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'Fui socorrista en Armero tras la erupción del volcán: era un pantano de muerte'

En 1985, con 15 años y tras hacer un curso de rescate por diversión, Diego Araque terminó en Armero.

Fotografía de la época en la que Diego estuvo presente como rescatista en Armero.

Fotografía de la época en la que Diego estuvo presente como rescatista en Armero. Foto: Diego Araque.

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Una tarde, en una plaza cualquiera de Ibagué, se me acercó una señora y me abrazó. Fue muy efusiva. Yo en mi confusión le devolví el gesto. No recordaba su cara ni entendía por qué esta señora, que no tenía idea de quién era, me estaba dando este cariño. No tenía mucho sentido. En medio de ese abrazo empezó a decirme: “Usted me salvó la vida, sin su ayuda no estaría hoy acá”.
Poco a poco, luego de que se alejó de mi lado, lo recordé todo: ella era una de las personas que había salvado en el desastre de Armero.
En 1984, al momento en que cumplí 15 años, yo, Diego Araque, decidí meterme en la Cruz Roja de Ibagué. Era algo que todos los jóvenes de buenos colegios hacían. Se acostumbraba porque servía para conocer gente, hacer amigos y, tal vez, encontrar novia. Durante un año realicé el curso. Allí aprendí sobre primeros auxilios, suturas y partos.
Luego de un tiempo, casi para cuando llevaba un año de haberme graduado, un jueves cualquiera, de una semana igual a las otras, llamaron al teléfono fijo de mi casa.
Cada vez que miraba hacia el cielo, no veía un azul claro al que estaba acostumbrado. Todo estaba gris. No había nubes, ni sol. Era como un gran tapete oscuro que cubría todo por encima de nosotros
Era el 14 de noviembre de 1985. En la llamada le dijeron a mi madre que debía ir de inmediato a la sede de la Cruz Roja del Sena, que queda al sur de la ciudad, en la carrera cuarta con calle 44. A mi mamá no le dieron muchos detalles, pero lo poco que le contaron era que se trataba del desbordamiento de un río por Armero, en el norte del Tolima, y que se había llevado algunas casas. Nadie realmente sabía bien la magnitud de lo que había pasado: que el volcán Nevado del Ruiz hizo erupción y provocó una avalancha que mató a 25.000 personas en el pueblo.
No lo pensé ni un minuto. Salí de una vez para allá. Al llegar al edificio, de inmediato me pusieron a atender a personas que venían heridas de Armero. Cosas básicas, de esas que le enseñan a uno al principio. Pero lo que yo no sabía es que esa noche apenas era el abrebocas de lo que se vendría, y yo, con 15 años, nunca pude haberme preparado para lo que iba a vivir las siguientes 48 horas.

La tragedia de Armero

Yo pensé que iba a regresar a mi casa en algún momento. No fue así. A eso de las 10:00 p. m. nos encuartelaron. Empezaron a llenar ese garaje, que era como un galpón donde se guardaba mercancía, con colchones. Éramos como unas doscientas personas, todos de la Cruz Roja. Ahí dormimos. Estábamos en acuartelamiento de primer nivel y nadie se podía ir. En cualquier momento podía sonar la alarma y tocaba salir para donde fuera. A socorrer a quien fuera. Y así fue.
Al respirar por la nariz olía a azufre. Ya días antes lo venía sintiendo en Ibagué
A las cuatro de la mañana sonó la alarma. Todos nos levantamos desorientados. En esas nos dividieron en grupos como de 20 personas cada uno y empezaron a llegar los camiones. Eran de esos en los que se transporta comida, los que son abiertos por encima y caben muchos sacos de papa. Bueno, ahí nos subimos.
Imagen de archivo. El Volcán Nevado del Ruiz se encuentra desde el 2012 en alerta amarilla.

Imagen de archivo. El Volcán Nevado del Ruiz se encuentra desde el 2012 en alerta amarilla. Foto:John Jairo Bonilla

Cuando todos esos camiones arrancaron, lo único que yo sabía es que ya esto era algo mayor. No solo se trataba de unas heridas y ya. Pero no tenía miedo. En mi cuerpo sentía mucha adrenalina. La emoción nublaba cualquier pensamiento racional. No especulé ni me imaginé nada de lo que se me venía encima. La sorpresa llegaría después.
Los camiones iban en camino hacía Lérida, Tolima. Mientras íbamos en el trayecto, cada vez que miraba hacia el cielo, no veía un azul claro al que estaba acostumbrado. Todo estaba gris. No había nubes, ni sol. Era como un gran tapete oscuro que cubría todo por encima de nosotros. Nada más. Al respirar por la nariz olía a azufre. Ya días antes lo venía sintiendo en Ibagué. Y yo, sin saber cuál era la razón de ese olor, me emocionaba aún más. Porque cuando se es joven todo lo que es diferente a los mismos días de siempre emociona, y yo no podía evitar sentirme así.
Al llegar a ese lugar, que realmente no sé ni que era, ya nos estaba esperando el Ejército Nacional. En cuestión de segundos, porque esos días el tiempo pasó tan rápido que nada se podía contemplar por mucho tiempo, ni pensar tampoco, me pidieron guiar como a treinta militares. A mí. Un niño de 15 años.
Pero como dije, no había tiempo para nada, ni para reclamar. Di las cortas indicaciones y en menos de cinco minutos se me acercó un oficial, del cual ya se me olvidó el nombre, y nos mandó a un helicóptero. Nos fuimos corriendo.
A partir de ese momento el tiempo pasó como un ventarrón, como esos que te dejan desorientado mientras caminas por la calle y te hacen mirar para todos lados porque no entiendes lo que está sucediendo, así fue. En segundos estaba dentro del helicóptero. Todos los demás también. Y se elevó aquel aparato que solo había visto en películas.
Diego Araque se unió a la Cruz Roja cuando tenía 15 años de edad.

Diego Araque se unió a la Cruz Roja cuando tenía 15 años de edad. Foto:Diego Araque.

Mientras eso iba volando yo solo miraba a las demás personas. Unos estaban tan asustados que empezaron a vomitar. Otros estaban tan atónitos que no movían ni un solo músculo de la cara. Yo, mientras intentaba mantener en calma mi emoción, veía como mis pies se movían por fuera de ese aparato. Estaban como bailando. De un lado a otro mis piecitos se zarandeaban y yo solo los miraba hacerlo. Si hubiesen sabido que en menos de lo que esperaban iban a estar caminando por un pantano lodoso lleno de muerte, no habrían bailado tanto.
En el helicóptero pasamos como veinte minutos volando. Ya en ese punto yo no tenía idea de la hora. Cuando empezamos a sobrevolar a Armero todo cobraba sentido. Eso no era un simple desbordamiento de un río. Eso era un lodazal. No se veía nada. Solo lodo y más lodo. Al aterrizar en tierra, todo se convirtió en un mierdero. Nada ni nadie entendía que pasaba. Mi grupo se dispersó y solo quedamos unos cuantos. Así empezamos a caminar. Así empezamos a ver a quién podíamos salvar.

'En el lodo uno podía sentir que pisaba cuerpos en Armero'

Antes de ir a Armero ese día del desastre, yo ya había estado por ese pueblo. Mi padre nos llevó a mí y a mis hermanos, en algún momento, a comer chivo allá. Se decía que era el mejor del Tolima. Cuando fui, recuerdo que no pensé que fuera un pueblo muy extraordinario, pero sí pensé que era un lugar bastante bonito.
Pero ese 14 de noviembre en Armero era difícil caminar. Todo era puro lodo. Ese lodo que si das un paso en falso te atrapa. Al dar un paso tras de otro uno podía sentir que pisaba cuerpos. Debajo de ese mar de lodo, que era como de unos siete u ocho metros de profundidad, se podían sentir manos, piernas o cabezas. Se veían cuerpos enterrados en el lodazal. Niños, madres, tíos, abuelos, todos ocultos debajo de ese lodo que se los había llevado de esta vida.
Cerca de 20.000 personas, un tercio de la población de Armero, murieron en la tragedia de 1985. El lugar del desastre fue declarado campo santo.

Cerca de 20.000 personas, un tercio de la población de Armero, murieron en la tragedia de 1985. El lugar del desastre fue declarado campo santo. Foto:Archivo El Tiempo

De repente y sin entender bien, otras personas que iban conmigo, algunos de esos supuestos socorristas, empezaron a robar. Entraban a las casas y salían con todo lo que podían que tuviera valor. Arrancaban las cadenas de oro que tuvieran los cadáveres. Salían con billeteras y carteras de las casas. Eso era puro malandro. No lo pude soportar. Me fui a otra zona del pueblo porque eso era demasiado para mí. ¿Robar a los muertos? Vaya forma de socorrer.
El 13 de noviembre de 1985, una avalancha volcánica convirtió a Armero en un gran camposanto. Pinto recuerda que murieron más de 20.000 personas.

El 13 de noviembre de 1985, una avalancha volcánica convirtió a Armero en un gran camposanto. Pinto recuerda que murieron más de 20.000 personas. Foto:Felipe Caicedo / Archivo EL TIEMPO

En esas me encontré con unos amigos. Con ellos, empezamos a romper las puertas de madera de las casas y con ellas hacíamos camillas improvisadas. Así empezamos a rescatar a personas: niños, señoras, perritos, sacamos a todos los que pudimos.
Cosí brazos, cabezas, piernas: lo que fuera. Y eso era con los materiales que encontrábamos por ahí. No nos dieron ni agua oxigenada para curar a las personas. Nadie nos dio nada. Con lo que encontráramos ayudábamos a quien fuera. Así pasó casi todo el día.
Recuerdo haber visto a Omayra, la niña que se convirtió en el símbolo del desastre tras morir atrapada en el lodo, en algún punto del día. Como ella hubo muchas personas más. Todos, casi todos los cuerpos, estaban como ella. Aprisionados contra algo. Abrazados a otros cuerpos que ya no se podían mover. Así fallecieron muchos. Enterrados e impedidos de un rescate.
De las cosas que más recuerdo de ese día es que con quince años ayudé en uno de los primeros partos de Armero luego del desastre. Por la tarde, ya cuando habíamos rescatado a muchos, un oficial del ejército pidió ayuda para participar en unos partos. Nadie se arriesgaba. Yo me ofrecí. En los cursos que tuve en la Cruz Roja había aprendido algo al respecto.
La tragedia de Armero ocurrió el 13 de noviembre de 1985. Hoy, a 33 años de una de las catástrofes naturales más lamentables del país, se mantienen vigentes algunas fotografías que le dieron la vuelta al mundo. La destrucción de este municipio del Tolima se presentó a causa de la erupción del Volcán Nevado del Ruiz, a las 11:30 p.m., cuando todos los habitantes esperaban conciliar el sueño dentro de sus casas, las cuales fueron arrasadas por el material que expulsó uno de los colosos naturales más reconocidos de Colombia. Omayra Sánchez, la niña de 13 años que aparece en la foto, cubierta de los escombros de su propio vecindario, siempre será recordada por la tenaz lucha que libró para sobrevivir, para no claudicar, para no desfallecer. Esta icónica imagen fue retratada por el francés Frank Fournier –‘La agonía de Omayra Sánchez’- momentos antes de la muerte de Omayra, ocurrida 3 días después del deslizamiento –el 16 de noviembre de 1985 se apagó la luz de la niña que cantaba esperando su rescate-.

La tragedia de Armero ocurrió el 13 de noviembre de 1985. Hoy, a 33 años de una de las catástrofes naturales más lamentables del país, se mantienen vigentes algunas fotografías que le dieron la vuelta al mundo. La destrucción de este municipio del Tolima se presentó a causa de la erupción del Volcán Nevado del Ruiz, a las 11:30 p.m., cuando todos los habitantes esperaban conciliar el sueño dentro de sus casas, las cuales fueron arrasadas por el material que expulsó uno de los colosos naturales más reconocidos de Colombia. Omayra Sánchez, la niña de 13 años que aparece en la foto, cubierta de los escombros de su propio vecindario, siempre será recordada por la tenaz lucha que libró para sobrevivir, para no claudicar, para no desfallecer. Esta icónica imagen fue retratada por el francés Frank Fournier –‘La agonía de Omayra Sánchez’- momentos antes de la muerte de Omayra, ocurrida 3 días después del deslizamiento –el 16 de noviembre de 1985 se apagó la luz de la niña que cantaba esperando su rescate-. Foto:Cortesía Frank Fournier

Así terminé en un helicóptero, luego de haber salvado a la madre del techo de su casa, ayudando a dar a luz a un bebé. A la criatura le pusieron el nombre del helicóptero. Hoy, después de 38 años de aquel día, no recuerdo cuál fue. Solo sé que esa experiencia para mí fue terrible. Un parto es complejo y más en esa situación. Tanto así que luego de eso y, obviamente por todo lo que viví aquel día, mi sueño de ser médico se vino abajo. Definitivamente eso no era para mí. Armero arrebató mi sueño de ser doctor, así como arrebato la vida de muchas más personas.

Al caer la noche

Cuando se empezó a esconder el sol ya nos estaban desalojando. Gente de la Cruz Roja de otros departamentos llegaba a suplirnos y a continuar con las labores de rescate por la noche. En ese momento fue que nos dieron algo de comida. El Ejército nos trajo salchichas y leche. Salchichas. Yo me vomité. Luego de ver aquella mortandad por doquier cómo pensaron en traer salchichas para alimentarnos. No pude. Simplemente, no pude comer.
Yo recuerdo es el olor a azufre. Ese sí era concentrado. Aún hoy en día lo recuerdo vívidamente.
El olor a muerte no era tan potente porque los helicópteros hacían la labor de un abanico. Esparcían por toda la montaña ese olor a putrefacción. Yo recuerdo es el olor a azufre. Ese sí era concentrado. Aún hoy en día lo recuerdo vívidamente.
En ese momento nos metieron a todos en camiones y nos regresaron a Ibagué. Ninguno de los que íbamos en ese camión fue consciente de lo que ese día iba a significar en nuestras vidas. Para nosotros apenas empezaba la pesadilla.

La persecución entre mis sueños

Tan solo 48 horas bastaron para que durante los años que llevo durmiendo, Armero, recurrentemente, esté presente en mis pesadillas. Luego de todos estos años tengo muy presente ese día. Por mucho tiempo, en las noches al dormirme, solo veía muertos.
Diego Araque actualmente.

Diego Araque actualmente. Foto:Diego Araque

Las consecuencias de esa jornada atendiendo el desastre todavía las vivo. Durante años soñé con esos cuerpos. En todos lados escuchaba gritos. Y, a pesar de que tuvimos luego ayuda psicológica en la Cruz Roja, eso es una experiencia que no se puede olvidar. Hay días en los que me arrepiento, en los que pienso que pude hacer más. Pero al final siempre llego al mismo lado. Todo lo que estuvo en mis manos lo hice. Todo lo que un niño de 15 años pudo hacer lo hizo. Sé que no debo culparme por nada, aunque la duda siempre se pase por mi cabeza en esas noches de soledad.
Aquel noviembre de 1985 vi tanta mortandad en Armero que no he vuelto a ver ningún cadáver desde entonces. Ni el cuerpo de mi papá ni el de mi mamá cuando murieron los vi. Siento que ya vi suficientes muertos aquel día. Y no pienso, no quiero volver a ver ni uno más.
Armero nos marcó a muchos de los que estuvimos allí. No solo a las víctimas directas esto les dejó secuelas. A los que ayudamos a la gente también nos dañó la cabeza. Ver tanta mortandad a nadie lo deja cuerdo. Las víctimas fuimos muchas. Los héroes anónimos también.
Yo, Diego Araque, me considero uno de ellos.
*Este texto se publicó originalmente en Plaza Capital y contó con la edición, construcción periodística e investigación de Laura Juliana Lopez Benito Revollo, estudiante del programa de Periodismo y Opinión Pública de la Universidad del Rosario.

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