Melisa* siente miedo cada vez que camina por las calles de Bogotá y tiene que cruzar por un puente peatonal. De repente una voz le dice que se tire, otras veces habla con personas que nadie más ve, le dicen que corra, que huya. Todos los días lucha por levantarse de la cama y vivir un día más.
Los orígenes de su enfermedad se los atribuye a una infancia llena de dolor. Esta mujer de 29 años dice que conoció a su madre hace tan solo seis años. Le contó que era de un pueblo que se llamaba Los Andes Sotomayor en Nariño y que cuando tenía 17 años el esposo de su hermana la abusó y la dejó en estado de embarazo muy joven. “Así fui concebida”.
También supo que su abuela era una mujer violenta que terminó por asustar a la mujer, quien no tuvo otra opción más que huir con su bebé hasta Pasto, donde entregó a su hija al cuidado de una extraña. "Cuando yo tenía un año y medio ella me dejó ahí, supuestamente para buscar un futuro mejor y luego rescatarme, pero eso nunca pasó. Mi vida fue un infierno, esa mujer me decía que yo era un estorbo, una basura, un fastidio y que había nacido para arruinarle la vida a mi mamá".
En manos de esa mujer y su hija estuvo hasta los 11 años. Fue golpeada durante toda su niñez en una casa en donde todo ese tiempo fue testigo de la entrada de niños de diferentes edades. “Nos ponían a pedir limosna en los semáforos, a recoger las sobras de los restaurantes para que comiéramos, a limpiar los vidrios de los carros, a pedir ropa o cosas de casa en casa”. Dice que esa parte de su vida la hubiera perdonado, pero no lo otro.
Melisa dice que fue víctima de explotación sexual por primera vez cuando tenía cuatro años. "El hijo de la dueña de la casa era un militar y fue él quien me violó por primera vez. Desde niña viví en ese lugar en donde hasta nos obligaban a tener relaciones sexuales con animales”. En sus recuerdos siempre está esa casa verde, de techo de zinc y puertas grandes en la que padeció toda clase de vejámenes, al ser explotada por una banda de proxenetas. A los 10 años quedó embarazada, pero su hija de solo 6 meses murió de una arritmia cardíaca.
Nos ponían a pedir limosna en los semáforos, a recoger las sobras de los restaurantes para que comiéramos, a limpiar los vidrios de los carros, a pedir ropa o cosas de casa en casa
Cuando tenía 11 años fue castigada por llegar tarde a su casa. "Me quemaron una pierna, entonces, al otro día, cuando me fui para el colegio una profesora se dio cuenta y me dijo que teníamos que denunciar. Yo al principio no quería porque tenía mucho miedo y aún siento miedo, todo el tiempo, de que me maten, pero en ese momento me sentí, como nunca en mi vida, apoyada".
Tuvo que denunciar en dónde estaban las drogas y qué pasaba en ese lugar, pero no fue fácil pues siempre estuvo amenazada por sus captores. "Recuerdo que me decían que me tenían grabada, que si me portaba mal, les iban a mostrar a mis compañeros del colegio lo que yo hacía con perros y gatos. De todo eso se enteró la Policía, pero solo cogieron a dos tipos, al resto no porque no había pruebas contundentes en el momento".
Ya apoyada por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), dice que su vida cambió, por lo menos durante una época. Estudió su bachillerato en un colegio religioso en Pasto, Nariño. "Las monjitas eran muy amables. Además éramos muy poquitas niñas, solo como 16". Tuvieron que cambiarle su nombre muchas veces porque lo que había destapado el hallazgo de esta niña era muy grave e involucraba bandas de trata muy peligrosas.
A pesar de todas las medidas, el riesgo no cesó y Melisa tuvo que ser trasladada a Bogotá. "Aquí también llegué a un colegio de monjas en el barrio Las Cruces, no fue lo mismo porque ya éramos muchas niñas, unas 120, así que el cambio fue muy grande. Convivir con los caracteres de tantas mujeres no fue fácil".
Y, aun así, logró terminar su bachillerato en el 2004, cuando la comenzaron a atender por psiquiatría. "Yo sufro de trastornos desde muy pequeña, siempre me han cambiado los diagnósticos. A veces depresión, a veces bipolaridad, hasta que hace tres años me diagnosticaron con esquizofrenia paranoide".
Cada día, además de luchar por olvidar su pasado, busca huirles a las voces de personas extrañas que nadie más ve. "Yo veo hombres con aspecto de monstruos, salen de las paredes y no tienen piel. Es una sensación horrible. Cuando estoy en la calle escucho voces, me dicen que corra. Eso es desesperante".
A veces esos extraños la maltratan, le dicen que es una porquería, que no sirve para nada. "Cuando me llaman desde abajo, me asomo a la ventana y me gritan que me tire. Lo hacen con señas, pero son personas que no conozco".
Durante toda su vida se ha intentado suicidar unas quince veces. Recuerda que la primera vez que ocurrió fue cuando solo tenía 8 años. "Me tomé unos medicamentos, un pote completo de pastillas. Cuando desperté estaba en el hospital. La mujer que me explotaba me dijo que no fuera a decir nada, que sabían dónde estaba mi mamá. Siempre me amenazaban con matarla".
Todas estas alucinaciones son causadas, dice ella, por la crueldad que padeció en su niñez. Melisa debe tomar por lo menos 15 medicamentos al día, pero ha padecido crisis tan fuertes que ha sido hospitalizada varias veces. "Hace poco estuve en una clínica psiquiátrica, mi pareja dice que me llevaron allá porque quería hacerme daño. Me dieron 16 electrochoques. Eso me afectó terriblemente la memoria, el sentido de ubicación. A veces salgo a comprar una bolsa de leche y cuando trato de regresar no me acuerdo en dónde vivo".
A pesar de esa vida inimaginable para muchos, Melisa pudo graduarse de bachiller y estudiar una carrera gracias al apoyo de una fundación italiana que la ayudó hasta sexto semestre mientras pudo permanecer bajo el cuidado del Bienestar Familiar. "Pero luego me sacaron y no pude tener mi licenciatura en Lingüística y Literatura Universal en la Universidad Gran Colombia. Trabajando de a poquitos pude terminar materias, pero para graduarme tengo que hacer un diplomado y no he podido por falta de recursos".
Melisa ha trabajado en iglesias de franciscanos, en ventas informales, ofreciendo aguacates, periódicos, pero su enfermedad cada vez le mina más las oportunidades de trabajar. "Me he deteriorado mucho y eso hace que nuestra situación económica, la mía y la de mi pareja sea miserable, además, producto de la pandemia, se han acabado muchas posibilidades de ganarse la vida".
Su situación es desesperante porque pasan semanas sin comer bien. "Hemos durado hasta tres días tomando solo sal con agua", cuenta. Su pareja se llama Dayana y se conocieron hace 11 años en una de las instituciones de ayuda a donde ambas llegaron. Ninguna ha podido conseguir trabajo.
Viven en un inquilinato en el barrio Villanueva de la localidad de Kennedy y por un pequeño apartamento deben pagar 350.000 pesos al mes. "Nos amenazan con echarnos pues nos estamos atrasando mucho con el pago. Me ha tocado pedir ayuda a compañeros que estuvieron en hogares conmigo y a familiares, pero cada día es más difícil, más con esta enfermedad".
Melisa también busca una pensión por invalidez porque por más que lo intente es muy difícil controlar su enfermedad y a la vez subsistir. "Tener esquizofrenia es como vivir en un cuerpo diferente, es despertarse en la mañana y no acordarse de cosas del ayer inmediato. Muchos detalles de esta conversación que estoy teniendo con usted se me habrán olvidado mañana".
En los momentos de lucidez sueña, tiene ideales y metas. "Me gustaría terminar mi carrera, ser ayudada, recordar lo que aprendí, tener con qué pagar el arriendo y tener siempre algo que comer. No quiero volver a la calle, es lo más duro de la vida". Afortunadamente, su enfermedad es atendida gracias el Sisbén, pero tiene que pedir limosna para ir a sus citas semanales y reclamar los medicamentos.
Y a pesar de que el olvido es una característica de su enfermedad, de su mente no ha podido sacar su pasado, ese mismo que la atormenta día tras día. "Muchas veces cierro los ojos y lo que veo es una niña sentada llorando, pidiendo que nadie la vuelva a tocar. Para mí es horrible recordar a esos tipos y volverles a ver la cara riéndose. Me desespero al levantarme porque siento que no tengo control sobre mi cuerpo. Por eso he intentado muchas veces quitarme la vida a ver si por fin todo eso llega a su fin".
¿Qué es la esquizofrenia?
Según la Asociación Colombiana de Personas con Esquizofrenia y sus Familias (AEF), la esquizofrenia es un trastorno mental que ocasiona perturbación en las relaciones sociales, familiares y laborales de las personas. Inicia generalmente entre la adolescencia y la adultez.
Se caracteriza principalmente por la presencia de alucinaciones, delirios, alteraciones en el curso del pensamiento o comportamiento desorganizado. Estos síntomas pueden presentarse acompañados de otros síndromes o desórdenes de la personalidad, por tal razón se habla de una enfermedad compleja que no se presenta de la misma forma en todos los individuos.
Trastornos de ciudad
Estas historias hacen parte del especial multimedia
'Trastornos de Ciudad', que busca escuchar y hacer visibles a quienes sufren de trastornos mentales en la ciudad y que estas enfermedades dejen de ser un tabú.
Buscar ayuda es el principal propósito de este especial periodístico.* La historia fue publicada originalmente el 9 de diciembre de 2020.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
* Nombre cambiado por solicitud de la protagonista.