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Martín Contreras, el hombre que luchó contra un tiburón y vivió para contarlo
Este habitante de zona rural de San Onofre, Sucre, cuenta cómo escapó del terrorífico encuentro.
Martín Contreras vive en Rincón del Mar, un corregimiento de San Onofre, en Sucre. Foto: Cortesía: Oswaldo Rocha
Martín Contreras completaba dos días pescando en una zona conocida como Canto del Bajo, en aguas del mar Caribe, cerca de Sucre.
Toda su vida este hombre ha vivido en Rincón del Mar, un pequeño paraíso en zona rural de San Onofre.
Era noviembre de 1965. Sin descanso, había partido junto a sus compañeros el 17 de noviembre con el propósito de trabajar y reunir el dinero suficiente para comprar el regalo de cumpleaños y celebrar el primer año de vida de su primogénito el 24 de diciembre.
Martín se sumergía a 10 brazos de profundidad con un ‘cruzo’ como única herramienta. Este artefacto, de elaboración artesanal, explica, consiste en una vara de unos dos metros y medio amarrada con alambre dulce y una varilla afilada en la punta. Bajaba, identificaba el lugar de la langosta y enterraba su lanza.
Tenía 25 años, era un joven vigoroso y el cumpleaños de su hijo era su mayor motivación en ese momento.
“Vi salir una langosta –rememora Martín–. Era grande, como de unos 5 kilos. Cuando le enterré el cruzo sentí que me agarraron la pierna”.
Martín enseña la marca del ataque del tiburón. Dice que recibió varias intervenciones y que le tomaron 376 puntos. Foto:Miguel Ángel Espinosa Borrero
Por, quizás, cinco segundos, tal vez menos, Martín pensó que se trataba de un compañero. Solían jugarse bromas entre ellos para asustarse, se agarraban un brazo o una pierna. Pero se giró y vio a un tiburón aferrado a su pierna derecha.
De manera instintiva, jaló su pierna. Sintió los dientes deslizarse por su pantorrilla. El tiburón seguía en su pierna. Ahora la mordida encajaba sobre su empeine, la sangre no le permitía ver nada. En ese momento, cuenta Martín, se trataba de escapar o morir.
“Lo golpeé, era una batalla –asegura–. Pero claro, cómo voy a ganarle, yo había soltado el cruzo y estaba con mis propias manos. Pero era joven, entonces traté de nadar hacia arriba. Apoyé mi pierna izquierda sobre una roca y nadé con fuerza, como Dios manda, ese impulso me salvó”.
Los ataques de tiburones contra seres humanos son eventos esporádicos y es poco probable que se deban a agresiones directas contra las personas.
Arne Britton González, director de la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina), sostiene que los casos en los que los pescadores tienen estos accidentes se dan, sobre todo, durante actividades de caza como el buceo.
“En este tipo de pesca se suelen utilizar arpones –explica el director–. Esto llama la atención de los tiburones principalmente porque al perforar a los peces básicamente se está cebando al tiburón, por eso aparecen, porque confunden la situación”.
Fotografía cedida por la Florida Atlantic Univesity donde se aprecia un tiburón punta negra mientras nada cerca de un bote. Foto:Florida Atlantic Univesity
Por otro lado, la mordida de un tiburón no cuenta con la fuerza necesaria para mutilar, de hecho, estos animales deben girar aproximadamente 90 grados para poder atrapar bien a su presa debido a sus características anatómicas.
“Ellos muerden y en medio de la confusión y la lucha pueden desgarrar un miembro –explica Arne Britton–. Pero de un solo mordisco no arrancan una extremidad. Muchas personas deben ser amputadas por la gravedad de las heridas, que es diferente”.
Evaristo Jiménez, amigo de Martín, lo vio salir a flote. Gritaba. De inmediato todos los pescadores se pusieron en alerta para ayudarlo a salir.
Acostado en el suelo de la lancha, Martín repetía que había sido mordido por un tiburón. Nadie daba crédito a lo que veían, su pie colgaba, pensaron que sería atendido cuando ya el pie terminara desprenderse. Era la 1 de la tarde.
En aquel entones, San Onofre era un pequeño cacerío sin carreteras. Según Martín, los buses cargaban picos y palas para poder sacar los automotores del barro, la infraestructura era nula. Al llegar fue atendido por personal de salud, lo limpiaron un poco pero su herida debía ser atendida en un mejor lugar.
Martín sostiene que era ya de madrugada cuando llegó a Cartagena, habla de las 3 de la mañana. En ese hospital pasó 18 días antes de que lo operaran.
“Me metieron el pie en una ponchera –cuenta Martín–. Todos los pedazos de carne, la suciedad, todo eso me lo quitaron. Cuando por fin se decidieron a operarme me tuvieron que quitar una parte del tendón que todavía me quedaba en el pie. Me tomaron 376 puntos”.
El buceo es una práctica tradicional de pesca. Foto:Cortesía: Oswaldo Rocha
Tres meses pasó Martín en un hospital de Cartagena.
Su hermano mayor fue quien se hizo cargo de pagar los gastos hospitalarios. Martín no podía moverse muy bien, pero se recuperaba satisfactoriamente.
“En el empeine me salió una bolita varios meses después –asegura Martín–. Cuando me abrieron de nuevo tenía un pequeño colmillo del tiburón, mi primera esposa lo guardó, no lo volví a ver”.
La segunda vez que su herida se infectó lo atendieron en Sincelejo, llegó a pensar que le tendrían que cortar la pierna. Finalmente le pusieron una platina en la articulación.
Finalmente su pie se quedó, ni el tiburón, ni las infecciones, ni todas las vicisitudes que vinieron después se lo pudieron llevar, pero hubo consecuencias.
“Cuando camino me suelo tropezar, ya no tanto como antes, pero me pasa –explica Martín–. No puedo levantar el pie, ni alzarlo un poquito. Me quedó así, quieto”.
Rincón del Mar es uno de los paraísos de playa y mar en la costa Caribe colombiana. Se encuentra a 75 kilómetros de Sincelejo y durante los últimos años ha volcado su infraestructura en convertirse en uno de los destinos turísticos más visitados del país.
Es un corregimiento pequeño que no cuenta con calles pavimentadas ni acueducto, pero poco a poco sus habitantes trabajan por acondicionarlo.
En Rincón del Mar todos conocen a Martín Contreras y su historia acontecida hace casi 65 años. Foto:Cortesía: Oswaldo Rocha
Casi saliendo del bullicio del comercio y los vendedores atendiendo a turistas, en el sector de San Nicolás, se puede ver a Martín sentado en el antejardín de su casa. Lleva solo una pantaloneta y unas gafas negras para cuidar sus ojos luego de una cirugía de cataratas que tuvo hace poco.
El pasado 31 de enero cumplió 83 años. Vive con su segunda pareja y uno de sus nueve hijos. Es el orgulloso abuelo de 17 nietos y también tiene tres bisnietos.
En Rincón del Mar todos conocen a Martín Contreras y su historia acontecida hace casi 65 años.
“Yo seguí buceando –narra Martín con orgullo–. Me fui para San Andrés, estuve en Venezuela. No iba a dejar de bucear, eso es como la gente que tiene algún accidente en carro, normal, se siguen subiendo a un carro”.
El pasado 31 de enero, Martín cumplió 83 años. Foto:Miguel Ángel Espinosa Borrero
Tiempo después de sus aventuras en Venezuela regresó a su natal Rincón del mar. Además, fue a bucear a Canto del Bajo. Se considera un afortunado ya que “el creador me tiene con vida después de tanto”.
Desde su vivienda ve crecer a Rincón del Mar. La tarde cae y desde su silla se toma un tinto recién hecho. Al lado de su vivienda, Martín Contreras Junior atiende un taller.
“Hoy en día bucean con caretas y aletas –cuenta entre risas–. Uno se pone esas caretas y ve a larga distancia, ahora es más fácil bucear, no como antes. Ahora con aletas también pueden bajar mucho más”.
Aún le parece increíble haber sobrevivido a aquella experiencia. Aunque dice que no fue mera suerte, pues “el tiburón también le tiene miedo a la gente”.