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‘El yagé lo dijo en una visión’: datos desconocidos de cómo hallaron a niños en selva
El impresionante relato de militares e indígenas que encontraron a los niños. Así fue el momento.
—¿Usted cree que los vamos a encontrar— le dijo un soldado a don Rubio, líder espiritual de los indígenas que se internaron en la selva para hallar a los cuatro hermanos desaparecidos.
Para ese día, el viernes 9 de junio, habían pasado 40 días, los cuales equivalen a unas 960 horas, desde el brutal accidente de una avioneta tipo Cessna en la selva amazónica, entre el Guaviare y Caquetá.
Avioneta accidentada en la selva de Caquetá y Guaviare Foto:Fuerzas militares
La búsqueda por parte de centenares de militares e indígenas de los cuatro niños se había convertido en una obsesión. Era mucho más fácil hallar una aguja en un pajar que a los hermanos en la mismísima selva amazónica, donde se crea o no hay misterios y una frondosa vegetación inexpugnable, impenetrable e indescriptible. Allí, los árboles son de la altura de rascacielos, totalmente tupidos, y hogar de animales como el jaguar, serpientes y miles más. Por eso, muchos le han llamado el ‘infierno verde’.
Los niños estaban a la deriva y a la merced de un milagro inusual. Su madre, Magdalena Mucutuy, había fallecido en el accidente. La aeronave, conducida por el piloto Hernando Murcia, sufrió fallas en el motor y se precipitó contra la pared de árboles, quedando incrustada en la vegetación. Al igual que Magdalena, el aviador y el líder indígena Herman Mendoza murieron.
Tetero hallado. Foto:Fuerzas Militares.
Tras encontrar la aeronave, el primer indicio del milagro es que no se hallaron los cuerpos de los cuatro niños: Lesly Mucutuy (13 años), Soleiny Mucutuy (9 años), Tien Noriel Ranoque Mucutuy (4 años) y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy (un año), sobre quienes Manuel Ranoque, padre de dos de ellos, dijo que habían estado varios días al lado de Magdalena en estado agonizante, hasta que pereció.
La primera pista sobre los niños fueron dos pañales usados por Cristin dejados en un punto cercano a la zona del accidente. Así lo han comentado los militares de la Operación Esperanza. Después, desde el 15 de mayo, empezó una seguidilla de pistas que alimentaban la ilusión: un tetero, huellas, restos de comida, unas tijeras y otros elementos.
La búsqueda infructuosa de militares e indígenas
Antes de que se hallaran los restos de la avioneta, por la selva resonaba —desde los helicópteros— el audio de Fátima, madre de Magdalena y abuela de los niños. Les hablaba en lengua uitoto y en español. Les suplicaba que por favor se quedaran quietos y que confiaran en Dios.
Pero la selva se tragaba esas súplicas. Lo que sí se sabe es que los niños divisaban el helicóptero, pero cómo hacerse notar en un ambiente desde donde no se puede ver más que verde y los hilos de los ríos.
Los militares de la Operación Esperanza que rescataron a los niños llegaron a esa selva once días antes del día definitivo. Aunque conocían esa zona, donde habitualmente se combaten a las disidencias de las Farc, no es sencillo adecuarse a vivir en la profundidad de semejante ‘infierno’. De hecho, confiesan que la empatía con los indígenas fue clave durante todos los días de misión.
Ellos, en esencial don Rubio, les imprimía la berraquera, las ganas y la confianza de que los niños iban a aparecer. Primero, ese escuadrón de militares e indígenas buscaron por los cuerpos de agua, pero tras días la conclusión era que se los había tragado la selva. Hasta se pensó en que un duende los escondía, una de las hipótesis que los nativos del lugar plantearon. Y aunque para muchos suene descabellado, estas creencias no son para desechar, pues a diario caminaban 10 horas seguidas sin encontrar evidencia.
—¿Cómo la estarán pasando los niños?— le preguntó un militar a otro.
—Hay mucha lluvia, mucho mosquito. Por favor, Dios, ayúdanos— le respondió el otro.
Así fue el momento cuando los encontraron
En la mañana del 9 de junio, don Rubio les dijo a los militares e indígenas que los niños iban a aparecer vivos, que lo había visto en una visión tras la toma de yagé.
El grupo se dividió, caminó por horas y, al finalizar la jornada, parecía que había sido otro día perdido, otro día sin resultados.
Los de ese escuadrón de la Operación Esperanza comenzaron su retorno al campamento hacia las 4:30 de la tarde para comer, pues si se hace después de las 5 p. m. es imposible lograrlo. La selva queda en tinieblas, oscura, sin posibilidad de ver. Al fondo se escuchan las gotas de lluvia, los sonidos de los animales y los rugidos de los jaguares. Por estas y otras circunstancias de quienes vivieron la selva, incluso, se les pasó por la cabeza que los niños ya habían sido devorados.
En ocho eventos se ha dividido la ‘Operación Esperanza’. Foto:Fuerzas Militares
—¿Ya no queda nadie más de ustedes en la selva?— le preguntó un militar a uno de los indígenas.
—No. Yo soy el último— le respondió.
Tanto los militares como indígenas empezaron a organizar sus cosas y comida para esa noche, pero una sensación extraña les causó alarma en el grupo.
—¿A qué huele?— le preguntó un militar a otro.
—A tabaco— le respondió.
—Sí, es como a tabaco— le confirmó otro soldado.
Ese olor, en un lugar inhóspito y donde se supone que solo estaban los militares e indígenas, causó preocupación en la tropa. Pensaron que el enemigo los estaba rodeando. Tres militares en completo sigilo se perdieron entre los árboles gigantes para explorar los alrededores.
Dos indígenas, rezagados del grupo, volvían al campamento con los dos niños en sus brazos. Nadie lo podía creer. Pensaban que era una alucinación, pero era real. La imagen era impresionante: dos pequeños, Tien y Cristin, en extrema delgadez, pesando menos que una pluma, con sus ojos agotados y a punto de perecer.
—¡Victoria!— le dijo un indígena a los militares.
Los dos indígenas que encontraron a los niños los llevaron hasta el campamento para las primeras acciones médicas por parte del Ejército y trasladaron a buena parte del grupo a recoger a los otros dos menos, unos cuantos metros más delante de donde estaban.
Pasaron unos 30 minutos desde el hallazgo de los primeros niños hasta encontrar a sus hermanos. Los cuatro pequeños impactaban por su languidez, palidez y las laceraciones en sus cuerpos por los mosquitos que les consumían cada parte de sus pieles.
Los militares de ese rescate cuentan que parecían porcelanas a punto de romperse, por eso el cuidado en esas primeras instancias fue como se trata a un tesoro antiquísimo. Los niños apenas podían balbucear y asistir con la cabeza.
Lo primero que les dieron fue suero oral, para hidratarlos, pero rogaban por fariña del hambre que tenían. Hasta les ofrecieron algunos bocados de sopas instantáneas que terminaron devorando por las necesidades que atravesaron por 40 días.
—¿Nos habían visto antes?— le preguntó un militar a los niños.
—No— les atendían ellos con la cabeza.
—Van a estar bien. Los vamos a sacar de acá— le respondió otro militar.
—Sí— les decían con movimientos de sus cabezas en evidente estado de inanición.
Tras el hallazgo, los militares arroparon a los niños con unas mantas. La bebé de un año pedía que por favor la alzaran. Los hermanitos permanecían juntos, mientras los indígenas y militares tenían una emoción en su interior que no podían demostrar hasta que los pequeños estuvieran completamente a salvo.
De hecho, todos los momentos desde que llegaron los indígenas fueron confusos, pues los dos jóvenes que hicieron los hallazgos gritaban ‘victoria’ o ‘bingo’ porque olvidaron que la palabra clave era ‘milagro’.
La comunicación entre los soldados con el comando tardó un buen tiempo, pues la prioridad era atender a los menores y luego el teléfono satelital por el cual debían decir la noticia no tenía señal.
—¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro!— le dijo el líder del escuadrón al jefe del Ejército a cargo.
—¿Cómo así?— le respondieron del otro lado, quizá sin digerir lo que estaba pasando.
Niños perdidos aparecieron en la selva Foto:Archivo particular
—¡Milagro! Tenemos a los cuatro niños— le replicó el militar.
—¿Cómo así?— le decía el jefe que seguía sin entender.
—Tenemos los cuatro niños de la selva con nosotros— le respondió el militar.
—Necesito evidencia. Una foto— le replicaron del otro lado.
Y esas mismas fotos, enviadas desde un teléfono satelital, fueron las que le dieron la vuelta al mundo. Los milagros sí existen.
Hoy los niños continúan en el Hospital Militar en Bogotá recuperándose de todas las afectaciones que sufrieron en los 40 días en la selva. Los soldados que participaron en la operación todavía no salen del asombro y agradecen a los indígenas por todo el esfuerzo. Otros continúan en la selva buscando a Wilson, el perro que estuvo unos días al lado de los cuatro hermanitos, pero desapareció durante el cumplimiento de la misión.