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Tras su caída, ¿qué viene para la estatua de Jiménez de Quesada?

Expertos analizan el derribamiento de la estatua en el centro de Bogotá.

Fue derribada por indígenas Misak.

Fue derribada por indígenas Misak. Foto: Héctor Fabio Zamora

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Con música, danza y ondeando banderas de su comunidad, un grupo de indígenas misak celebró la caída del monumento de Gonzalo Jiménez de Quesada, ubicado en la tradicional plazoleta de la universidad del Rosario, en el centro. La madrugada del 7 de mayo pasado, la imagen del fundador de la capital cayó de bruces y permaneció allí por varias horas mientras jóvenes y curiosos lo fotografiaban. Unos dichosos, otros molestos.
A ese cuerpo de bronce vestido con una mezcla de armadura de caballero medieval y traje de hombre ilustrado del Renacimiento, ya lo habían vandalizado en el pasado con grafitis y rayones sin sentido. También lo habían rociado con orín y usado como despensa de latas de cerveza o cenicero, pero nunca habían procurado su caída.
En el 2017, como parte de la conmemoración de los 479 años de la ciudad, la Alcaldía y el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC), en un convenio con la Universidad del Rosario, lo limpiaron y restauraron. Se invirtieron 164 millones de pesos. Se sembraron flores y se firmó un compromiso con comerciantes y vecinos para su protección.
“Hay mucha gente bárbara, sin espíritu cívico, que les gusta crear caos y desorden. Ahorita reina la anarquía en Colombia y esta es la expresión de la decadencia y de la falta de respeto a las leyes y la autoridad”, recriminó esa mañana un residente del sector de La Candelaria, indignado con lo que veía.
Para algunos expertos, una cosa fue Gonzalo Jiménez de Quesada (explorador y conquistador español) y otra muy diferente es el monumento que se erigió en su memoria. Alexander Chaparro, historiador de la Universidad Nacional y estudiante de doctorado en Historia de la universidad de Austin, Texas (EE. UU.), dice que la imagen habla más del momento histórico en que fue erigido (1960) que sobre la historia de la Conquista.
Chaparro sostiene que lo único que aprende un espectador desprevenido en la calle al ver la estatua de Jiménez de Quesada es que fue el fundador de Bogotá, nada más. No aprende sobre qué significó la Conquista, por qué ocurrió y cómo somos el resultado de esos hechos.
“La estatua de Jiménez de Quesada fue llevada a cabo por el español Juan de Ávalos García Taborda en 1960. Fue donada por la temible dictadura de Franco a la ciudad de Bogotá como símbolo de hermandad entre las dos naciones. Da cuenta, entonces, de las relaciones entre la España de Franco y la Colombia del Frente Nacional”, explica.
Por su parte, Mario Ómar Fernández, profesor del departamento de arte de la universidad de los Andes, manifestó que esta estatua es un bien de interés cultural de carácter distrital. “Tiene una connotación interesante para Bogotá porque existe una legislación que lo protege y hay instituciones que deben protegerlo”, aclaró el docente en un evento de patrimonio que se transmitió en Facebook.
Lejos de tener en cuenta estas consideraciones, los indígenas defienden su actuación, que en medio de las protestas que se están adelantando en todo el país, se ha convertido en una forma de expresión. En las últimas semanas también derribaron a Sebastián de Belalcázar, en Cali, y a Antonio Nariño, en Pasto.
Didier Chirimuscay, comunero misak que participó en lo que consideró como acto simbólico, le explicó a EL TIEMPO que esta oleada de derribamientos hace parte de una estrategia pedagógica para, según sus palabras, descolonizar al país y sacudirse de una historia de violencia en la que sus antepasados pusieron la sangre.
“Es un llamado al país a que reflexionamos sobre nuestros espacios vitales y sagrados, y que demos apertura a estas culturas, si hoy cierta población nos ha puesto un libreto histórico en el país, esto es la reivindicación de los pueblos indígenas, abriendo escenarios para que los pueblos indígenas tengan el espacio que se merecen”, consideró Chirimuscay.
Esta estatua ha sido inaugurada tres veces. La primera fue el 6 de agosto de 1960, al frente de la iglesia Nuestra Señora de Las Aguas. En 1968 fue reinaugurada en la avenida Jiménez con carrera 8.ª y. finalmente, en 1988, fue llevada al lugar donde permanece hoy, en la plazoleta de la Universidad del Rosario.
Armando Silva, filósofo y ensayista, comentó sobre lo ocurrido con el pueblo misak, en septiembre del 2020, cuando tumbó la estatua de Sebastián de Belalcázar en Popayán, y que ese acto tenía un poderoso mensaje de reivindicación de este pueblo originario de esas tierras, ya que el monumento había sido puesto sobre una zona que era sagrada para ellos: un cementerio. No opinó lo mismo sobre lo ocurrido en la capital.
Indígenas Misak tumban estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada

Indígenas Misak tumban estatua de Gonzalo Jiménez de Quesada Foto:EFE

“En Bogotá me parece que fue una acción abusiva y violenta. No es posible que una comunidad venga a la ciudad y por su cuenta destruya un símbolo urbano de esa naturaleza. No estoy defendiendo al señor Jiménez de Quesada, pero no puede ser que vengan y lo destruyan porque así lo querían, asumiendo que representan la voluntad general. Eso no es posible, es un irrespeto que se ha cometido con Bogotá y ahí no veo ninguna opción de entenderlo como un acto urbano, sino como un hecho vandálico”, precisó.
A este argumento se sumó Hugo Ramírez, profesor de literatura del siglo XVI en la Universidad de los Andes. “Tumbar la estatua termina siendo es una agresión para la gente del entorno que sí conoce la estatua, su historia, que la tiene como una parte de su paisaje cultural, me refiero a la gente de los cafés, los esmeralderos (que lloraron el derribamiento), y a toda la gente que está en ese sector, a ellos sí los afecta”, señaló.
Mientras las discusiones alrededor de lo ocurrido siguen dándose, como por ejemplo con lo expresado en un comunicado por estudiantes y egresados de Antropología de la U. del Rosario, en el que celebraron “la gallardía y valentía de estos pueblos que han sabido reivindicar la historia a través de sus actos de desobediencia”, el IDPC está analizando qué pasará con este monumento, uno de los más bellos de la ciudad, con La Rebeca.
Es el momento para ampliar el debate sobre estas representaciones que ya no están enmarcadas en los valores de la Constitución del 91
Según Patrick Morales Thomas, director del IDPC, “es el momento para ampliar el debate sobre estas representaciones que ya no están enmarcadas en los valores de la Constitución del 91 ni en la pluralidad y ni las formas que construyen la ciudadanía en Bogotá”.
Por ahora, la estatua está siendo evaluada por un equipo de expertos para determinar los costos de una posible restauración, pero aún no se ha definido qué pasará con ella.
“No tenemos una mesa de diálogo propiamente con los indígenas, pero estamos trabajando en un convenio firmado con la Onic en la ruta para la reflexión de la mirada indígena y patrimonial en la ciudad. Todas las posibilidades están abiertas por ahora, lo que pase con la escultura será producto de lo que resulte del diálogo”, aclararon en la entidad.

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Óscar Murillo Mojica
EL TIEMPO
Twitter: @BogotáET

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