Juguetes –no muchos– y una foto de los dos con su hijo. Eso es todo lo que Lina Ortegón y Álvaro Trujillo tienen en su nueva casa que les queda de su vida en el barrio González antes del 19 de abril de este año, cuando uno de los deslizamientos producidos por el invierno en Manizales los obligó a rehacer su hogar desde cero.
Esta Navidad la pudieron pasar bajo un techo propio que le compraron al dueño anterior a pesar de que ni siquiera había pensado en venderla.
“Yo estoy ofreciendo es un apartamento en San Sebastián pero, si quieren ver la casa, sigan que yo la pongo en venta”, les dijo el hombre cuando ellos llegaron a preguntar luego de ver un aviso en la ventana.
Llevaban varios días buscando a dónde pasarse. Lina recuerda que “vimos muchas pero el presupuesto no alcanzaba y no valía la pena todo lo que pedían”. Hasta que, en una calle empinada del barrio Bosques del Norte, dieron con el letrero en la ventana de ese señor que les pidió 53 millones de pesos pero se los rebajó a 50, lo que ellos tenían.
La plata llegó porque fueron la primera de tres familias damnificadas por la emergencia de la capital de Caldas que recibieron ese monto de la Corporación Antioquia Presente para rehacer sus vidas. Desde el terremoto de 1983 en Popayán, esta fundación de Medellín les ayuda a los afectados por desastres como estos.
En este caso, se alió con dos organizaciones manizaleñas. Por un lado, Obras Sociales Betania les ofreció 10 millones más en créditos en caso de que las viviendas costarán más de los 50 ofrecidos por los antioqueños. Entre tanto, la Fundación Lúker puso esa parte y se encargó de contratar ingenieros que verificaran la seguridad de las nuevas casas y organizó toda la logística de las compras en la ciudad.
Al principio fue muy duro volver a empezar
Lina todavía llora de emoción cuando recuerda el día en que le dijeron que le iban a colaborar. Sus lágrimas de felicidad al recibir en su casa a mediados de este mes a los representantes de las tres entidades, que les llevaron un anticipo de regalos de Navidad a la pareja y su hijo, también fueron más que las derramadas cuando relató la madrugada de la tragedia que, poco a poco, va quedando atrás.
Vivieron cuatro meses pagando arriendo donde unos parientes, en parte con el subsidio que les entregó la Cruz Roja luego de la emergencia. Pero con la ayuda de amigos, familiares y compañeros de trabajo más lo que ganan, ella como vendedora para un operador de celular y él en un taller de soldadura, ya han conseguido algunos enseres para su nuevo hogar. Incluso le hicieron una alcoba más.
“Al principio fue muy duro volver a empezar”, cuenta Diana García, que perdió a su “mamá de crianza” en el derrumbe del barrio Granjas y Viviendas. Ahora vive en Eucaliptos con sus dos hijos y su esposo, Enrique Pineda, el popular ‘Kike’ que cuida los carros parqueados entre la sede central de la Universidad de Caldas y el campus Palogrande de la Nacional, junto al parque La Gotera.
Recién hecha la mudanza, a los niños les daba miedo dormir en su nuevo camarote. En la casa que destruyó el barro pasaban así sus noches y les daba miedo repetir esa pesadilla si se acostaban de nuevo en uno. Por fortuna, ese temor les ha ido pasando y ahora juegan con tranquilidad por toda la casa como es normal a su edad. De hecho, fueron quienes más disfrutaron con la visita de las fundaciones, porque además estrenaron juguetes.
La paz para ellos fue uno de los principales criterios de Diana y Enrique para escoger la vivienda, que les costó 60 millones de pesos. “Nos dijeron que nos daban la casita de la Alcaldía pero en San Sebastián y ese no es un buen sitio para criar a los niños”, afirma la mujer.
Esa es otra razón por la esta familia agradece el apoyo de los sectores privados que les ayudaron a conseguir el techo que tienen ahora. “Ellos no son conocidos ni nada de nosotros, es que ni siquiera vecinos porque son de por allá lejos de Medellín, y mire esta bendición que nos están dando –dice Diana-. Estamos muy felices”.
Cerca de allí, en La Isabela, John Jairo Cardona expresa sentimientos muy similares. Allí se pasó a vivir con su espora, Alba Lucía Osorio, y sus dos hijas adolescentes después de revisar muchas opciones de casas. La escogida le costó 78 millones de pesos: los 50 de Antioquia, los 10 de Lúker y Betania, 13 de familiares y 5 propios.
“Gracias por ayudarnos todo este tiempo. Se lo agradecemos de corazón. Que el Señor los bendiga y los colme bendiciones”, decía una cartelera en la sala cuando sus benefactores llegaron para conocerla.
En la entrega de regalos, además, afloró también el llanto y John se comprometió a estar pendiente, desde su nuevo hogar, para colaborarle a la familia de su hermano fallecido el 19 de abril en Alto Persia.
El gerente de la Fundación Lúker, Pablo Jaramillo, dijo que “estamos muy contentos de que la tragedia que vivieron pueda ser mitigada” con la donación de las viviendas.
Entre tanto, la directora ejecutiva de Antioquia Presente, Margarita Restrepo, destacó que “la casa no es solo un lugar físico sino el hogar, el espacio para compartir, jugar, hacer las tareas o traer a los amigos”, por lo que es importante darles la oportunidad de recuperarla a quienes la perdieron de manera fortuita.
Las tras entidades esperan seguir trabajando juntas en Manizales para otras labores. Además, la corporación medellinense está enfocada por ahora en los damnificados de Mocoa, la capital de Putumayo, donde el invierno también produjo una avalancha dejó 300 muertos la noche del 31 de marzo.
JOSÉ FELIPE SARMIENTO ABELLA
CORRESPONSAL EL TIEMPO
MANIZALES