijo que nos iba a matar a puñaladas”.
Para enero de 2014 la vuelve a buscar esta vez en el apartamento donde ella residía con su mamá, en la Ciudadela Colsubsidio. “Me comenzó a llamar por el citófono, a decirme que yo era su mujer, que necesitaba ver a su hija. Se fue al CAI a decir que yo no le permitía ver a la niña, pero pude demostrar que tenía una medida de protección. Le dijeron que se fuera o que se lo llevaban a la cárcel”.
Lo que pasó después es que la pareja fue citada a la Comisaría de Familia. “Allá nos dijeron que teníamos que hacer terapia de pareja. Creo que no entendieron la gravedad del asunto. En julio lo dejaron hacerle visitas a mi hija y él aprovecha esa cercanía para envolverme y hacerme caer. Me dijo que había cambiado, que ya estaba trabajando y que quería casarse conmigo, darle una hogar y estabilidad a nuestra hija”.
El febrero de 2015 Leily y Santiago se casan por lo civil. Y ahí, otra vez, comenzó la tortura. “La convivencia fue un desastre. Una vez me intentó ahorcar y otra vez me dio un cabezazo. Los abusos eran cada vez más terribles”.

El límite

Pese a que esta mujer vivía con miedo, logró sacar adelante su carrera y el 5 de junio de 2015 tenía que ir a sustentar su tesis de grado en la carrera de Psicología. “Salí muy temprano de mi casa y la jornada de sustentación duró desde las 7 de la mañana hasta las 3:30 de la tarde”.
A la salida se fue con unas amigas a comer en la calle 170 con carrera octava y luego se salieron a tomarse unas cervezas para celebrar los buenos resultados académicos. “Le pedí el celular a una amiga para llamarlo y avisarle y le dije que podía ir. Él llegó como a las 5 de la tarde y a las 7:30 nos fuimos a la casa de una compañera y su familia”.
Eran las 10 de la noche cuando, de un momento a otro, Santiago le dice: “Nos vamos ya y punto”. Leily cuenta que no la dejó despedir de nadie. Tomaron un taxi rumbo a su residencia. Allí le comenzó a decir que si estaba muy feliz con sus amigos. “Yo le decía que sí y él me repetía con ironía que nos devolviéramos”.
Pese a todo, ella intentaba calmarlo y le dijo que fueran a comer algo en el barrio. “Lo único que había abierto era un Caldo Parado, pero él seguía con sus amenazas. Luego me jaló el cabello de manera disimulada y le reclamé que no me pegara”. Algo muy malo estaba por suceder.
Leily se armó de valentía para salir corriendo y buscar a unos policías. “Tenía el teléfono descargado y mi mamá vivía en el mismo conjunto, pero en otra torre. Los agentes me tranquilizaron y me dijeron que me fuera a donde mi mamá”.
Mareada, él me susurraba que si les decía algo a los vigilantes me mataba.
Santiago lo vio todo y se llenó de ira. La interceptó en el camino y le reclamaba que si lo que buscaba era que se lo llevaran a la cárcel. “Me lanzó un puño, me tumbó al piso, me golpeó todo el cuerpo. Sufrí de una agresión brutal. Sangré mucho, estaba destruida”.
A Leily la levantaron del suelo casi desmayada y la llevaron a rastras al conjunto residencial. “Mareada, él me susurraba que si les decía algo a los vigilantes me mataba, pero ellos me miraban aterrados. Otro joven del conjunto también le reclamó, pero el que me salvó la vida fue el señor Ulises”.
Fue este vecino quien la rescató y no permitió que el agresor la entrara al apartamento. “Él mientras se cambió la ropa. Luego mi mamá bajó. Ya estaban llamando a la Policía”. Cuando Santiago volvió fue golpeado por los espectadores de la escena. Luego lo conducen en una patrulla a la Unidad de Reacción Inmediata (URI) de Kennedy. Ambos fueron llevados a Medicina Legal. “A él lo revisaron y aprovechó la situación para decir que era yo la que lo había agredido y a mí no me atendieron porque tenía sangrado activo y requería atención médica”.

La denuncia

Cuando ya pensaba que me iba a mejorar de todos los daños físicos y psicológicos, del estrés postraumático, (...) me imputaron cargos por violencia intrafamiliar.
Por fin Leily denunció todos los maltratos de los que había sido víctima durante tantos años e, irónicamente, a los seis meses y estando en prisión Santiago la denunció. “Me acusó de violencia intrafamiliar. Yo no lo podía creer”. A él lo condenaron por el delito de violencia intrafamiliar agravada en contra de su pareja y su hija de manera sistemática y progresiva en el Tribunal Superior de Bogotá.
Pese a esto, en el 2018, esta mujer –dice– fue revictimizada. “Cuando ya pensaba que me iba a mejorar de todos los daños físicos y psicológicos, del estrés postraumático, del miedo y la ansiedad que me ha acompañado, me imputaron cargos por violencia intrafamiliar. Su mamá declaró a favor de él, obvio, mintiendo. Dijo que su hijo no había denunciado porque le daba pena por ser hombre”. El juez dio sentido de fallo condenatorio el 27 de octubre este año y leyó hoy la sentencia a cuatro años de prisión. “El daño es grave  para mis hijas, para mi mamá que dependen de mí. esta es  la prueba de las atrocidades que hacen con las víctimas de la violencia en este país”.
EL TIEMPO tiene varios documentos que comprueban la veracidad de este testimonio. 
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
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