La economía global esta cada vez más nerviosa por la tormenta que se aproxima debido al alto costo del dólar y la depreciación de las monedas locales.
Ya se siente el impacto en el aumento de los precios de muchos productos y la pérdida de capacidad adquisitiva de los hogares; las salidas de capital y reducción de inversión extranjera; sumado a las dificultades que están teniendo los gobiernos para pagar una deuda externa que fue asumida en dólares.
Una moneda que ha llegado a valores que no se veían hace más de dos décadas e, incluso, monedas fuertes como la libra esterlina y el euro se han depreciado considerablemente.
Todo comenzó cuando la Reserva Federal de los Estados Unidos decidió subir las tasas de interés para controlar la inflación en un contexto de riesgo geopolítico por la guerra de Ucrania y la volatilidad en los mercados de las economías emergentes. Lo anterior aumentó el valor del dólar, pues cuando hay incertidumbre financiera los actores económicos demandan más dólares en busca de estabilidad y seguridad, haciendo que su valor aumente de precio y que las monedas locales pierdan competitividad. No hay que olvidar que el dólar es la moneda de referencia en el comercio y de las transacciones mundiales; y que cerca del 60 por ciento de las reservas de divisas de los bancos centrales se negocian en dólares.
Los bancos centrales han tratado de controlar la situación elevando las tasas de interés, mientras los gobiernos buscan aumentar los subsidios a ciertas materias primas y renegociar el pago de la deuda pública. Pero nada evita la devaluación de sus monedas y que las condiciones financieras locales se deterioren por la inflación y el efecto de las tasas de interés en el encarecimiento del crédito.
Todo esto afecta los ingresos de los consumidores y reduce el consumo pues se necesita más dinero para comprar los mismos bienes y servicios. En este escenario, las empresas limitan su expansión, reducen costos y eliminan puestos de trabajo. Una coyuntura difícil que pondrá a prueba a los gobiernos, sobre todo de América Latina, a causa de la devaluación, la inflación, el desempleo y el pago de la deuda externa.
La economía bogotana no será ajena a esta nueva realidad que se avecina. La ciudad concentra el 32 por ciento de las empresas del país, aporta la cuarta parte del PIB y el 17 por ciento de los ocupados. Junto con Cundinamarca constituyen la segunda región exportadora, con una participación del 18,3 por ciento.
Sin embargo, la ciudad tiene una vocación más importadora que exportadora. La balanza comercial evidencia que mientras la ciudad importa US$ 19.022 millones (FOB), las exportaciones representan US$ 2.377 millones.
Por su parte, Cundinamarca exporta US$ 1.720 e importa US$ 3.356 millones, respectivamente. En conjunto, la región concentra el 53 por ciento de las importaciones del país. La mayoría de los productos proceden de China, Estados Unidos, México y Brasil. En otras palabras, a medida que el dólar se fortalece, el precio de las importaciones se encarece.
Este aumento de costos impacta los precios de muchos bienes y servicios, como combustibles y aceites minerales; tecnología y aparatos eléctricos; automóviles, partes y rios; insumos agrícolas; alimentos y medicamentos importados, y muchas materias primas necesarias para procesos industriales, manufactura y construcción. Además, puede que la inversión extranjera disminuya debido a la volatilidad del peso y a las mejores tasas de interés que ofrecen los bancos estadounidenses.
De la subida del dólar no se salvan ni los proyectos de infraestructura pública, pues muchos fueron tasados en dólares en su momento. Hoy, la devaluación del peso sumado a la alta inflación elevan los costos de insumos importados y ponen en riesgo la rentabilidad de la inversión. Sin ir tan lejos, el riesgo cambiario hizo que la licitación del cable aéreo de San Cristóbal se declarará desierta pues no se presentó ningún proponente.
Es urgente actualizar la matriz de costos de algunos proyectos en ejecución y evaluar el impacto en las finanzas distritales de futuras adiciones presupuestales pues varios proyectos son financiados con préstamos en dólares. También es importante tener en cuenta escenarios en los que la nación decida unilateralmente disminuir sus aportes para obras, como la segunda línea de metro y el Regiotram del Norte.
De una u otra manera, va a necesitar más dinero para comprar dólares y cumplir con los pagos de la deuda externa, que ya representa un 50 por ciento del PIB. Con una recesión ad portas, habrá presión sobre los balances y presupuestos distritales. En una coyuntura alimentada por la tensión social y mayores protestas como consecuencia del incremento del desempleo, y la reestructuración del gasto público y los compromisos financieros para el servicio de la deuda.
Todo esto en un contexto en el que la economía bogotana tratará de evitar una disminución en la inversión extranjera, mantener la confianza de los mercados financieros y evitar los procesos de desaceleración en sus sectores productivos.
Por ahora, desconocemos qué tan fuerte será el impacto de la subida del dólar y hasta dónde llegue su cotización. Mientras tanto, solo queda esperar que las políticas fiscales y monetarias rindan pronto sus efectos para que la confianza regrese.
ÓMAR ORÓSTEGUI
Director de Futuros Urbanos