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La historia del desmovilizado que cambió las armas por la repostería
Diego Saldarriaga se graduó del programa de Reintegración y con su chocolatería tiene una nueva vida
Dos opciones inviables marcaron el inicio de Diego en el conflicto armado de Medellín. “O lo matamos nosotros o lo matan ellos. Escoja”, le dijo uno de los comandantes del bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc).
Y así fue reclutado en las filas del paramilitarismo. Tenía apenas 12 años y dice que, desde aquel momento, siempre pensó que antes de llegar a la mayoría de edad, una bala sellaría su destino
En el barrio Caicedo Santa Lucía, en una de las periferias del nororiente de Medellín, Diego pasó de vivenciar las balaceras y los enfrentamientos a participar de estos.
“Amigos y conocidos fueron cayendo en combate y rápidamente tomaban su lugar otros igual o más jóvenes, como una generación que reemplaza a otra”, recuerda.
Me percaté de que el mundo, que en ese momento era Medellín, era muy grande y tenía que conocerlo. Fue la primera vez en la que tuve sueños y pensé en un mejor futuro
Así pasó cinco años. En 2003, la capital antioqueña comenzaba el proceso de desmovilización de los grupos paramilitares que estaban en zona urbana. Diego tenía 17 años, por lo que pasó al cuidado del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf) hasta cumplir la mayoría de edad.
Sin embargo, muchos de quienes estudiaban gracias a los programas de la istración municipal de entonces, dirigidos a los menores de edad integrantes de estos grupos armados ilegales, seguían regresando a los barrios a seguir haciendo lo mismo. En el caso de Diego, pedir ‘colaboraciones’ y vigilar la zona. Era volver a lo mismo, un cambio sin cambio.
En lo alto de uno de los morros del barrio donde nació y creció, Diego se encontró una noche mirando la inmensidad de la ciudad. Ya había superado la mayoría de edad, lo que jamás pensó que lograría, por el riesgo de que una bala acabara su vida.
Como Diego, más de 5 mil personas en los últimos 15 años que se han acogido voluntariamente al proceso de reintegración para superar su vulnerabilidad y transitar hacia el ejercicio autónomo de su ciudadanía. Hoy celebró que haya culminado su proceso 👏👏👏👏👏👏 pic.twitter.com/L7jMLCDMPk
A los días, empacó lo poco que tenía y en horas de la madrugada salió de aquel barrio al cual no ha regresado al día de hoy.
El primer cambio trascendental en su vida fue espiritual. Conoció a una persona con estilo de vida rastafari y al poco tiempo Diego la adoptó como propia. Él lo llama su renacimiento. Una segunda oportunidad para dejar atrás un pasado violento.
El cambio espiritual también trajo uno físico. Se dejó crecer la rasta y comenzó a vestir túnicas acordes al movimiento sacerdotal que todavía predica como estilo de vida, 15 años después. Su cabeza es cubierta por un turbante y su actitud es serena, tranquila, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
“Por primera vez tengo opciones, sin nadie que me dé órdenes o me diga qué hacer, ¡puedo tomar decisiones! Tengo mi propia empresa con la que soy autónomo”, dice con una sonrisa marcada en su piel trigueña.
Diego dice que desde que cogió el cacao, lo molió e hizo chocolate, le pareció como si fuera magia y por ahí enfocó su proyecto productivo. Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO
Así comenzó su nueva batalla. A sus 31 años, ya no pelea por un bando u otro, su lucha ahora es por alcanzar sus sueños.
Sueños que saben y huelen a chocolate. La chocolatería artesanal y repostería vegana La Redención es el proyecto productivo con el que Diego quiere crecer.
Su idea de negocio surgió gracias al Proyecto de Apoyo a la Reintegración Sostenible para un Territorio en Paz, en el que tuvo la oportunidad de terminar sus estudios y capacitarse en un proyecto de vida.
Diego dice que desde que cogió el cacao, lo molió e hizo chocolate, le pareció como si fuera magia y por ahí enfocó su proyecto productivo. Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO
El programa cumplió la semana pasada 15 años –los mismos que Diego lleva en el mismo– y según sus cifras, ha atendido a 5.110 personas de la población desmovilizada de grupos armados al margen de la ley, en Medellín.
Lina Calle, subsecretaria de Gobierno Local y Convivencia, recalca que “se hace un acompañamiento integral. Es decir, que les ofrecemos apoyo sicológico y jurídico. En educación, les permitimos que terminen sus estudios primarios y secundarios, y si quieren formación para el trabajo, no solo se las ofrecemos, sino que les ayudamos a conseguir empleo o en el emprendimiento que estén haciendo”, dice la funcionaria.
De la cifra de personas atendidas, 2.380 han terminado el proceso exitosamente, el cual dura aproximadamente seis años y medio. De esos, 729 lo lograron en los últimos años.
Explica la funcionaria, que el nivel de frustración en estas personas para este tipo de cambios es elevado y de ahí que la cifra de quienes terminan todo el proceso no sea mayor.
Diego dice que desde que cogió el cacao, lo molió e hizo chocolate, le pareció como si fuera magia y por ahí enfocó su proyecto productivo. Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO
Diego ha sido testigo de eso. Ha visto quienes han desertado del proceso y años después se los encuentra, algunos como habitantes de calle.
“Esto no es fácil. Es paso a paso. En mi caso, mis sueños son los que me han mantenido firme. No quiero volver a lo que era y por eso me aferro a lo que he logrado. Mis estudios terminaron pero no mis sueños, quiero viajar a Jamaica, quiero hacer crecer mi chocolatería, quiero un mejor futuro. Eso me mantuvo en pie”, dice.
En su proceso, reconoce que la mancha de su pasado violento le jugó malas pasadas cuando escuchaba comentarios como “el gobierno se está trayendo a esa manada de matones de por allá” o “estos ‘malosos’ ya van a empezar a hacer y deshacer aquí”.
Con los productos que hago quiero aportar para el bien de la sociedad y para que la gente deje de estigmatizar, que dejen de creer que por lo que fuimos, vamos a seguir siendo
Para él, fue muy duro escuchar esos señalamientos sin saber por lo que tuvo que pasar, y peor aún, sin saber que él, como otros, estaban tratando de cambiar ese estilo de vida.
“Es algo de lo que todos tenemos que curarnos. Por eso mi proyecto se llama La Redención, porque con todos los productos que hago quiero aportar para el bien de la sociedad y para que la gente deje de estigmatizar, que dejen de creer que por lo que fuimos, vamos a seguir siendo”, cuenta.
De hecho, también contribuye al cambio, pues parte de la materia prima necesaria para su negocio, el cacao, se lo compra a familias en Granada (Oriente) desplazadas por la violencia y que poco a poco están retornando.
Diego agradece la ayuda que ha recibido, pero a la vez hace un llamado para que haya mayor inclusión y aceptación a todo aquel que decidió cambiar su estilo de vida.
“Espero que cuando nos señalen sea para conocer y reconocer lo que estamos haciendo. Y también para darnos más oportunidades”, concluye.
El Proyecto de Reintegración Sostenible indicó que cerca de 200 entidades se han comprometido con la generación de empleo para esta población.