Interesante resultó el evento organizado esta semana por la CAR Cundinamarca en torno a las alertas que se encienden por la creciente urbanización en los municipios aledaños a Bogotá, no de ahora, sino de hace décadas, y que amenaza –según la entidad– la biodiversidad y los recursos naturales de la región.
Ya se ha hablado mucho del tema, pero vale la pena volver sobre él. Y más ahora que estamos estrenando la figura de la región metropolitana, que no termina de convencer a muchos, no obstante ser una ley de la República.
La densidad poblacional que se registra en los municipios cercanos a la capital preocupa. Para muchos, los responsables son las istraciones locales y sus concejos que han sido permisivos con la expedición de normas que han facilitado, entre otros, el volteo de tierras, como lo dijo la ministra de Ambiente, Susana Muhamad, en el foro adelantado por la CAR. Y ello ha llevado al director de la entidad, Alfred Ballesteros, a advertir a los alcaldes que miren muy bien cómo van a quedar sus planes de desarrollo frente a este asunto: si no hay un estudio que sustente el impacto ambiental que tendría un desarrollo habitacional o de cualquier otra índole, no podrá haber licencia.
Ni antes ni ahora ha sido posible integrar los planes de desarrollo
de todos los involucrados en este asunto a fin
de establecer reglas de juego claras para
un crecimiento urbano organizado
La falta de reglas claras ha hecho que los urbanizadores sean vistos como parte del problema y no de la solución. Y mientras tanto, la ocupación del territorio crece. Las cifras lo confirman: más del 30 por ciento de la población que habita en Sabana Centro corresponde a personas oriundas de Bogotá. Hoy, la población conjunta de Bogotá y sus vecinos alcanza los 12 millones de habitantes. Entre 2005 y 2018, Sabana Centro creció un 38 por ciento, según el Dane, mientras Bogotá lo hizo al 8,4 por ciento. Y a la par con ese crecimiento se dio el de la industria, la salud, la educación, el comercio, el sector empresarial y financiero, entre otros.
Esto ha significado, como era de esperarse, el desplazamiento de otras actividades propias de la región como la agricultura y, según estudios de varios expertos, el de la población más pobre que ha tenido que irse a los extramuros de sus municipios, como lo señaló en su momento el Instituto Lincoln.
Lo que varios expertos llaman un crecimiento desmedido y desordenado de la sabana de Bogotá ha traído como consecuencia problemas de movilidad, seguridad, abastecimiento de servicios públicos, educación y, según algunos más, problemas de gentrificación, es decir, el desplazamiento de personas y un aumento del costo de vida.
El fenómeno no es exclusivo de Bogotá y su área metropolitana. Es un problema de toda América Latina. La misma situación se vive en Santiago de Chile, Quito, Lima o Ciudad de México. Y, si bien es cierto que se trata de un fenómeno natural propio de la movilidad humana, del crecimiento de la población y de la alta densidad que presentan ciudades como Bogotá, la pregunta que surge es si ese proceso –en muchos casos irreversible– es posible controlarlo ahora.
Y la respuesta es sí. Pero para ello debe darse un acuerdo de voluntades entre los gobiernos locales, regionales y nacionales. Y es allí donde empiezan los problemas, porque nadie quiere ceder, otros quieren imponer su voluntad o su poder, para otros prima la ideología, y algunos más solo pretenden ser indiferentes. Ni antes ni ahora ha sido posible integrar los planes de desarrollo de todos los involucrados en este asunto a fin de establecer reglas claras para un crecimiento urbano organizado y sostenible, para la protección de recursos vitales como el agua, el abastecimiento de comida o la movilidad. Mientras tanto, el costo de la tierra, una de las principales determinantes de la economía global, sigue siendo el principal factor que gravita en el reacomodo de las condiciones de un territorio.
Una planificación participativa, que compense y no que arrase; unas autoridades conscientes del tamaño de las decisiones que toman de cara al futuro de la región y una actitud más sensata y empática frente a lo que hoy quiere y busca la gente podrían llevarnos por el camino correcto. “Crecer, sí, pero no así”, dice Ballesteros. Y es eso lo que puede aprovecharse con la región metropolitana, siempre y cuando le permitan consolidarse.
Interesante resultó el evento organizado esta semana por la CAR Cundinamarca en torno a las alertas que se encienden por la creciente urbanización en los municipios aledaños a Bogotá, no de ahora, sino de hace décadas, y que amenaza –según la entidad– la biodiversidad y los recursos naturales de la región.
ERNESTO CÓRTES
EDITOR GENERAL
EL TIEMPO
@ernestocortes28