Esta semana leí un trino del secretario de Gobierno, Luis Ernesto Gómez, si no estoy mal, relacionado con los temas que los jóvenes habían priorizado para que los atendiera la istración. Y no cabía duda: los tres primeros tenían que ver con el cuidado y la protección de los animales.
Al lado del tema ambiental, la de los animales se suma a esa tendencia global de las nuevas causas que mueven a los jóvenes. Y la mayoría de sus representantes son adolescentes, como el caso de Gretha Thunberg, activista ambiental que no puede faltar en los megaeventos globales relacionados con el asunto. Se codea con presidentes de todo el mundo, les llama la atención y promueve manifestaciones como la de esta semana a propósito de la Cop26, para gritar que la cumbre climática fue un fracaso y que hay que hacer más y dejar tanto bla-bla-bla.
En Colombia tenemos varios exponentes igual de comprometidos que Gretha, y también jóvenes o incluso niños, como el caso de Francisco Vera, presente en la cumbre de Glasgow (Escocia).
Ha dado para tanto el tema animalista que en Bogotá ya existe un instituto del ramo y esta semana inauguraron la Casa Ecológica para Animales, y ya viene un hospital gratuito para los que están en la calle. Una buena noticia.
Pero a muchos este asunto no los conmueve. De cuando en cuando se escuchan noticias sobre envenenamiento de perros y gatos, de agresiones físicas fatales e, incluso, de abusos que van más allá de lo imaginable.
Y hay otros que adoran tener mascotas, las cuidan, las apapachan, las alimentan, les pagan costosos baños y tratamientos y no se miden a la hora de los juguetes y los impermeables para la lluvia. Los políticos también dan muestra de cariño. La alcaldesa Claudia López no puede vivir sin Lucky a su lado, y el exalcalde Enrique Peñalosa se rompió la clavícula cuando quiso evitar que su perro se quemara las patas en un piso hirviendo.
Volviendo al tema, me pregunto de qué vale dedicar tanto esfuerzo y amor por los perros si una vez cruzan el umbral de la calle sus dueños adoptan otra actitud: la de la indiferencia a la hora de recoger las heces de sus mascotas. Los parques, los conjuntos residenciales, las zonas peatonales viven plagadas de avisos para que el perro no se orine ni haga sus necesidades en el espacio público, pero sus propietarios simplemente ignoran tales advertencias.
Yo he aprendido a identificar a varios de estos avivatos y ‘meimportaunculistas’ que pululan por ahí. Y he aprendido a hacerlo porque cuando saco a mi mascota detecto ciertos comportamientos –entre caricaturescos y descarados– para hacerse los locos y no recoger las heces de los animales. Acá van algunos ejemplos.
Hay un personaje que sale a trotar en las mañanas con su golden negro. Deja el perro suelto y se va orondo a hacer sus ejercicios, sin reparar mucho en el animal. Este personaje sabe que el perro caga en cualquier lado, pero el trote le sirve de parapeto para no encarar su obligación.
Y hay más. La vi esta semana: la fulana sale con la mascota, le quita la correa cuando llega al parque y se pone a revisar el celular, lo hace mientras camina despacio y se va alejando del animal, que está cagando, por supuesto, mientras ella simula hacer una llamada o hablar con alguien a las seis de la mañana. Pero esta vez el truco no le funcionó porque yo mismo le llamé la atención.
Otro sujeto, sin ningún problema, llega en su flamante camioneta cuatro por cuatro, abre la puerta, salen sus dos perros, él se mete al carro mientras los animales corren por ahí, dejan el ‘regalito’ y el pillín del vehículo solo vuelve a abriles la puerta y parte hacia su destino, como si nada.
Lo propio hace un tipo que llega en bicicleta con la mascota al lado. Se oculta bajo un árbol, deja al perro libre, y una vez el animal ha evacuado lo que tiene, el hombre vuelve a amarrarlo a su collar y sale de las sombras cual delincuente.
Y la última: la de la visita. Grupos de personas que se reúnen a charlar mientras sus mascotas corren, saltan, juegan y... cagan. Y sus propietarios parlotean de lo divino y lo humano. No están pendientes de sus perros, aunque saben que los animales van a lo que van. Se despiden, quedan en una nueva cita y ni cuenta se dieron.
¡No sean descarados! Ustedes creen que la gente no los ve, pero sí. Lo que pasa es que muchos no quieren llamarles la atención para evitar problemas, pero dejen de ser tan frescos, estar pendientes de sus mascotas es una obligación por el bien de la comunidad; no se hagan los locos, si no pueden recoger la mierda de sus perros, pues no tengan perros. Y punto.
ERNESTO CORTÉS*
Editor general de EL TIEMPO