El transporte público es una pieza fundamental para el desarrollo urbano, el crecimiento económico y la equidad social de las ciudades. No solo es un servicio público, es un dinamizador de muchos empleos directos e indirectos. Tan solo el sistema TransMilenio tiene cerca de 33.000 funcionarios y colaboradores.
Sin embargo, el transporte público cambió con la pandemia; disminuyó la demanda de pasajeros, cambiaron los motivos de viaje y los s modificaron sus horarios de desplazamiento, una nueva realidad que amenaza las finanzas y que requiere respuestas diferentes a la que estábamos acostumbrados. De no ser así, nos dirigimos a un punto de no retorno, con crisis financieras frecuentes que afectarán aún más la operación y la calidad del servicio y, por ende, se conviertan en incentivos perversos para que los s migren hacia el transporte privado, colapsando las pocas vías existentes, aumentando la contaminación y los tiempos de viaje.
El tema no es exclusivo de Bogotá. La mayoría de ciudades del mundo lo está experimentando. Primero, aún persiste el miedo al o físico cercano y al contagio. Segundo, el trabajo remoto modificó los horarios de desplazamiento y el número de viajes. Los viajes al trabajo y estudio, antes de la pandemia, representaban cerca de la mitad de los viajes en transporte público (48%).
Mientras estas actividades no regresen a la cotidianidad, la demanda seguirá siendo baja. Tercero, el crecimiento urbano hacia los bordes y la ciudad región está presionando por otro tipo de soluciones más allá del transporte público tradicional y demostrando la necesidad por desarrollar la infraestructura férrea en áreas urbanas de mayor escala. Los Regiotram serán claves, pero insuficientes.
Difícilmente en el corto plazo volveremos a ver los 4 millones de viajes diarios en el servicio troncal y zonal. Los bogotanos se están moviendo de otra manera; algunos han encontrado en la caminata o la bicicleta una buena alternativa. Otros, por el contrario, han optado por comprar un carro o aumentar el número de vehículos en el hogar. Basta ver el crecimiento de la demanda en el mercado del usado. Lo cierto es que el ciudadano está modificando su comportamiento y preferencia a la hora de desplazarse, en modo, destino y momento. Y mientras el transporte público no mejore la calidad del servicio, frecuencia de rutas, seguridad y aglomeraciones, el en la pospandemia lo pensará dos veces antes de retornar.
Ya no se tratará de aumentar la capacidad de los buses, sino en hacer más eficiente el servicio y la operación. Lo importante es no seguir perdiendo s, mantener los actuales y atraer a nuevos. Ampliar el número de carriles exclusivos puede tener un efecto positivo en los tiempos de desplazamiento; modificar el esquema financiero, a través de subvenciones y alternativas de financiación no impacta la tarifa y desestimula su uso por el costo elevado que puede llegar a significar para muchos hogares. Hoy, los más pobres destinan el 20% de sus ingresos para transporte.
Mientras el transporte público no mejore la calidad del servicio, frecuencia de rutas, seguridad y aglomeraciones, el en la pospandemia lo pensará dos veces antes de retornar.
La tecnología y un mejor uso de los datos serán cruciales para ofrecer un mejor servicio. Conocer qué estaciones y paraderos tienen mayor demanda en tiempo real, permitiría mejorar la oferta de buses, información que también debe comunicarse al , que, a su vez, debería tener un descuento si el bus llega tarde o va con mucha gente. No se puede negar que la inteligencia artificial y el big data tiene mucho que aportarle para optimizar la operación y reducir el hacinamiento y tiempos de espera.
Seguir pensando en soluciones tradicionales para un transporte público en crisis no tiene sentido.
Hay que desarrollar más instrumentos de financiación y alternativas para la movilidad más allá de TM, SITP o la primera línea de metro.
Estamos en un momento oportuno para tomar las mejores decisiones. Se viene la discusión del Plan de Ordenamiento Territorial, la construcción de nuevas troncales, corredores y cables aéreos. No podemos seguir con un SITP provisional, una baja satisfacción con el servicio público y un hueco fiscal que crece y crece sin solución a la vista donde, dicho sea, los operadores privados han mantenido silencio frente a la actual situación y no han manifestado tampoco su interés en ser parte de la solución. Es hora de ver la crisis actual como una oportunidad para repensar el transporte público con una perspectiva a largo plazo y sin mezquindades políticas.
ÓMAR ORÓSTEGUI
FUTUROS URBANOS