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Voy y vuelvo | Racionar por necesidad... y por costos

El drama que viven barranquilleros, samarios y demás, con elevados costos y haciendo maromas para racionar energía, tiene que llevarnos a pensar sobre el valor que representan nuestros recursos naturales.

Foto: iStock

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¿Qué tienen en común Barranquilla, Cartagena y Santa Marta? El sol, la brisa y el mar, sin duda. Y un turismo próspero, un desarrollo urbanístico impresionante y la convicción de que como región pueden hacer mucho más juntas que solas. 
Lo acabo de constatar en un maratónico recorrido por cada una de ellas y luego de hablar con empresarios, gobernantes, líderes gremiales y ciudadanos de a pie. Todos, curiosamente, suelen ver el vaso medio lleno a pesar de los problemas. Que también los hay: una migración sin antecedentes, una extorsión desbordada, brechas sociales sin superar y el que es sin duda el tema en todos los salones, casas, oficinas o cafeterías donde se reúnan más de dos personas: el costo de la energía. Una comunicadora, que solo vive con su madre en un apartamento, paga un millón y medio de pesos al mes por el servicio de energía. Una alta ejecutiva, 2,5 millones en una casa con cuatro personas. Una pareja de pensionados también paga más de un millón de pesos al mes. Un conductor de servicio público no deja de pagar menos de 400.000 pesos por el servicio.
El drama que viven barranquilleros, samarios y demás, con elevados costos y haciendo maromas para racionar energía, tiene que llevarnos a pensar sobre el valor que representan nuestros recursos naturales.
El aire acondicionado ha sido clausurado en la mayoría de estos hogares. O se ha limitado su uso al máximo. Los planes familiares incluyen ahora una variedad de estrategias para consumir la menor energía posible. E incluso, en algunos hogares, los papás con hijos que visitan el fin de semana a los abuelos dejan a estos últimos un dinero extra para contribuir con el costo de la energía que se consumió en el encuentro familiar, por ejemplo.
Racionar el servicio de luz se ha vuelto una práctica común en las ciudades de la Costa. Hace parte del quehacer diario de la gente y del comercio. Otros, los malos ciudadanos, optan por el camino del robo o el fraude.
Mientras tanto, siguen los ires y venires con el gobierno local, el gobierno nacional, las empresas y demás sin que aparezca la solución mágica para evitar el desangre financiero en que se ha convertido el consumo de energía para el bolsillo de los costeños.
Todo esto me llevó a reflexionar sobre lo que nos puede pasar a los bogotanos con el agua. Si en la Costa se raciona la energía por costosa, acá hemos tenido que racionar el agua por escasa, porque los embalses no se llenan, porque no hay lluvias. Y no tener agua es más grave que no tener energía.
En la Costa la gente no tiene opción: o raciona la energía o paga. (Y eso que las temperaturas se han vuelto infernales: por encima de 40 grados). En Bogotá el problema no es de costos sino de consumo. Nos hemos relajado. Volvimos a consumir más de lo que se debe, a razón de 17 metros cúbicos por segundo cuando la meta debería ser de 14 metros a lo sumo. Ahí siguen los ciclos de racionamiento cada 18 días, pero estamos demorándonos más en la ducha, gastamos más en el aseo, en el lavado de trastos, dejamos de reparar en las consecuencias de consumir agua sin control.
Esto ha llevado al alcalde Galán a advertir que en los próximos días podría anunciar nuevas medidas tendientes a racionar agua a como dé lugar. Porque, como decía, tampoco está lloviendo lo esperado en los embalses. Mejor dicho, vamos para un escenario como el de abril, y evitarlo depende de nosotros.
Por eso, la única salida es que nos midamos en el consumo de agua. El drama de barranquilleros, samarios y demás con elevados costos y haciendo maromas para racionar energía, tiene que llevarnos a pensar sobre el valor que representan nuestros recursos naturales. Y que antes de que las tarifas se disparen porque el líquido escasea (o por sanciones) o antes de que nos impongan racionamientos más severos, es necesario tomar conciencia de nuestra actitud frente a este tema. O que el Gobierno premie a los ahorradores, que también es una buena opción. Insisto: siempre será más grave no tener agua que tener calor.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General
EL TIEMPO
ernestocortes28

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