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Marielita, la madre putativa de los enfermos por el tango

Mariela Cruz ha resguardado la historia de la icónica cuna de la melodía de arrabal en el centro.

Mariela Cruz Marín, de 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los amantes por el tango de varias generaciones del centro de Bogotá.

Mariela Cruz Marín, de 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los amantes por el tango de varias generaciones del centro de Bogotá. Foto: Archivo particular

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Antes de abrir las puertas de su templo tanguero de La Candelaria, Mariela Cruz Marín tenía por ritual encenderles veladoras a sus imágenes de devoción: el Sagrado Corazón, el Divino Niño de Atocha, la Virgen de los Siete Puñales y san Gardel.
En la penumbra de la estancia, el rostro del Zorzal Criollo ardía con las tenues llamas de los pábilos, y la sonrisa perlada del galán que enamoró a cientos de mujeres producía en la devota una epifanía en su convencimiento de que su amado Carlitos estaba más vivo que nunca, y ella, emocionada, decía sentirse orgullosa de tenerlo en su casa.
Mariela Cruz Marín, 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los enfermos por el tango de varias generaciones, cuando el centro de Bogotá aún gozaba de sus luces y atractivos, y la noche era una invitación al disfrute de la bohemia sin los temores del puñal atracador a la vuelta de la esquina, o de las nefastas confabulaciones de la burundanga.
En el esplendor de esa añorada época, se abrían las puertas del Viejo Almacén, el emblemático bar de Marielita, y el jalonazo seductor era inmediato. La aguja del viejo tocadiscos no cesaba en su trajín de recorrer los surcos de vinilos de 78 revoluciones, de más de 2.500 que la matrona de la tanguedia disponía en su escaparate; álbumes sin clasificar que ella sabía a dedo ciego dónde ubicarlos.
La barra era propiedad de los copisoleros. Una sala de espera con las someras pausas entre tango y copas. Un depositario de añoranzas y penas reprimidas. Mariela hacía las veces de psicoanalista. Oía prudente, ofrendaba el anís y repartía consejos de madre alcahueta y comprensiva. A veces, ante la terquedad de los dolientes, regañaba, pero con dulzura, y estaba presta y complaciente con la música. En todos esos años, Mariela arregló una buena suma de noviazgos y matrimonios resquebrajados, y como tenía ojo clínico de casamentera, la elegían como madrina ideal en las pompas nupciales.

Melodía de arrabal

Mariela Cruz Marín, de 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los amantes por el tango de varias generaciones del centro de Bogotá.

Mariela Cruz Marín, de 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los amantes por el tango de varias generaciones del centro de Bogotá. Foto:Archivo particular

Se abrían las puertas del Viejo Almacén en un fin de semana, y en las mesas atestadas hervía el regocijo amiguero, y en su cepa el “pensamiento triste que se baila”, en palabras de don Enrique Santos Discépolo.
Al fondo sobresalía la melena nívea y la figura de oso redomado del poeta Mario Rivero, remontado en la profunda y descarnada voz del Polaco Goyeneche en Sur, de Homero Manzi, con el bandoneón de Aníbal Pichuco Troilo, rodeado de unas nínfulas de cinemascope.
Vecino a Rivero (que en su juventud fue maromero de circo y cantor de tangos), el también bardo Juan Manuel Roca arañaba bajo la mesa las sobras trasnochadas del café del mundo, mientras el dramaturgo Santiago García les hacía burlas a sus discípulas en flor del Teatro La Candelaria, con la naricilla roja de payaso que le había puesto el publicista Carlos Duque para un estudio de fotografía. Íngrimo en una esquina de la barra, Rubén Rafa, robusto enciclopedista y radiodifusor rioplatense de su majestad el tango, gemía entre murmullos la tormentosa diáspora de su Buenos Aires querido.
Los 11 de diciembre y los 24 de junio, natalicio y muerte de Gardel, eran acontecimientos de alegría y de nostalgia para la familia del Viejo Almacén. Marielita lucía sus mejores galas y lo entregaba todo como anfitriona. Es que cuando se produjo el trágico fallecimiento del Zorzal, aquel fatídico 24 de junio de 1935, en el aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín, Mariela Cruz Marín, su arraigada devota en Colombia, ya venía en camino en el vientre de su madre, en su natal Pijao, municipio del Quindío.
Mariela también se tomaba sus niquelados dobles, fondo blanco y sin pasantes: el primero, por las benditas almas del purgatorio; el segundo, a la memoria de su difunto esposo, Francisco Eladio Restrepo, fallecido hace cuarenta y cinco años; y el tercero, por Carlos Romualdo Gardel, el único divo, contaba ella, que le había hecho perder la cabeza por su vozarrón celestial, su porte y elegancia, sus sentidos tangos, y esa sonrisa de propaganda de dentífrico que iluminaba su bar.
Para el cumpleaños de Mariela, el 25 de noviembre, sobraban las botellas de vino y las tortas de agasajo por parte de la clientela, que se apropió de esa costumbre para celebrar, no solo un calendario más de familiares y amigos, sino los aniversarios amorosos, las promesas matrimoniales con sortija al dedo, y las reconciliaciones lacrimógenas, entre abrazos y complacencias de los presentes de vieja data y de los jóvenes, la mayoría universitarios, que asomaban con sus padres o parientes, cautivados por el embrujo del lugar, las atenciones de Mariela, y la calidez y confianza de su bar, que los hacía sentir como en casa.

De vieja data

Mariela Cruz Marín, de 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los amantes por el tango de varias generaciones del centro de Bogotá.

Mariela Cruz Marín, de 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los amantes por el tango de varias generaciones del centro de Bogotá. Foto:Archivo particular

La historia del Viejo Almacén, narra Marielita, tiene su origen sesenta años en el centro de Bogotá, cuando su esposo, Francisco Eladio Restrepo, abrió el primer local en la calle tercera, entre novena y décima, con el nombre de El Cambrión (hierro macho de los tacones femeninos), que despachaba por igual tangos, milongas, rancheras, valses, boleros, música de carrilera.
Allí duró varios años, hasta el fallecimiento de Restrepo. Mariela, derrumbada ante la partida de su marido, decidió trasladarse a un estrecho espacio de la calle doce con carrera quinta, en la misma cuadra del Teatro Popular de Bogotá, donde apenas cabían el mostrador, la estantería de los discos y no más de cinco mesas con sus respectivas sillas.
En un nicho, debajo de la barra, dormía su crío Pacho en un cajón de cerveza, envuelto en un par de mantas, mientras Marielita revolaba en cuadro poniendo discos y cumpliendo pedidos. Allí se decidió solo por la corriente del tango, y en poco tiempo el establecimiento quedó corto para la cantidad de clientes que fluían de jueves a sábado, y que ante la falta de mesas y butacos se resignaban a libar y a oír la música en la acera, vigilantes por la ventana a ver quiénes desocupaban puestos.
Presionada por la numerosa clientela, Mariela se arriesgó a tomar en arriendo un enorme salón en la calle quince con carrera cuarta, que triplicaba el costo del alquiler del anterior local, donde montó un escenario para bailar tango y milonga. Por esas rarezas de la suerte, el establecimiento no colmó las expectativas de prosperidad que a ella le había ilusionado, y acosada por el alto precio de la mensualidad, se pasó a uno contiguo, pequeño y sombrío.
Así inició una serie de trasteos con su Gardel a cuestas y otros retratos de los grandes del tango de todos los tiempos, su arrume de acetatos (que es su gran tesoro), su mobiliario y sus cuitas remojadas, porque la vida de Mariela Cruz Marín también ha sido un tango. En ese tránsito de mudanzas ancló en la calle doce con carrera cuarta, y de ahí fue a parar a la veinte con cuarta, en el sector de las pescaderías, hasta que llegó la pandemia con sus estragos arrasadores, entre ellos el del Viejo Almacén. De eso hace ya dos años largos.
Mariela Cruz Marín, de 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los amantes por el tango de varias generaciones del centro de Bogotá.

Mariela Cruz Marín, de 86 años, pervive como Marielita en la memoria de los amantes por el tango de varias generaciones del centro de Bogotá. Foto:Archivo particular

Queda la memorabilia de uno de los clubes de tango más añorados y frecuentados de Bogotá, con sus clientes del remoto ayer como Rogelio Salcedo, Guillermo Calle, Mario Espinosa, de una pléyade de puntuales contertulios y estudiosos del tango, siempre dispuestos a soltar las piolas de sus enciclopedias para debatir y precisar alrededor del notariado de melodías, autores, intérpretes, orquestas y fechas del inagotable cancionero porteño.
De ese ilustre clan resalta la presencia de Laura Zuleta Ortiz, abogada penalista, asesora de la Comisión de la Verdad, gestora cultural y tanguera hasta los tuétanos, quien tomó la iniciativa de rendir homenaje a Mariela Cruz Marín por una vida consagrada a la cultura y difusión del tango en Bogotá; igual que a Mario Echeverri, del Café Mercantil; a Óscar Rivillas, del Cafetín de Buenos Aires; y al profesor Roberto Aroldi, por sus treinta años como cultor, intérprete, realizador y conductor de Tanguedia, el eslabón perdido entre Gardel y Piazzolla, programa de la emisora de la Universidad Nacional.
El acto de reconocimiento, que se realizó ayer en el Cafetín de Buenos Aires, contó con una puesta en escena de destacados maestros del tango como el bandoneonista Giovanni Parra, director del Quinteto Leopoldo Federico; los pianistas Fabián Fernández y Alberto Tamayo, y una pareja de baile.
De esa velada con rumores de antaño quedará la estampa, para la posteridad, de que Mariela Cruz Marín, la querida y popular Marielita, apostada detrás de la barra del Viejo Almacén, derrochaba tangos como ninguna.
RICARDO RONDÓN CHAMORRO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

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