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El centenario manuscrito que revive la historia de Medellín
Después de 179 años, el Archivo Histórico restaurará las hojas originales del ‘Carnero de Medellín’.
Juan Fernando Mesa Villa, quien sostiene el libro, e Ignacio Londoño, son representantes de la familia Mesa Jaramillo. Foto: Cortesía
Con su cabello blanco, barba tupida y una expresión severa en sus ojos, José Antonio Benítez posó para ser retratado cinco años antes de su muerte, un lejano 31 de diciembre de 1835.
Vestido con una camisa blanca, pantalón gris y una larga chaqueta azul, el autor del ‘Carnero de Medellín’ quedó inmortalizado en una ilustración que sobrevivió por casi dos siglos.
Contenida en una hoja amarillenta, cuyos bordes irregulares se muestran ajados por el paso del tiempo, la ilustración de Benítez hace parte del manuscrito que desde el pasado martes 22 de septiembre es custodiado por el Archivo Histórico de Medellín.
Allí llegó, luego de que los descendientes de José María Jaramillo, un historiador que vivió hace más de un siglo, decidieran donar a la ciudad aquel invaluable tesoro historiográfico.
Terminado en 1840, el ‘Carnero de Medellín’, cuyo verdadero título ocupa dos páginas enteras, es un libro que abre una puerta a la Medellín de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuando la ciudad se convirtió en la capital de la Provincia de Antioquia y el país iniciaba su proceso de independencia.
Se llamaba carnero aquel lugar en donde tiraban carne de distintas partes: una oreja, un dedo, un pie (...) Todo se tiraba a un podridero común
Desbordamientos de quebradas, temblores, construcción de iglesias, milagros, enfermedades y cientos de nombres hacen parte de las 165 hojas del ejemplar (sin contar varios dibujos y grabados), que mezclan en un vertiginoso desorden noticias, documentos históricos, reflexiones, poemas, cartas y escritos de todo tipo.
“Se llamaba carnero aquel lugar en donde tiraban carne de distintas partes: una oreja, un dedo, un pie. Como a una oreja no se le dice misa o se le hace un funeral, entonces todo se tiraba a un podridero común”, explica el historiador Roberto Luis Jaramillo.
Jaramillo, quien se convirtió en el primer investigador en analizar a profundidad el ‘Carnero de Medellín’, explica que el libro usa aquella palabra porque es una mezcla de muchas cosas y aludiendo también a ‘El Carnero’ de Juan Rodríguez Freyle que inspiró a Benítez.
Comparado con otros documentos igual de antigüos, el estado de este sorprende por su buena preservación. Foto:Cortesía
Durante más de tres años, el historiador Jaramillo se enfrentó, página a página, con la caligrafía y el desorden del ‘Cojo’ Benítez con el objetivo de transcribirlo a un español moderno y verificar cada uno de los datos y referencias incluidas en el texto.
Luego de ese arduo trabajo, en 1988, 148 años después de su culminación, el libro fue llevado a las imprentas por primera vez, acompañado de un extenso prólogo y 345 anotaciones que contextualizan la importancia del escrito.
Con base en esa investigación, Jaramillo plantea que, a diferencia del Carnero bogotano, el de Medellín resalta por su timidez y ausencia de gracia.
Una condición que, más allá de retratar a la ciudad de la época, da cuenta de la personalidad del autor, cuya sencillez y desorden quedaron plasmados en su escritura. No obstante, también halló una obra que se destaca por su gran precisión histórica y su riqueza en fuentes documentales que la hicieron convertirse, a su vez, en una de las fuentes predilectas de los historiadores e intelectuales de la Medellín del siglo XIX y XX.
Desde Manuel Uribe Ángel, pasando por Ricardo Olano, hasta Luis Latorre Mendoza, al menos 17 personas consultaron el libro del ‘Cojo’, muchas de ellas plagiándolo o transcribiendo erradamente su temblorosa caligrafía.
“El ‘Cojo’ Benítez fue un hijo repudiado, expósito. Su madre lo ocultó, su padre no respondió y él terminó siendo criado por una pareja de españoles blancos de Medellín. Aunque hoy no es claro quienes fueron sus padres, sí sabemos que era cojo, contrahecho, pero a su vez tuvo el privilegio de estudiar y que lo hizo en la escuela con Francisco Antonio Zea”, explica el historiador.
Esta condición de hombre letrado, en medio de una ciudad mayoritariamente analfabeta, fue la principal razón que llevó a Benítez a dedicar su vida al oficio de amanuense.
Un trabajo por debajo de la ocupación de escribano (el equivalente a un notario) que lo llevó a redactar cientos de contratos, testamentos, hipotecas, cartas y todo tipo de documentos oficiales de la época eran redactados por él y después eran llevados a un escribano o notario para ser formalizados.
Cuando a mí me preguntan cuánto vale ese manuscrito no tengo ni idea. Hay cosas que son muy valiosas y no tienen precio
Aprovechando su cercanía con el archivo del cabildo, el ‘Cojo’ se metía a escarbar documentos históricos de toda clase y empezó a encontrar cosas curiosas.
Desde la cédula real en donde la corona española autorizaba la creación de Medellín en 1675, hasta documentos en donde quedaron detalles de la conquista de Antioquia.
Con papel y pluma en mano, Benítez acopiaba en su manuscrito cualquier cosa que le interesara. A través de su pluma, por ejemplo, quedó registraba la vez cuando el visitador Mon y Velarde ordenó la construcción en 1785 de un estrecho cajón de tortura con púas de hierro, que durante muchos años estuvo guardado en la casa del cabildo y fue el terror de cualquier persona acusada de violar las leyes de la Corona.
De esta manera, aunque su prosa nunca adquirió el brillo de la del autor del Carnero santafereño, el rigor con el que documentó su libro lo convirtieron en una de las fuentes históricas más importantes de la capital de Antioquia.
“José Antonio Benítez seleccionó lo que consideró importante y escribió lo que le dio la gana. En ese sentido es muy valioso, porque la selección que él hizo es la de un hombre que se movió entre la Colonia y los primeros años de la República. Historiador no es el que sabe, sino el que busca. Y él buscó, seleccionó, transcribió e interpretó”, dice Jaramillo.
Felipe Vargas, uno de los restauradores del Archivo Histórico de Medellín, explica que en comparación con otros documentos de su misma antigüedad, el estado del manuscrito sorprende por su buena preservación.
Según explica, durante lo que queda de este año y los primeros meses del próximo el ejempla será estudiado a profundidad por un equipo de historiadores, para determinar que hay en él y numerar cada una de sus páginas. Después se iniciaría el proceso de restauración.
Una vez esté en restauración será levantado un diagnóstico en el que, hoja por hoja, revisarán qué tipo de tinta y papel fueron usados y describirán los deterioros que vayan encontrando.
Terminado este proceso, el Archivo digitalizará cada una de las páginas del manuscrito y las publicará en un catálogo digital, en donde cualquier persona podrá leerlo sin restricción.
Es decir, si el material tiene hongos, rasgaduras, dobleces o manchas. Luego de esa etapa, el objetivo será el de resaltar la información de las páginas, con la menor intervención posible, explica Vargas.
Aunque este diagnóstico aún no se ha hecho, Vargas anticipa que el libro tiene algunas manchas de pegamento y grasa, algunas páginas consumidas por comején, una encuadernación que impide la lectura de algunas partes y algunas anotaciones a lápiz, que deberán ser limpiadas.
Terminado este proceso, el Archivo digitalizará cada una de las páginas del manuscrito y las publicará en un catálogo digital, en donde cualquier persona podrá leerlo sin restricción.
De esta manera, luego de pasar por más de cinco generaciones, que lo protegieron por 179 años, las letras de Benítez reposarán por primera vez en los mismos cajones que hoy contienen muchos de los documentos que alguna vez consultara en vida, hacia finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.
“Cuando a mí me preguntan cuánto vale ese manuscrito no tengo ni idea. Hay cosas que son muy valiosas y no tienen precio”, concluye el historiador Jaramillo.